El 28 de diciembre de 2018, por un camino de montaña, allá en la frontera norte de Nicaragua, iba caminando un «campesino» presuroso, daba pasos firmes y de cuando en cuando miraba al cielo, se secaba el sudor de la frente y seguía caminando, no miraba hacia atrás.
Luego de una caminata de varias horas, llegó al límite de Nicaragua, un paso más y estaría en Honduras. Fue entonces que, nuevamente miró al cielo y, por primera vez en toda la travesía, miró hacia atrás. Un último vistazo a su tierra, a su patria, al país que lo vio nacer, crecer y convertirse en uno de los más prestigiosos y activos defensores de derechos humanos.
El abogado Gonzalo Carrión se estaba yendo de Nicaragua al exilio. La dictadura de Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, estaba a punto de llevarlo a la cárcel y tuvo que escapar.
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Salió como muchos nicaragüenses perseguidos, por veredas, disfrazado de campesino, aunque no tuvo que fingir mucho porque es un campesino nicaragüense, convertido en profesional del derecho y defensor de los derechos humanos.
El doctor Carrión, como lo llaman en Nicaragua, estaba enfrentando las consecuencias de su vocación de defender a los desprotegidos. Asumió la defensa de los derechos humanos como su «filosofía de vida» y, como él mismo dice, «encarar a los perpetradores de violaciones a esos derechos trae consecuencias».
Consciente de ello asumió ese rol y ahí estaban las consecuencias. La dictadura, cobardemente lo trataba de incriminar en el asesinato de una familia entera, entre los que se contaban dos niños que, según testigos, paramilitares y policías habían quemado vivos en una casa de tres pisos, en el barrio Carlos Marx, de Managua.
Sin opciones: era el exilio o la cárcel
El 16 de junio de 2018, en plena escalada represiva desatada por la dictadura Ortega-Murillo, se cometió uno de los más aborrecibles crímenes del régimen. La casa de la familia Velásquez Pavón fue incendiada antes del amanecer, con todos sus miembros dentro.
Cámaras de seguridad de los alrededores, de la misma vivienda atacada y testigos, confirmaron que los autores del crimen fueron paramilitares que operaban en conjunto con efectivos de la Policía orteguista.
Fueron asesinados, quemados vivos: Óscar Velásquez Pavón, de 46 años; su esposa Maritza López Muñoz, el hijo de ambos Alfredo, de 26, la esposa de Alfredo, Mercedes Álvarez, de 20 años, dos niños: Matías Eliseo Velásquez, de cuatro meses, y Dayerli Osmary, de tres años.
Ese hecho conmocionó e indignó al país y la misma mañana del crimen, al lugar se presentó un equipo del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH) y al frente del grupo de trabajo iba el director ejecutivo de ese organismo, el doctor Gonzalo Carrión, que de inmediato se dedicó a buscar pistas entre testigos, a ver vídeos grabados en algunos teléfonos y la verdad estaba revelada. Fue un acto criminal ejecutado por agentes del Estado.
Carrión dio declaraciones a medios de comunicación que ya estaban en el lugar y el defensor fue enfático, duro y directo: «este es un crimen de la dictadura», dijo. Y acusó también al Ejército y a la Policía.
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Esa acusación directa contra los dictadores Ortega y Murillo fue suficiente para que los tiranos enfilaran sus cañones contra él. El 19 de diciembre de ese año, la Policía aseguró haber esclarecido el hecho que tipificó como «terrorismo» y responsabilizó del crimen a integrantes del Movimiento 19 de abril. Además, la Policía orteguista acusó de tratar de «encubrir a los criminales» al director jurídico del CENIDH.
«Inmediatamente después de los crímenes, Gonzalo Carrión y otros miembros del CENIDH, brindaron a medios de comunicación, declaraciones falsas y sin ningún fundamento, responsabilizando de los hechos al Estado de Nicaragua y a la Policía Nacional, con el objetivo de encubrir a los verdaderos criminales», dijo en conferencia de prensa televisada en directo, el jefe de la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), comisionado General Luis Pérez Olivas. El mismo jefe policial que ha sido catalogado como torturador y perverso, y que actualmente está siendo “desechado” por los dictadores.
