El domingo 16 de junio falleció en el exilio Josué Enoc Sándigo Reyes, de 23 años, conocido por sus amigos como “Micky”. Al igual que decenas de miles de nicaragüenses tuvo que huir hacia Costa Rica para buscar seguridad luego del asedio armado que soportó junto a sus compañeros en la iglesia Divina Misericordia el 13 de julio de 2018.
Estuvo atrincherado en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) desde la toma de esa casa de estudios y en Costa Rica tuvo que trabajar en lo que fuera para ganarse la vida. Las autoridades costarricenses aún no han dado una declaración legal sobre las causas de su fallecimiento, pero algunos de sus amigos lo recuerdan como una persona jovial y servicial, amante del rock y de las patinetas.
Conversamos con cuatro jóvenes que convivieron con él y nos hablaron sobre las experiencias que vivieron tanto en Nicaragua como en el exilio.
En la UNAN-Managua
Nidia es una joven estudiante de sicología que también tuvo que exiliarse en Costa Rica. Ella estuvo atrincherada en la UNAN-Managua junto a “Micky” desde el 10 de mayo. “Estando en la UNAN yo lo quería conocer, porque todo mundo decía; tenés que conocer a Micky y tenés que pedirle que cante: ¡qué bien, que bien que todo está bien!”
Lo recuerda como un chavalo ocurrente y divertido, “le traía chispa y sabor a los momentos”. “Él era un chavalo muy dispuesto a ayudar”. Sin embargo, Nidia también señala haber observado en Josué un comportamiento aislado y otras veces callado. “Muchas veces él se aislaba, pero cuando el encontraba cariño o cuando él encontraba amor sincero, el ahí se quedaba y abría su corazón. Él fue quien le dio sabor a aquellos duros momentos en la UNAN”.
El 13 de julio fuerzas paramilitares empezaron a disparar con armas de fuego hacia la universidad. Los morteros y tiradoras no le hacían frente al plomo que los seguidores del orteguismo ofrecían, por lo tanto, los jóvenes tuvieron que retirarse. En ese momento Nidia y Micky huyeron al único lugar seguro, una iglesia ubicada en las afueras de la UNAN. “Llegamos a la iglesia y ese día lo vi doblegado como a muchos, como a mí, como a todos los que en algún momento mostramos entereza y fortaleza. Yo creo que ese día sentimos ese miedo a perder la vida”. Ante la abrumadora situación, Nidia se acercó a Micky y juntos empezaron a llorar. “Lloré con Micky porque teníamos miedo de perder la vida, entonces, yo sabía que él era un chavalo que a pesar de que tenía sus comentarios de soledad amaba vivir”.
De Managua a la frontera
Ese 13 de julio, Carlos también estaba junto a él. Al igual que Nidia, conoció a “Micky” mientras se atrincheraba en la universidad en el portón 5 y lo recuerda como una buena persona, que, a pesar de todos sus conflictos, trataba de llevar la vida de una manera jovial y entretenida. Haciendo memoria, Carlos dice que durante el ataque ellos “no se hacían vivos”, pero dándole ánimo le dijo: “no hombre Micky, no vamos a morir aquí”. Luego de unas horas lograron salir ilesos.
Carlos asegura que ambos fueron muy cercanos dentro de la universidad y comenta que a veces Micky le contaba sobre la infancia dura que tuvo que vivir. “La gente que no se permitió conocerlo podrían asociarlo con una mala persona, pero en verdad no lo era. Era un chavalo noble y muy empático con la lucha. Tenía sus ideales y estaba muy seguro de lo que quería”.
Después de escapar del ataque en la Divina Misericordia y haber estado en al menos cinco casas de seguridad en una semana, viajaron al hogar de Josué en Diriomo para traer su cédula de identidad. Tenían planeado huir hacia Costa Rica y el 21 de julio de 2018 cruzaron la frontera sur de manera ilegal.
Pisando suelo tico
Salieron de un microbús cerca de Peñas Blancas y entre el alboroto de la gente que bajaba y cargaba sus equipajes escuchaban “las botas, las botas”, no sabían para qué, tampoco que iban a necesitarlas para el trecho pantanoso que tenían que recorrer. Luego de pasar el camino fangoso y poniendo un pie sobre la primera zona pavimentada fueron detenidos por una patrulla costarricense. Los oficiales separaron a los hombres de las mujeres, a ellas las subieron a la tina de una camioneta a los hombres los metieron en el “chipote móvil”, como lo bautizarían luego.
Carlos lo metieron primero, luego a un señor que era parte del grupo y de último a Micky. La estrecha prisión móvil la describen como un automóvil con una celda cerrada en la parte de atrás y dividida en dos partes donde difícilmente una persona de alta estatura podría caber. Los tres cupieron por ser bajos. Dentro del “chipote móvil” pasaron aproximadamente 30 minutos, sin saber qué hacer y con el sudor resbalando por su frente. Carlos observaba al señor que leía una biblia sin detenerse y Micky rezaba y rezaba con un rosario que le daba vueltas y vueltas hasta que los oficiales decidieron sacarlos. Nidia y una señora explicaron a los oficiales su situación y por qué cruzaron la frontera. Luego los dejaron en libertad y así continuaron hacia San José.
