Lo que empezó como un día de clases ordinario para miles de universitarios nicaragüenses se convirtió en el inicio de un levantamiento sociopolítico, donde cientos de ciudadanos, con el rostro resguardado de azul y blanco, salieron a las calles para exigir la salida del poder de Daniel Ortega y Rosario Murillo, los dictadores que, al día de hoy, aún mantienen su brazo represivo contra el pueblo.
De usar lápices y computadoras, los estudiantes pasaron a tomar pancartas y morteros y preparar sus gargantas para gritar con todas sus fuerzas un «¡qué se rinda tu madre!» en las aceras y rotondas de los diferentes departamentos del país. Primero para protestar contra las reformas al sistema de seguro social, luego para demandar a la pareja dictatorial democracia, libertad y justicia.
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La respuesta del gobierno sandinista a las quejas de la población fueron ataques ejecutados por fuerzas policiales y paramilitares, quienes hicieron derramar la sangre y vestir de luto a la población nicaragüense. El clima represivo persistió con violencia física, verbal y sexual, detenciones arbitrarias y el asesinato de más 350 nicaragüenses, según documentó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Seis años después del estallido sociopolítico, el régimen orteguista logró silenciar las voces de los estudiantes, y de la oposición en general, tras desnacionalizar, desterrar, encarcelar, perseguir, atacar y matar a cualquier persona crítica a las acciones de su mandato.
Es por ello que Artículo 66 contactó con universitarios que vivieron el durante y el después de aquel histórico 18 de abril de 2018. Ellos nos cuentan cómo la dictadura orteguista, directa e indirectamente, afectó el curso de su futuro estudiantil después de declarar al alumnado como «su enemigo principal».
Una cicatriz que no se borra
Nicaragua fue testigo de una crisis sociopolítica que dejó una «profunda cicatriz» en su gente, especialmente en los estudiantes universitarios. Así lo describe uno de los jóvenes que presenció y fue parte del pleno auge de las manifestaciones, y que accedió a brindar su testimonio a este medio de comunicación bajo estricta condición de anonimato.
En ese entonces, el exalumno recuerda que sus compañeros de clases y de otras carreras andaban «emocionados» por involucrarse en el movimiento social, «hasta que la Policía llegó hasta donde estábamos protestando y nos tiró varios de esos gases lacrimógenos. Fue horrible. No teníamos ningún arma ni cómo defendernos y al momento de que ocurrió todo tuvimos que irnos», relata el joven.
A partir de ese día, los medios informativos independientes comenzaron a documentar el incremento de las agresiones y violaciones a los derechos humanos que ocurrían durante las protestas autoconvocadas y, por tal razón, la madre del joven le insistió que dejara de asistir. «Ella no quería que los Policías me mataran. Cada vez que anunciaban que se llevaban preso a alguien o que mataban a algún estudiante, mi mamá se imaginaba que había sido yo el afectado», comentó.
El exuniversitario admitió que no entendía las preocupaciones de su madre, «así que fui a dos marchas más, pero luego ‘la cosa se puso fea’ porque los sandinistas anduvieron buscando casa por casa a los ‘azul y blanco’. Yo me salvé porque mi mamá conocía a uno de ellos y lo convenció de que nunca anduve involucrado en nada».
El joven pausó sus estudios el resto del año y, al siguiente, cuando intentó retomar el semestre la universidad le prohibió la entrada. «No me dieron muchas explicaciones, solo me dijeron que ya no podía seguir estudiando y me mandaron de vuelta para la casa», remarca el exestudiante, quien se sumó a los más de 150 universitarios a los que el régimen les restringió estudiar por motivos políticos.
«En 2019 tenía pensado defender mi tesis y ya después graduarme, pero la crisis cambió eso. Metí papeles en otras universidades, pero sentía que los sandinistas me vigilaban y que, en cualquier momento, me podrían lastimar a mí o a mi familia, por eso preferí dedicarme ‘de lleno’ al trabajo», expresó el exalumno.
«Y aunque ya no estoy dentro de la universidad, la represión sigue siendo la misma. Cuando alguien me pregunta por qué dejé de estudiar, siempre termino diciendo cualquier ‘dundera’ (tontería), porque si digo la verdadera razón y la persona que me está escuchando es sandinista, ahí se acabó todo», apuntó.
El joven considera que la crisis sociopolítica continúa latente, aunque no se pueda hablar públicamente sobre ella. Afirmó que «sigo en este trabajo porque si lo dejo me quedo en el aire, no es fácil que te contraten en estos tiempos».
El exuniversitario aconsejó a todos los jóvenes, que actualmente están estudiando, que «aprovechen la oportunidad que tienen. No es fácil permanecer callado ante todo lo que pasa a diario, pero vale la pena intentarlo por todos aquellos que no pudimos».
Estudios bajo la represión
En otra arremetida contra la libertad académica, la dictadura orteguista emprendió una serie de confiscaciones a los recintos universitarios, que durante dos meses funcionaron como trincheras y un refugio «antibalas» para los manifestantes.
El «robo» más reciente fue el de la Universidad Centroamericana (UCA), en agosto de 2023. Tras más de sesenta años de promover e inculcar el pensamiento crítico y los valores jesuitas, el Estado imputó a la casa de estudios superiores el delito político de «terrorismo».
Sobre las instalaciones usurpadas, el régimen nicaragüense erigió la Universidad Nacional Casimiro Sotelo Montenegro, que inició su primer ciclo escolar el pasado 15 de enero, después de dos intentos fallidos de inaugurarla en los últimos meses del año pasado.
