La reaparición de la dictadura intranquiliza a algunos sectores de la burguesía nicaragüense, pero no la sorprende; era previsibles que sectores del gran capital y de la clase dominante apoyan a Ortega-Murillo como apoyaron a Somoza García al inicio de su dictadura y como continuaron apoyando al régimen dictatorial durante más de cuarenta años.
La burguesía tradicional y la vieja oligarquía aprendieron, durante los gobiernos autoritarios de los Somoza, a cortejar el poder político y tener influencia económica en las decisiones de las políticas públicas; a partir del 2007 pensaron que con Ortega-Murillo lograron más o menos lo mismo, dependiendo del caso.
Todo estado capitalista es bonapartista y trata de alzarse por sobre los diferentes sectores de la sociedad y paulatinamente se hace más autoritario, comprimiendo los espacios democráticos, subordinado al Poder Ejecutivo los otros poderes del Estado, a los poderes fácticos y a los sindicatos.
Existe, además, un bonapartismo dentro del círculo íntimo gobernante pues –como Perón con Evita y Ceausescu con su mujer Elena- Ortega, al carecer cada vez más de principios, motivaciones ideológicas, ideas propias y propuestas estratégicas para el desarrollo del país, sólo confía en lo más primitivo y ancestral: los lazos de sangre de la familia directa, para mantener el poder absoluto.
La «nueva oligarquía» padece del síndrome estalinista de que no hay que cuestionar a quien conduce el gobierno, ellos lo ven de la misma manera como el que conduce un automóvil, al cual no hay que molestarlo, no importa que esté borracho o lleve a sus pasajeros al abismo.
También creen que el actual proceso político es eterno y siempre igual, y es resultado de la capacidad de maniobra/artimaña del gobierno y no de la fuerza del movimiento social; además, piensan que estamos todavía en la misma revolución sandinista de los años ochenta y que el actual Ortega es igual al Ortega de la fase de ascenso social.
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Pero, la revolución sandinista quedó atrás y hoy es necesario defender los espacios democráticos y derrotar al autoritarismo que cuenta con el apoyo de sectores de la burguesía y la oligarquía local; mientras que el actual Ortega, a diferencia de los años de ascenso de la revolución social, se ha transformado en un personaje decimonónico, atrasado, conservador e inclinado a resolver, con la represión policial, las contradicciones sociopolíticas del país.