En San José
En la capital costarricense, Micky pasó por muchas dificultades como la mayoría de los 65,000 exiliados que han llegado a ese país. Pero el apoyo de los amigos que conoció fue fundamental. En San José convivió por 10 meses con un grupo de jóvenes que también habían huido por la represión en Nicaragua. Sufrió y gozó con ellos, como dijo Richard, el mayor del grupo, quien durante ese tiempo sería como un hermano mayor para él.
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“Convivir con Micky era bien tuani, porque el maje salía con unas ocurrencias. Con unas palabras que nos hacían reír. Para qué, tenía buen carisma”, cuenta Richard nostálgicamente. Una vez fueron juntos a dejar papeles en algunas tiendas de San José. “Vos tenés que dejar en una tienda y en la otra dejo yo, le dije” y así repartieron su currículum por casi 15 establecimientos. Richard dice que al principio a Micky le daba pena, pero insistió en que era normal y que no se avergonzara por ello. Al final los jóvenes no recibieron respuesta de ninguno de los lugares. En Costa Rica, actualmente las autoridades estiman que por cada puesto laboral hay 3,000 solicitantes de empleo.
Debido a la falta de trabajo formal, Josué y sus amigos tuvieron que dedicarse a “hacer chambitas” como vender ropa en las calles o a conocidos, lavar carros, limpiar muebles o también vender cacao, pinolillo y pinol que los familiares de sus amigos les mandaban desde Nicaragua. Sus compañeros de cuarto también lo recuerdan moviéndose en su patineta. De manera frecuente hacía viajes largos de 8 a 10 kilómetros desde su casa hasta el centro de San José para distraerse un rato.
“A él le gustaba andar en su patineta, le gustaba jugar futbol. A veces se iba a su trabajo en patineta y era una gran distancia, como 40 minutos”, recuerda Pedro, quien lo conoció en Costa Rica. De vez en cuando lo mirábamos triste, comenta, “me hablaba de la muerte de su papa y las dificultades que vivió y también siempre mencionaba a su hermana”.
Pedro dice que ambos, en medio de las dificultades, estaban dispuestos a continuar con sus estudios. “Estábamos casi por estudiar, solo estábamos esperando que nos mandaran las notas selladas de la Cancillería de Nicaragua para acá y así nos pudieran aceptar en la escuela. Lo que él quería era llegar a ser profesor de Filosofía o Lengua y Literatura de la UNAN”.
El día del paseo
El domingo 16 de junio Pedro y Josué fueron a un centro recreativo como parte de un paseo que organizó una escuela de la localidad. Él y Pedro fueron invitados por unos amigos y se unieron al grupo de la excursión. A la hora de regresar Pedro y otros jóvenes buscaron a Josué por aproximadamente una hora sin encontrarlo. Al regresar sin él, un joven les dijo que lo habían visto a la orilla de una acera.
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Pedro fue hasta el lugar acompañado de un vecino que le dio raid y lo encontró en el suelo vomitando. A la par estaba un recipiente de cloro y una manguera. Dos oficiales de la fuerza pública lo custodiaban. Pedro llamó a la ambulancia, pero no llegó. Pidió a los oficiales que lo trasladaran, pero le dijeron que estaba prohibido, por lo que decidieron llamar a un Uber, sin embargo, los conductores se rehusaron a llevarlo por el estado en que se encontraba Josué. Hasta que el joven que había trasladado a Pedro hasta el lugar los llevó de regreso a la casa.
“Cuando lo trajeron yo pensé que estaba borracho”, dijo Richard, lo llevé al baño para bañarlo, pero miré que los dedos de la mano se le pusieron morados, después vinieron unas personas que le tomaron el pulso y les dijeron que estaba bajo” por lo que decidieron llevarlo al hospital Marcial Fallas. Luego de esperar los resultados y de dar declaraciones a unos oficiales de la OIJ que llegaron, los doctores les dieron la noticia de que Josué había fallecido. “Los oficiales le preguntaron a la doctora si (Josué) presentaba contusiones y les dijo que no, que parecía ser una intoxicación”, relata Richard.
El resto del día fue muy difícil para los jóvenes. Con limitaciones económicas no encontraban la manera de moverse, pagar gastos de funeraria y luego el traslado del cuerpo hacia Nicaragua. Lugar donde “Micky” les decía que anhelaba regresar. Para su suerte las personas del barrio donde vivían y otros voluntarios anónimos ayudaron emocional y económicamente, también con lo pertinente al velorio y traslado hacia la frontera con Nicaragua.
Para el cuerpo pudiese retornas a Nicaragua alguien debía acompañarlo, como ningún familiar vivía con él, Richard, por ser el mayor se ofreció a acompañar los restos de su amigo. “Yo sinceramente estaba con miedo. Porque, soy exiliado, pero él era mi amigo, mi hermano. Por eso me arriesgue en ir hasta allá”. Ya en la frontera, Richard se preparaba para hacer la entrega del cuerpo de “Micky” a una de sus hermanas. Dice que los oficiales nicaragüenses le decían que cruzaran la línea, pero él se rehusó, debido a que observó que otros oficiales y personas de civil lo estaban fotografiando. Al final la entrega se dio del lado costarricense mientras Richard era acompañado por oficiales de ese país. Entre las cosas que entregó estaban sus pertenencias, la patineta que siempre usaba y una bandera de Nicaragua con la firma de los que lo conocieron en vida y quienes asistieron a su vela en San José.