Varios exestudiantes de la UCA no tuvieron más opción que continuar sus estudios en el recinto universitario estatal. Sin embargo, uno de ellos afirmó a Artículo 66 que existe una «clara decadencia» tanto en la educación como en los profesores. «Cada día que uno va a la universidad, se siente como un día desperdiciado, porque no cuenta con los docentes capacitados para impartir las materias», lamentó el joven.
Además, desde que inició en abril, la Universidad Casimiro Sotelo se unió al «rosario» de actividades orientadas por el orteguismo para restar importancia a la rebelión cívica. «Un compañero me mandó una foto donde aparecían varios trabajadores reunidos, supongo que fue para discutir actividades del 18 de abril. En Facebook subieron una publicación que decía ‘celebramos la alegría de vivir en esta Nicaragua de paz’ y un video de una actividad donde se pusieron a bailar y otros que salieron a una ‘caminata por la paz’», aseguró.
El estudiante indicó que dentro de la universidad es «común» encontrarse con miembros de la Juventud Sandinista (JS) y de la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN), ya que ellos son los «protagonistas» de ese tipo de eventos oficialistas. «A los alumnos no nos obligan a participar. Claro, siempre hay algún compañero simpatizante que va, pero no es algo en lo que involucren sí o sí a estudiantes», reiteró el joven.
Clases politizadas permanecen
Dentro de los centros de educación públicos, algunos docentes continúan siendo «herramientas políticas» del régimen nicaragüense para adoctrinar y promover sus mensajes oficialistas. Este era un mecanismo que la pareja dictatorial ya había empleado en años anteriores dentro de las escuelas primarias y las secundarias, pero ahora también ha ascendido a gran escala en las universidades.
El joven comentó que una de sus maestras es una exmilitante del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y que enseña una asignatura sobre la que «no tiene suficientes conocimientos». El estudiante destacó que en ocasiones la docente «‘pierde el hilo’ del tema, se pone a mencionar las cosas que ha logrado el partido sandinista y cuenta anécdotas de cuando ella participó en ese movimiento. Si nosotros tratamos de cuestionarla, adquiere una posición defensiva y no pareciera que fuera una catedrática hablando con sus alumnos».
Repitiendo el mismo discurso de odio que la vicedictadora, ciertos docentes realizan comentarios durante sus clases para atacar a la oposición nicaragüense. El estudiante dijo que esa misma maestra ha expresado abiertamente insultos como «traidores, vende patrias y puchitos» en una materia que no tiene ninguna relación con la política.
Una estudiante, de otra de las universidades que fueron confiscadas por el gobierno, comentó que en su casa de estudios «ha intentado mantener la regularidad, pero los he notado algo tensionados al hablar de la política siento y la están evadiendo casi en su totalidad. No hay ninguna preocupación por parte de las autoridades, sino que hay un silencio sepulcral. Ellos hacen caso omiso a cualquier tipo de forma política, debido a los posibles acciones que pueda tener el gobierno contra ellos».
«La tendencia en la mayoría de las clases de mi universidad es el silencio, sobre todo los temas políticos, porque los evaden como si fueran una plaga o un tema tabú. Los profesores, los líderes de la Facultad y los propios administrativos prefieren no decir nada sobre la política porque saben que una palabra mal dicha puede llevar a peores consecuencias», indicó la joven.
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La estudiante aseguró que «la politización de las clases tiene mucho que ver con el docente. Tengo un profesor que trabaja en una institución de gobierno y él, de manera sutil, va dando pistas de su ideología política pro sandinista. No es algo exagerado, ni es tan notorio. Sin embargo, en ciertos comportamientos se nota su empatía con Rosario Murillo y Daniel Ortega».
Abril para las universitarios
A pesar de las constantes medidas represivas que el régimen desata contra el pueblo, la lucha y el significado de la rebelión del 2018 sigue en pie. «Abril es un mes de luto y de lucha. Es un mes el cual te recuerda todas las injusticias que hay en el país, las cuales no podemos olvidar y que debemos de cambiar en un futuro, pero primero debemos limpiar el Estado que hay ahora», resaltó la estudiante.
«Siento una gran impotencia debido a la falta de espacios para exigir justicia por los estudiantes, los cuales solamente por ejercer su derecho humano de protestar y de pedir justicia cayeron silenciados por el gobierno. Es lamentable y deprimente cómo sabés todo lo que pasó, lo que hasta que podrías haber vivido frente a frente y no podés decir nada al respecto», agregó.
De igual manera, la joven expresó que «vivo con miedo de expresarme lo más mínimo sobre el tema, porque no sabes quién puede estar escuchando. Como estudiantes universitarios conocemos nuestro derecho a opinar y alzar la voz, pero estamos completamente silenciados y, de manera general, es imposible decir que estamos viviendo en una Nicaragua completamente libre».
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La universitaria sostuvo que la comunidad estudiantil tiene «la boca cosida ante tantos crímenes de lesa humanidad, los cuales estamos viviendo y no podemos hacer nada contra ello. No podemos protestar, no hay a quien denunciar. Solo podemos verlos, quejarnos, llorar y no expresarlo, porque si lo hacemos, podemos ser los siguientes en esos grupos de estudiantes muertos, encarcelados y exiliados».
Este sexto aniversario de las protestas de abril demuestra que la lucha de los estudiantes universitarios nicaragüenses está lejos de terminar. La comunidad estudiantil se mantiene firme en su búsqueda de justicia y libertad, aunque el camino hacia el cambio sigue siendo difícil y lleno de desafíos, las voces de los estudiantes demandan y resisten por un futuro más justo y democrático para Nicaragua.