La orden de los dictadores estaba dada. Gonzalo Carrión fue incriminado y sería enviado a la cárcel como supuesto «encubridor» del crimen del Carlos Marx. El defensor de derechos humanos, que había seguido la conferencia de prensa por los medios de comunicación, inmediatamente pasó a la clandestinidad. O como lo cuenta el propio Carrión, «me resguardé en una casa». Era cuestión de horas para que los esbirros del orteguismo llegaran a su vivienda por él.
Nueve días después, vestido como campesino, pasó las fronteras entre Nicaragua y Honduras, y desde el país catracho, dos días después, el 30 de diciembre, voló a Costa Rica, cargando en sus hombros el exilio, la añoranza de su tierra y una misión que no iba a abandonar por nada en el mundo: seguir defendiendo los derechos de los nicaragüenses, documentar los crímenes de la dictadura y seguir denunciado a los Ortega-Murillo.
De jugar sin camisa en León a plantársele a la Policía desde el CENIDH
Guillermo Gonzalo Carrión Maradiaga nació en 1961, en la ciudad de León. En el barrio San Felipe dejó el ombligo, como él mismo cuenta, «en una familia de prole numerosa». Eran 8 hermanos, a los que no les faltaba amor y la enseñanza de buenos valores, que les inculcaban doña Mercedes Maradiaga, su mamá, fallecida en diciembre de 2016 y don Egberto Carrión, su papá.
En ese barrio de calles polvorientas pasó su niñez, y comenzó la adolescencia. Dejó ese nido cuando tenía 15 años.
Carrión aceptó, a mucha insistencia, contar parte de su vida a Artículo 66, pues prefiere apartarse del protagonismo. No le gusta el figureo ni la jactancia. Uno de los valores por el que es muy conocido y querido es su humildad. Es pausado para hablar, con mirada reflexiva y tomando aire que aprovecha para decidir si debe o no contar algunas cosas que, según él, mejor debería de contar la gente que ha conocido su trabajo.
«La movilidad humana», ese ajetreo que conlleva moverse constantemente de un lado a otro, no es nueva para él, pues desde que era niño, junto a sus 7 hermanos y sus padres iban de un departamento a otro, trabajando. Estudió en varias escuelas por esa razón.
Empezó a trabajar desde muy niño, pues la situación económica de su familia exigía el esfuerzo de todos ellos para mantenerse, según su memoria. «El amor al trabajo y la honradez fueron dos de los valores que más inculcaron en nosotros mis padres. Nos enseñaron a amar el trabajo y a ganarnos con nuestro esfuerzo lo que queríamos tener», cuanta el abogado.
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En León están sus primeros recuerdos, en los tiempos que jugaban con chibolas, al trompo, a la pelota de calcetín, pelota de hule, «que la forma de batearla era con el puño de la mano. Eran grandes las perreras que nos armábamos con los amigos de entonces», recuerda con una mezcla de nostalgia y felicidad.
Jugaba con pantalones chingos y a veces sin camisa, «con la pancita que nos caracterizaba en aquellos tiempos», dice. Compartía juegos y travesuras con sus amigos del barrio. Muchos de ellos, ya no están, porque su vida cesó antes, «pero ahí está la ciudad de León que nos vio crecer», narra el defensor. A los 16 años, se trasladaron a Managua, por razones de trabajo.
En la capital culminó sus estudios de secundaria. Se bachilleres en el Instituto capitalino Filemon Rivera, no sin antes haberse involucrado en la alfabetización, enseñando a leer y escribir a los campesinos, también fue a los cortes de café, y como todo joven soñador, en los primeros años de la década de los 80, también se involucró en la Juventud Sandinista, cuando, como él mismo lo dice, se creía que la salida del dictador Anastasio Somoza abría una puerta de esperanza para su desventurado país.
Se encaminó hacia la Universidad Centroamericana (UCA) a finales de los 80, a estudiar abogacía y ahí comienza la historia que ahora lo tiene en el exilio, porque no le quedó de otra, pues la actual dictadura, la de Ortega y Murillo, más cruel que la de Somoza, solo sabe recetar «encierro, entierro o destierro», dice.
