El dictador Daniel Ortega lanzó una clara advertencia, sino amenaza, la noche del lunes 8 de marzo, en su «mensaje a la familia nicaragüense en el Día Internacional de la Mujer: Vamos a continuar con el mismo entusiasmo, con la misma firmeza, con la misma alegría, con el mismo optimismo, en que hemos librado estas luchas, ya sea estando arriba o estando abajo», lo que algunos analistas asumieron como lo mismo que dijo en 1990 cuando juró que iban a «gobernar desde abajo», que significó un llamado al boicot, a la lucha callejera sin límites, un llamado a incendiar el país.
Palabras antes, el dictador había recordado que en 1990, cuando luego de perder las elecciones llamó a gobernar desde abajo, y explicó que se refería a defender las conquistas de los trabajadores, a luchar por defender las conquistas del pueblo.
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Dora María Téllez, comandante de la guerrilla sandinista que derrocó a Somoza en 1979, deploró lo dicho por Ortega y catalogó como un nuevo llamado a enfrentamientos callejeros, a los bloqueos de carretera y el caos para proteger sus propios interese como lo hizo en 1990 cuando perdió las elecciones contra la Unión Nacional Opositora (UNO).
Lo que dijo en 1990
El 26 de febrero de 1990, a las seis de la mañana, el derrotado candidato presidencial por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) comparecía ante los medios de comunicación nacionales e internacionales reconociendo la derrota electoral y prometiendo que entregaría el poder al nuevo gobierno.

Ortega dijo que «el poder reside en el pueblo, es el pueblo que pone y quita gobiernos, y el pueblo transfiere una cuota de poder los gobernantes, pero no les transfiere el poder total». Y dicho esto, unas horas más tarde, el mismo Ortega se presentaba a la casa de la que lo había derrota, Violeta Barrios de Chamorro que, encabezando la Unión Nacional Opositora (UNO), le había arrebatado la presidencia y el control de la Asamblea Nacional. Ortega, luego de llorar en los brazos de la candidata ganadora, la felicitó y le reconoció su triunfo.
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Pero Ortega lloró como se dice en buen nicaragüense, «lágrimas de cocodrilo» porque, de donde doña violeta salió a reunirse con cientos de sus seguidores que lo esperaban en la plaza Omar Torrijos de Managua y en medio de gritos de sus fanáticos que aún no digerían la derrota, les prometió que «nosotros (los sandinistas) no nacimos arriba, nacimos abajo y vamos a gobernar desde abajo». Eso fue una verdadera declaración de guerra contra el nuevo gobierno.
Miles de armas de guerra en manos de civiles o exmilitares sandinistas convertían al FSLN en un verdadero ejército paramilitar con capacidad de presionar por la vía de la violencia para obtener mediante el chantaje de las balas y el caos, lo que quisieran, y así lo hicieron.
La comandante Téllez afirma que en realidad para Daniel Ortega gobernar desde abajo no es más que sembrar el caos con el fin de garantizar sus intereses y protegerse él y los suyos, y eso es lo mismo que está pretendiendo decir con el discurso del 8 de marzo.
Con el gobierno desde abajo, Ortega protegió las leyes 85 y 86, conocidas como «La Piñata sandinista», mediante la cual repartió miles de propiedad ajenas entre su militancia, y sobre todo, de valiosos inmuebles de los que se adueñaron los principales dirigentes rojinegros, incluyendo el propio Ortega y su esposa Rosario Murillo, que se apropiaron de la casa del entonces asesor de la Contra, Jaime Morales Carazo, convertido años después en aliado del sandinismo.
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Fue precisamente cuando el gobierno de Doña Violeta empezó sus acciones legales para tratar de hacer justicia contra la Piñata, y cuando intentó reducir el abultado sector público, donde decenas de miles de trabajadores estatales inflaban innecesariamente la planilla gubernamental, cuando Ortega ordenó las asonadas y el país tambaleó bajo la violencia sandinista.
Empezaron las huelgas de maestros, encabezadas por la Asociación de Educadores de Nicaragua (ANDEN), para reclamar por despidos de personal innecesario, las huelgas y tranques de los trabajadores de la salud, donde se destacó el ahora diputada y sancionado presidente de la Asamblea Nacional, Gustavo Porras, que, desde su posición de sindicalista en el Frente Nacional de los Trabajadores (FNT), llamaba a paros laborales en todos los centros de salud y hospitales donde no se atendía a ningún enfermo, y a tranques de carreteras.
También llamó a las asonadas y paros del transportes urbano colectivo de Managua encabezados la Cooperativa Parrales Vallejos, que incluso ocasionó muertes de sus propios compañeros sandinistas de la Policía Nacional. Así tomaba posesión de su «Gobierno desde abajo» Daniel ortega, incendiando el país.

