Han pasado 365 días, 8 mil 760 horas o 525 mil 600 minutos de aquel nueve de febrero de 2023, el día que la historia registró uno de los episodios más inimaginables e inhumanos que diseñó la mente maquiavélica de Daniel Ortega y Rosario Murillo, la pareja que gobierna con mano de hierro Nicaragua.
La madrugada de ese día culminó el martirio de 222 presos políticos que el régimen mantenía en la cárcel y que decidió entregar a Estados Unidos a través de su embajada en Managua. La dictadura preparó los pasaportes de los opositores y en autobuses los traslado al Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino, en Managua. La operación incluía una movilización de opositores que se encontraban en distintos centros penitenciarios del país.
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El nueve de febrero volaron a la libertad, pero una libertad lejos de su país, no completa y la que la pareja dictatorial había decidido para ellos y ellas. La libertad a medias, a costa de ser expatriados, de dejar a su familia, su trabajo, sus amigos, su vida y futuro.
La «Operation Nica Welcome» le costó al Gobierno estadounidense cerca de un millón de dólares, según reveló Eric Jacobstein, subsecretario de Estado adjunto de EE. UU. La excarcelación y destierro de los 222 opositores no fue resultado de ninguna negociación, sino que fue una «decisión unilateral. Ellos (Ortega y Murillo) nos llamaron y nosotros atendimos el llamado. A eso no se le puede llamar negociación», dijo el diplomático.
El destierro fue una nueva fase de la deriva autoritaria de la dictadura de Managua el año pasado. Para aparentar legalidad en sus acciones, Ortega reformó el artículo 21 de la Constitución Política de la República para quitar la nacionalidad nicaragüense a las voces disidentes a su régimen.
La reforma fue aplicada inmediatamente, aunque solo fue aprobada en una legislatura y no esperaron a que se diera una segunda votación en la siguiente legislatura, tal y como establece la Carta Magna vigente.
Violación a los derechos humanos
Según el abogado Danny Ramírez-Ayérdiz, uno de los 94 desnacionalizados, el destierro es una violación de derechos humanos porque ninguna persona debería ser prohibida de ingresar al país donde nació, ni siquiera si esa persona ha cometido delito. Explicó que las autoridades de Migración de Nicaragua no tienen la facultad de expulsar o no dejar entrar a los nacionales.
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«Todas las personas tienen derecho a circular en el Estado donde nacieron y fijar su residencia, su domicilio en arreglo con las leyes del país. El destierro también es una grave violación de los tratados internacionales porque está prohibido por el derecho internacional. El destierro es una de las peores formas en la que los Estados pueden violar los derechos humanos, en las que el derecho internacional sanciona una conducta como esa», dijo a Artículo 66.
Los 222 nicaragüenses declarados apátridas habrían sido acusados por el Ministerio Público por los delitos de conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional en concurso real con el delito de propagación de noticias falsas a través de la tecnología de la información y de la comunicación, todo en perjuicio del Estado de Nicaragua y la sociedad.
Murió sin ver a sus familiares en libertad
María Josefina Gurdián padecía cáncer, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo le confiscó su pasaporte cuando intentaba viajar a Costa Rica para tratarse la enfermedad. La dictadura le impuso el «país por cárcel» de facto. Mientras su hija y nieta fueron presas políticas no cesó de demandar su libertad.
Ana Margarita Vijil Gurdián y Tamara Dávila, hija y nieta de Doña Pinita (como era conocida cariñosamente) respectivamente, sufrían en prisión las torturas ordenadas por el binomio presidencial de Nicaragua.
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Vijil y Dávila son dos de las 222 personas desterradas a Estados Unidos. Doña Pinita no pudo abrazar a sus familiares en libertad, falleció antes de reencontrarse con ellas ante la negativa del régimen de regresarle su documento de viaje.
La pareja dictatorial le negó a Vijil despedirse de su madre, acompañarla en sus últimos días y asistir a su sepelio. Desde Estados Unidos conversó con Artículo 66 sobre su nueva vida en ese país y la seguridad que tiene que podrá regresar a Nicaragua en los próximos años.
«Nunca logré ver a mi mamá (tras el destierro) que es el familiar directo más cercano que estaba en Nicaragua. Ella no consiguió su permiso para salir de Nicaragua, después que yo fui liberada intentó varias veces recuperar su pasaporte y no lo logró. Falleció antes que lográramos volver a abrazarnos», manifestó la activista política.
Vijil asegura que iniciar una nueva vida en Estados Unidos ha implicado muchos retos, dolor y nuevas experiencias. Además que ha recibido la solidaridad de amigos y amigas nicaragüenses y extranjeros; y que eso la «llena de amor y nos da fuerzas también».
Para sobrevivir se ha dedicado a realizar algunos trabajos temporales, ello la obliga a desplazarse en dependencia del sitio donde tenga que desarrollar sus actividades. Expone que ha estado «itinerante» desde que fue desterrada.
«Empezar de cero es reinventarse en algunas cosas, es salir de nuestra zona de confort, de eso salimos desde 2018. Nada ha sido igual y nadie vive igual en Nicaragua. También ha implicado aprender cosas nuevas», indicó.