El defensor
En la universidad fue dirigente estudiantil, y ahí se despertó su vocación por la defensa de los desprotegidos, cuando abogaba por las becas de sus compañeros, porque no se violentara la autonomía universitaria y porque se respetaran los derechos de los estudiantes. Carrión ya tenía marcado su destino: plantarle cara a los perpetradores de violaciones a los derechos humanos, su «filosofía de vida».
Se graduó de abogado en julio de 1993, hace 30 años, las mismas tres décadas que lleva trabajando como defensor, porque desde que conoció esa actividad, la tomó como «una opción de vida», no para la suya, sino la opción de vida de los violentados, porque «defenderlos es darles vida», reflexiona.
«Yo bien podría haberme dedicado a litigar, quizá tuviera un despacho legal, haciendo dinero y bienes» a costa de los necesitados de justicia, pero eso no era parte de su filosofía de vida, explica Carrión.
Comenzó como activista cuando aún no terminaba sus estudios superiores, cuando se ligó al CENIDH, hace poco más de 30 años, para hacer sus pasantías de abogado. Ha dedicado buena parte de su vida, como persona y toda su vida profesional, a la defensa de los derechos humanos en Nicaragua. Cuando se graduó, su perfil profesional no tenía vuelta atrás.
Desde sus inicios fue un rostro visible, activo, defendiendo a los estudiantes durante las protestas universitarias por el 6%, a mediados de los años 90. También acudió en defensa de las víctimas del Nemagón, de los cañeros que protestaban por sus derechos, de los mineros, de los empleados públicos y de los jubilados.
Siempre estaba en primera línea, tratando de velar por los derechos de los protestantes y por ello fue agredido en varias ocasiones por la Policía a empujones, puñetazos, patadas. Lo arrastraron por el piso, pero en cada reclamo de derechos sociales o políticos, ahí estaba el CENIDH, ahí estaba Carrión.
Estudió una maestría en derecho constitucional en Chile, es máster en derecho público, con mención en derecho constitucional. Estos estudios, contribuyeron al fortalecimiento de su compromiso como defensor y a tener una visión más amplia, de la vida, del mundo jurídico constitucional y comparado.
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Carrión es del criterio que los títulos universitarios no definen vocaciones, principios o compromisos. «Yo podría tener mucho conocimiento en derecho y saber de derechos humanos, y no necesariamente eso equivale a compromiso», sostiene.
Es un firme creyente que, para el caso de Nicaragua, y muchas partes del mundo, si se defienden derechos de verdad «implica compromiso, actitud y vocación». Y esa vocación está concatenada a perpetuidad con creer en la gente, «confiar e identificarse plenamente con la gente y particularmente con las víctimas».
«Se debe creer en los DD.HH. de verdad, como opción de vida, como filosofía de vida. Eso implica también consecuencias y definitivamente las estoy pagando, pero con mucha honra, y para mí eso ha significado trabajar en defensa de los derechos humanos, he crecido en dignidad, en compromiso, pues más de la mitad de mi vida la he dedicado a esto», sostiene el defensor.
Los últimos cuatro años y medio ha ejercido su labor desde el exilio, en Costa Rica, «pero siempre con la mirada, el corazón y nuestro horizonte, puesto hacia Nicaragua», dice con aplomo.
Cuando se le pregunta qué significa para él ser un defensor, contesta que, en su caso particular, es estar estrechamente relacionado con la memoria, la denuncia, la búsqueda de la verdad y la justicia. Y por ello no puede olvidar los desgarradores llantos y reclamos de las madres y familiares de tantas personas asesinadas; de las personas detenidas y torturadas, de miles de personas, en su mayoría jóvenes, lesionados; dolor y sufrimiento.
«Lloré con esas familias, a las que he conocido allá y acá. Anduvimos con varias de ellas en el Instituto de Medicina Legal, cuando preguntamos por sus seres queridos privados de la vida por las balas de la dictadura, cuando intentaban poner denuncia ante la Policía y Fiscalía al servicio de la familia Ortega-Murillo», recuerda.
Por todos esos sufrimientos es que ahora afirma que su mayor sueño es «ver caer a la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo».