“EL boicot del gobierno desde abajo se hacía incluso desde la Asamblea Nacional, como ocurrió ya en el tiempo del expresidente Enrique Bolaños, cuando el problema de la energía. Bolaños quiso resolver la crisis energética contratando una barcaza generadora de energía; sin embargo, la Contraloría de la República y la Asamblea Nacional, lideradas entonces por el Frente Sandinista, no autorizaron la contratación de la barcaza para solucionar el problema de energía, con la intención de acrecentar la crisis y culpar al Gobierno y tildarlo de incapaz de gobernar.
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El analista en temas de seguridad, Roberto Orozco, al referirse al tema del «Gobierno desde abajo» de Daniel Ortega, en una entrevista concedida al diario la Prensa en el 2016, que «Cuando Daniel Ortega dijo que gobernarían desde abajo (en 1990) no estaba mintiendo. Las asonadas se convirtieron en el instrumento que Daniel Ortega utilizó para arrancarle concesiones a los gobiernos liberales».
«Las asonadas fueron el estilo que definió la relación política entre Gobierno y oposición», menciona el experto en la entrevista y se refiere así a las fuerzas de choque que utilizó el FSLN y Daniel Ortega para boicotear a los gobiernos democráticos a partir de 1990, que fueron los grupos sindicales de transportistas, de la salud, del magisterio, de estudiantes universitarios, de expolicías y exmilitares. Cada vez que los dirigentes sandinistas querían negociar algo, «chasqueaba los dedos» y ahí estaban sus fuerzas de choque tomándose edificios, quemando llantas, armando balaceras, poniendo tranques en las carreteras. Incendiando el país y Daniel Ortega en persona salía a las calles a alentar a sus fanáticos.
Una de las asonadas más significativas ocurrió durante el gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro, cuando unos 90,000 trabajadores apoyados por el Frente Sandinista salieron a las calles para exigir la recontratación de quienes habían sido despedidos como parte de su política de reducción del Estado. Quemaron llantas, se tomaron edificios estatales, pusieron barricadas por toda Managua.
Lograron cerrar el aeropuerto, el correo y el servicio telefónico, dejaron sin el servicio de energía eléctrica y agua a un millón de personas, según reportes de esa época de medios de comunicación.
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Orozco, asegura que Humberto Ortega, entonces jefe del Ejército, advirtió al entonces ministro de la presidencia de Doña Violeta, Antonio Lacayo, que podían negociar cualquier cosa, menos el control de las fuerzas armadas.
«Debo decir que durante el gobierno de doña Violeta, el Frente Sandinista jamás —y esto te lo digo con todo conocimiento de causas— jamás perdió el control de la Policía y el Ejército de Nicaragua. A través de una camada de guerrilleros que tenían los mandos de estas dos instituciones logró mantener el control”, dijo Orozco.
Esta vez Ortega está en otro contexto, dice Dora María Téllez.
La exguerrillera Téllez asevera que para Ortega gobernar desde abajo significó en 1990 gozar de las cuotas de poder con la que había quedado el Frente e imponer una parte de su agenda o contrarrestar la del Gobierno y para ello uso la violencia ejercida por sus sindicatos, e incluso usó a los estudiantes universitarios, gremio que ahora reprime y asesina porque protestan.
Téllez dice que una de las razones que provocó la división del FSLN en los años 90, cuando ella misma se separó de ese partido es porque «Daniel Ortega violó el acuerdo de la Asamblea Sandinista de optar por la lucha cívica para hacer oposición. Violó ese acuerdo y se decidió por el caos, incluso provocó el asesinato de un jefe de policía por las asonadas». La excomandante se refiere al subcomandante Saúl Álvarez, asesinado por tiradores de la Cooperativa Parrales Vallejos durante una de las asonadas sandinistas en los llamados paros del transporte. Álvarez era militante sandinista pero era policía y sus propios compañeros le quitaron la vida a tiros.
«Lo dicho ahora por Ortega (en el discurso del lunes 8 de marzo) es sorprendente porque ya se está viendo como un candidato perdedor, que si hay elección libre la pierde y sus fuerzas van a tener que readecuarse a fuerza perdedora, nada más que ahora es diferente, el FSLN ya no es lo que tenía en 1990, ahora se ha orteguizado, a duras penas alcanza el 20 por ciento de los votos, y es un partido que tiene las bases erosionadas porque la orteguización ha liquidado la estructura partidaria y actualmente están en estado de colapso. Además en unas elecciones libres y limpias, Ortega perdería la mayoría en la Asamblea Nacional, incluyendo que la oposición, si se une, obtendría la mayoría suficiente para hacer reformas constitucionales», advirtió Dora María Téllez.
«Además, Ortega es un anciano decrépito, no puede salir a la calle, no puede hacer campaña, está incapacitado y tiene miedo y por eso quiere incapacitar al resto para la campaña electoral», finalizó Téllez.