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Igualmente, afirmó que nunca ha asumido que no va a regresar a Nicaragua. «Estoy segura que voy a regresar. Estoy segura de eso. Yo sé que voy a regresar», dijo.
El ansiado reencuentro no llega
La joven catedrática y activista Guisella Ortega se unió en 2018 a las protestas sociales y encabezó varias marchas en la capital. Siempre lucía una bandera azul y blanco de Nicaragua. Además, con su vozarrón gritaba consignas y animaba a los participantes de las manifestaciones. Su papel activo en la revuelta de abril la llevó tres veces a la cárcel y al destierro.
Ahora vive en Estados Unidos, aún no logra reencontrarse con su pequeña hija, pero a diario se comunica con ella a través de videollamadas. En el país norteamericano labora actualmente como docente de español en un jardín infantil. Señala que los ingresos que percibe no son suficientes para rentar una casa, pero le permite mantener a su hija, sus perros y gatos.
«Si puedo ayudar a otros, lo hago. Todo depende como termine el mes. Voluntad siempre hay. Estoy busca de otro trabajo y de una persona con quien rentar», refiere.
Espera pronto encontrar un patrocinador para su pequeña y no perderse su crecimiento porque esa situación «no vale ni todo el oro del mundo».
Al igual que otros presos políticos desterrados, Ortega ha empezado de cero, ha sufrido estrés y depresión, pero también ha conocido a «gente maravillosa» que le ha ayudado a sobrellevar este proceso de adaptación a una nueva vida, lejos de su país y sus seres queridos.
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«El sentirme sin mi espacio ha sido lo más difícil para mí. He conocido gente maravillosa y amo mi trabajo porque laboro como maestra, pero no tener un lugar donde me sienta yo misma, referente a mi tiempo y necesidad de estar encerrada en momentos libres, ha sido lo más difícil», manifestó.
«El idioma ha sido una barrera, pero manejo lo necesario para comunicarme con mis niños, pero no para socializar con mi entorno; que de por sí, naturalmente soy apartada y no me gusta hablar ni estar en grupo por más de una hora», añadió.
«Un día a la vez», es la frase a diario se repite Ortega para sobrellevar los problemas emocionales que dice tener y que sobrelleva desde el destierro. Manifiesta que pese a todas las circunstancias se siente «bendecida con pequeños milagros» que la acercan cada día a reencontrarse con su hija y regresar a Nicaragua.
«Aunque todos amamos la patria, muchos de nosotros no soñábamos salir nunca del país y resistimos hasta lo último. Yo porque no me veía fuera de patria. Me era difícil dejarla por voluntad. Lo más difícil, más allá de mi patria, es lo que está en ella: mis perros, mi sobrino, ex suegra, gatos y amistades», lamentó.
«Yo pienso regresar a Nicaragua»
Dora María Téllez, la mítica comandante guerrillera sandinista, fue desterrada de su país por Daniel Ortega, su «compañero de lucha» en los años 80. La encarceló y mantuvo en una celda de castigo. Dice que vive fuera de Nicaragua de «manera forzada» como miles de compatriotas. Además, que tiene familia en ese país, amigos y amigas; «gente muy solidaria».
En Estados Unidos trabaja en una universidad de manera temporal, y reconoce que no puede quejarse porque ese y otros empleos le han servido para su sostenibilidad. «El destierro es difícil. No salí por mi gusto. Vivo fuera (de Nicaragua) de manera forzada como hay miles de nicaragüenses viviendo fuera del país y tratando de resolver la vida de la manera que se puede», afirmó.
«Empezar de cero es difícil, aunque uno nunca empieza de cero; siempre tienes conocimiento, capacidades. Este es un lugar donde nunca he estado para efectos de trabajo y hay que buscarlo, hacer aplicaciones laborales es un aprendizaje», agregó.
Téllez asegura que los Ortega Murillo no son eternos y que piensa regresar a Nicaragua «cuando el momento apropiado llegue» porque esa es su «voluntad»
«La dictadura está en un proceso de finalización. Está en sus tiempos finales… No he decidido quedarme fuera de Nicaragua, he decidido volver y esa es mi decisión definitiva. Obviamente se interpone el hecho de que existe la dictadura, pero esa dictadura se está terminando y se va a terminar relativamente pronto. Yo vivo eso con esperanza. Mi mirada está puesta en Nicaragua y ahí va a seguir estando», finalizó.
La solidaridad internacional
Tras consumarse el destierro, países como España, México, Argentina, Colombia, entre otros, ofrecieron otorgarles la nacionalidad a los afectados. Esa decisión de la comunidad internacional obligó a la dictadura a no seguir desnacionalizando a más opositores, periodistas y defensores de derechos humanos.
Solo del Reino de España, según registros del Boletín Oficial del Estado (BOE), casi un centenar de los declarados «traidores de la patria» ha recibido la nacionalidad del país ibérico, la primera nación que se pronunció contra las acciones de la dictadura y brindó una solución a la condición de apátridas a los nicaragüenses.