Y no es que sueñe con el fin de la dictadura porque se le ocurrió, sino porque, en su labor de defensor ha sentido en carne propia el sufrimiento de las víctimas y sus familiares que también son víctimas. Ha sentido impotencia ante el cinismo inhumano de los dictadores.
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No habla con fanatismo, pues asegura que no encarna odio sino reclamo de justicia porque, también reclamó justicia en los años 90 en favor de los sandinistas cuando eran ellos los que salían a las calles a protestar contra el Gobierno de Violeta Barrios de Chamorro o el de los dos gobiernos siguientes, de Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños (q.d,e.p.).
El defensor exiliado le recuerda a la dictadura que, durante esos gobiernos de los años 90, quienes protestaban eran las fuerzas del partido que hoy reprime al pueblo de Nicaragua. Los grupos de militantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que hoy son parte de «esa maquinaria de terror y que hoy son verdugos», y ahí estuvo Carrión y el CENIDH defendiendo sus derechos.
En los medios de comunicación abundan noticias de la época, en las que se informa que Gonzalo Carrión muchas veces fue a las cárceles de la Policía, a los sistemas penitenciarios y el propio antiguo Chipote, y lo dejaban entrar hasta las celdas para ver quiénes eran los detenidos y cómo estaban. «Esos detenidos hoy son verdugos de nuestro pueblo», denuncia.
Líder consecuente
La defensora Wendy Flores trabaja al lado de Gonzalo Carrión desde hace más de 20 años. Fueron compañeros de trabajo en el CENIDH cuando ella llegó a hacer su pasantía al organismo y él ya era el subdirector jurídico. Actualmente hacen equipo en el Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más.
Flores ve en Carrión a un líder consecuente con lo que predica. Afirma que la dictadura le teme a ese liderazgo como defensor. Lo cataloga como un profesional que maneja los casos en los que interviene con «alta calidad técnica».
Para la defensora, el doctor Carrión ha sido una persona correcta en el sentido de la palabra. Muy capacitado en materia de derechos humanos. Que le ha puesto corazón a su trabajo en defensa de las víctimas de violación a sus derechos, aún en momentos tensos y de represión.
«Él siempre ha estado ahí, donde ha habido represión, en las protestas sociales, en las manifestaciones estudiantiles que demandaban el 6%, con los trabajadores de los ingenios azucareros, con los jubilados, con las mujeres», rememoró la defensora.
Detalla además que cuando llegó al CENID en el 2002 y conoció a Gonzalo, como ella le llama, en la cercanía que dan los 20 años de trabajar juntos, la primera impresión que la causó fue de un activista comprometido con la causa de los derechos humanos, «un hombre de mucha acción, que inspira muchísimo respeto».
Otra característica de su compañero de trabajo que resalta Flores es que «lo que predica lo practica» en todo, en el ámbito laboral y familiar pues, según valora, Carrión tiene «un alto sentido de responsabilidad con la familia. Ama a su familia».
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«Gonzalo es un intachable defensor de derechos humanos, comprometido con esa causa, también con la justicia y la democracia», reconoce Flores.
Por su parte, Braulio Abarca, que ha trabajado junto a Carrión desde el 2012, cuenta que cuando conoció al entonces director jurídico del CENIDH, la primera impresión que le causó fue de una persona «humilde y comprometida con la defensa de los derechos humanos».
«Yo considero a Gonzalo un profesional comprometido con la defensa de derechos, humilde y sabio», reitera Abarca.
También lo valora como una persona que tiene una gran capacidad de trabajo, es reflexivo, y sin prejuicio a la hora de tomar decisiones, principalmente en temas de políticas de derechos humanos.
Lo describe como una persona «con una excelente calidad humana. Es un gran amigo, que emana confianza, calidez y de calidad».
Nacimiento del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más
Carrión logró escapársele a la dictadura aquel 28 de diciembre de 2018 y dos días después aterrizó en Costa Rica. Unos días antes de su salida forzosa del país, el régimen Ortega-Murillo había ilegalizado el CENIDH y confiscado sus bienes. Legalmente ya no existía el organismo en el que había trabajado más de 26 años, así que al llegar a Costa Rica no tenía trabajo, ni casa, ni donde albergar a su familia, sin embargo, no se sentó a esperar la caída de la tiranía.
