La mañana del 20 de abril de 2018, Álvaro Manuel Conrado Dávila se levantó con el objetivo de asistir a las protestas cívicas de Managua, las cuales ya llevaban tres días «sacudiendo» a todo el país. Aunque sus padres le habían dicho que «no tenía edad para andar eso», la naturaleza del joven de ayudar a los demás le impidió ignorar la voz del pueblo de exigir justicia y democracia a una dictadura muda, ciega y sorda.
Vestido con jeans azules y una chamarra roja de rayas, «Alvarito», como era conocido por sus seres queridos, esperó que su papá se fuera a trabajar y luego salió de su casa, junto a dos amigos, rumbo a una concentración de estudiantes que estaban manifestando en los alrededores de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI).
El ambiente que permanecía era sofocante y abrumador para los estudiantes, ya que la Policía Nacional y paramilitares orteguistas se habían tomado el último piso del Estadio Nacional Dennis Martínez. Desde las alturas, les «disparaban a matar» a los protestantes desarmados, que intentaban defenderse y huir de los incesantes balazos.
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Al ser pequeño, ágil y un reconocido atleta del Instituto Loyola, Alvarito se encargó de acarrear botellas de agua y bicarbonato de sodio, que servían para contrarrestar los efectos de las bombas lacrimógenas lanzadas por las fuerzas represivas. El joven tenía que entrar a las zonas de peligro y, «como un rayo», salir otra vez para traerles más provisiones a los protestantes.
Sin embargo, la voluntad y la solidaridad del joven fue apagada tortuosamente cuando un proyectil de arma de fuego impactó en su cuello, dejando a su paso graves lesiones en la tráquea y el esófago. Alvarito, de 15 años, cayó al suelo y, casi de inmediato, un grupo de estudiantes se acercó para socorrerlo.
«¡Me duele respirar! ¡Me duele respirar!», exclamó el joven, mientras los universitarios intentaban tranquilizarlo y le aseguraban que todo estaría bien. En vídeos difundidos en las redes sociales, se escucha cómo Alvarito, con dificultad, logró pronunciar su nombre y apellido para que todo aquel que lo escuchara supiera quién era él y no lo olvidara.

Uno de las personas que se encontraba en la marcha ofreció su camioneta Van para trasladar al joven al hospital Cruz Azul, ubicado a cinco minutos de la UNI. Pero cuando los médicos notaron las pañoletas azul y blanco en el cuello y cabeza de los manifestantes, se negaron a atender a un Alvarito que luchaba con todas sus fuerzas para mantenerse vivo y que pedía a los manifestantes que «no lo dejaran dormir».
Sin perder el tiempo, los protestantes llevaron al muchacho al hospital Bautista, donde sí fue recibido. Los doctores pasaron tres horas y media atendiendo a Alvarito, pero no pudieron salvarle la vida. El cirujano a cargo de la operación dijo a la familia que el joven «murió desangrado» y que «pudo haber sobrevivido si hubiera recibido asistencia médica en el primer hospital».
La muerte del estudiante Alvarito Conrado estremeció a todo el país y miles de manifestantes utilizaron la frase del «niño mártir» como un emblema por la lucha y la libertad, exigiendo que se hiciera justicia en su caso y que se detuvieran los crímenes de lesa humanidad en Nicaragua.
Alvarito, el joven que murió ayudando
Alvarito Conrado estaba en cuarto año de secundaria. Según la información proporcionada en el Museo Virtual AMA y No Olvida, era un alumno destacado por «su rendimiento académico, su solidaridad hacia sus compañeros y su participación en actividades deportivas y culturales». El joven tomaba clases de guitarra de lunes a viernes y los sábados asistía a clases de inglés.
El muchacho tenía mucha resistencia, destreza que le había permitido ganar tres medallas en carreras de 200 y 400 metros. «Como era el más pequeño del equipo competía con jóvenes mayores que siempre le ganaban. Si quedaba en segundo lugar, su profesor le decía que no se preocupara, porque cuando compitiera con otros de su edad estaría preparado para ganar».
Álvaro José Conrado Avendaño, padre del joven, dijo al Museo que cuando Alvarito se graduara de la secundaria, quería gestionar una beca para estudiar en la Universidad Centroamericana (UCA). «Pensaba estudiar contabilidad porque era bueno en matemáticas, le gustaba la física y no tenía problemas con la química», contó el padre.

Su mamá, Lizeth Dávila Orozco, mencionó que la segunda opción de Alvarito era estudiar Derecho, «porque alegaba y defendía lo que creía justo». «Él quería siempre tener la razón, nadie le ganaba. Sus amigos le decían que estudiara esa carrera porque era hablantín y pleitisto», agregó.
En sus ratos libres, a Álvaro le gustaba andar en patineta, jugar videojuegos y ver anime. También era una gran fanático de Harry Potter, sus padres contaron que «se sabía de memoria las ocho películas y las volvía a ver continuamente».
Dávila Orozco describió a su hijo como «un chavalo bastante humilde, no era exigente y se preocupaba por sus amigos, cuando los veía tristes, los animaba. Era risueño, solidario, ‘platicón’ y la profesora le decía que era un ‘levanta-masas’, porque siempre hablaba y discutía en la clase lo que ella planteaba. Defendía sus ideales y a los más débiles y ayudaba a los compañeros que tenían dificultades para que salieran bien en clase».
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Una de las razones por las cuales Alvarito decidió unirse a las protestas cívicas fue porque «se molestó cuando vio en la televisión que estaban golpeando a los viejitos y preguntó por qué estaban haciendo eso». «Pensó en su abuelita y se puso muy incómodo», expresó la madre.
Hasta la fecha, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo sigue sin responsabilizarse por la muerte del joven y los más de 350 nicaragüenses que fueron asesinados durante el estallido sociopolítico de 2018. A seis años de su fallecimiento, la voz de Alvarito Conrado resuena en la mente y corazones de la población, como un recordatorio de que a Nicaragua «aún le duele respirar».