Junto a seis defensores más que habían salido al exilio también y que eran sus excompañeros de trabajo en el CENIDH, se reunió para reflexionar sobre lo que podrían hacer para seguir con su labor defensora, y a mediados de enero, en la Iglesia Luterana de San José, Costa Rica, cuajaron la idea de darle vida al Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, con la colaboración de personas solidarias, «de gente maravillosa de Costa Rica», dice con afecto el abogado.
Carrión cuenta que el «nunca más» que añadieron al nombre del naciente organismo defensor es inspirado en el juicio contra los responsables de la represión en Argentina durante la dictadura de los 80 en ese país. En ese proceso judicial, conocido como «Juicio a las Juntas» el fiscal Julio César Strassera utilizó como base probatoria de su acusación el informe «Nunca más», realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Al final de su alegato, durante el juicio, el fiscal, refiriéndose a las atrocidades cometidas por las juntas militares dijo con énfasis «nunca más».
Y el anhelo de que nunca más sucedan atrocidades es un reclamo legítimo, dice Carrión. «Que nunca más haya dictadura, nunca más haya impunidad, para que nunca más haya olvido, para que nunca más haya lo que ha habido en Nicaragua: éxodo, crímenes de lesa humanidad, ni cárcel ni despojos de nacionalidad a ciudadanos», enfatizó el defensor.
El Colectivo, como le llama el ahora expresidente del organismo, cumplió cuatro años en abril pasado y presentaron el resumen ejecutivo 158 sobre tortura, que da cuenta de la «política de terror y del dolor que provoca la tortura contra las personas que han sido víctimas».
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La salida del cargo de presidente fundador del Colectivo no tiene nada que ver con un trauma dentro de la organización, asegura Carrión. Por el contrario, «el Colectivo está muy bien, en un momento de desarrollo significativo». Agrega que dejó la presidencia porque era una decisión que ya había tomado desde la misma fundación.
«Quiero compartirles a Artículos 66, a los que los escuchan y leen este medio y a todo el pueblo de Nicaragua que yo anuncié mi salida de la presidencia del Colectivo y de la Junta Directiva desde el mismo día que se fundó el organismo y acepté la presidencia», destacó.
«Mi salida de la presidencia no es salida del colectivo y, por el contrario, después de más de 30 años de servicio a la causa de los derechos humanos, a la gente oprimida, perseguida, sin estar en la junta directiva, y habiendo salido recientemente de la presidencia, yo reafirmo mi compromiso de seguir siendo defensor de derechos humanos, acompañando a las personas perseguidas, al lado de los oprimidos», afirmó el defensor.
Desnacionalizado y confiscado
Su labor como defensor, según dice, lo llena de honra y por ello la dictadura lo persigue. El 15 de febrero pasado, junto a 93 nicaragüenses más, el régimen Ortega-Murillo lo despojó de su nacionalidad y ordenó la confiscación de sus bienes.
Carrión le dice a la dictadura que no es una confiscación sino «un robo» de su casa que compró al crédito, pagando mes a mes, sin atrasarse ni uno solo durante 15 años. La casa donde nacieron sus hijas.
«Los tiranos anunciaron que me despojaron de mi nacionalidad y ordenaron la confiscación de mi casa, la herencia de mis hijas, pero no me podrán despojar de mi conciencia, de mi dignidad, de mi compromiso, de mi vocación de servicio a la gente», sentenció el abogado en tono vehemente.
Y es que Gonzalo es firme cuando se trata de defender derechos y reclamar por los abusos de los represores, pero también es alegre, hablantín y bromista.
En un grupo que comparte con periodistas y víctimas del régimen, el día que anunció el fin de su periodo como presidente del Colectivo Nicaragua Nunca Más, Gonzalo recibió una avalancha de elogios, agradecimientos por su trabajo y su entrega, y expresiones de cariño, al punto que él mismo se lanzó al ruedo y, tras agradecer, tantos mimos, bromeó: «El día que me vaya “al otro plano de vida”, en mi lápida van a poner la leyenda: “Aquí yace el maje al que todo lo bueno (que fue), se le dijo en vida”».