El próximo 12 de mayo, allá, lejos de su tierra, en la concatedral de Santo Tomás Moro, cuando el obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez, imponga las manos sobre el diácono Raúl Antonio Vega González y pronuncie la oración consagratoria, habrán quedado atrás años de trabajo y constante búsqueda de la consagración a la vida de la Iglesia católica. A partir de ese momento será el padre Raúl Vega, el niño, el joven, el hijo, hermano, amigo, el expreso político y desterrado por la dictadura Ortega-Murillo que decidió dedicar su vida a la predicación del evangelio y a la búsqueda de justicia para su pueblo.
Nació hace 27 años, un tres de junio de 1995 en Las Tunas, una pequeña comunidad rural de Ciudad Darío, en el departamento de Matagalpa. Ahí en un paisaje a veces árido, a veces verde, creció, según sus propias palabras, en un ambiente familiar en el que las relaciones interpersonales eran «muy buenas».
El carácter bondadoso, amable pero a la vez enérgico y disciplinado de «Raulito», tal como lo conocen sus familiares y sus amigos desde niñez, se forjó gracias a haber crecido en una familia muy unida, con unos padres que le enseñaron a amar la fe. «Un ambiente familiar integrado por el cariño de mis padres como fruto de la bendición del Señor en nuestro hogar», afirma el diácono Vega en una conversación con Artículo 66, en la que contó detalles de su vida.
Con su ordenación sacerdotal se cierra una etapa de su vida que representó mucho trabajo, dedicación, sacrificio y dolor en nombre de la fe, según lo describe él mismo. Un camino que inició cuando tenia 13 años, allá en su natal Ciudad Darío y que lo llevó a trabajar al lado del obispo de la Diócesis de Matagalpa, Rolando Álvarez, con quien desafió la censura y los ataques contra la Iglesia católica emprendidas por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo, al punto de ser secuestrado por la Policía orteguista junto a su pastor y luego encarcelado arbitrariamente, para finalmente ser desterrado y privado de su nacionalidad.
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Antes de llegar al seminario, cuenta el religioso, su vida fue como la de un joven cualquiera, entre vecinos, amigos y amigas, compañeros de clases y juegos infantiles. Incluso hasta con «enamoraditas», según lo cuenta. Aunque “novia como tal, no, porque no era una relación formal, pero sí enamoradas”. Fue en ese tiempo que visitaba la pequeña Iglesia de su comunidad a menudo. En ese templo rural, llamado Sagrado Corazón de Jesús, de las Las Tunas, empezó a sentir atracción por la vida religiosa cuando veía a los sacerdotes que llegaban a celebrar, oficiando la misa.
Mientras estudiaba los tres primeros años de la primaria en la escuela de su comunidad y luego los otros tres en la escuela de Santa Isabel, seguía yendo a misa y seguía sintiendo la «cosquilla» de la vocación sacerdotal.
Sin embargo, fue cuando ingresó a la secundaria en el Instituto Nacional Rubén Darío, de Ciudad Darío, que tomó muy en serio esa cosquillita de fe. El Diácono Vega recuerda que, como parte del proceso de incubación de su vocación, definió que era necesario dedicarse a sus estudios secundarios. «Fui poco de ir a fiestas, me gustaba recrearme con mis amigos de mi comunidad, salir con mi padre a su trabajo, aprender de ellos. (Era) un joven de campo, aprendiendo un poco del trabajo de campo y estando con mi familia siempre, me gustaba ir a la Iglesia e ir a ver jugar béisbol», recuerda.
El pronto sacerdote Vega aclara que su vocación religiosa no fue repentina, pues desde muy pequeño le atraía la vida hacia el ministerio sacerdotal. «Me encantaba ver cómo el sacerdote celebraba la misa. La idea de ser sacerdote parecía ser minúscula pero con el tiempo se fue afianzando más y más», confiesa.
Fue cuando estaba en el tercer año de secundaria que se le reveló en su corazón que aquel sentimiento de su niñez hacia el ministerio sacerdotal seguía presente. No obstante, esperó a bachillerarse y con 17 años sintió que era el momento de darle «una respuesta a Dios» y así lo hizo. Tomó su diploma de bachiller y se avocó a vivir un año que denominan «discernimiento vocacional». En ese periodo sintió que su decisión no tenía vuelta atrás y por ello en el 2013 ingresó al Seminario Menor San Luis Gonzaga, en Matagalpa, no sin antes haber tenido una seria plática con su párroco, quien con palabras de ánimos le dio el «último empujón» para ir al seminario.
No todo ha sido fácil ni rápido para llegar a ese 12 de mayo en el que finalmente será ordenado sacerdote. Cuando se presentó en el Seminario Menor San Luis Gonzaga, como todos sus compañeros vivió la «dura experiencia» de apartarse de su familia, algo que, según reconoce ahora, le costó un poco. En su nuevo hogar religioso fue recibido en ese entonces por el rector, presbítero Edwin Rodríguez.
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Su vida en el seminario fue de estudios, dedicación y trabajo hasta que fue ordenado diácono y puesto a trabajar al lado del obispo Álvarez. Su vida personal y religiosa recibió un terremoto de prueba de fe… los primeros días de agosto de 2022, la Policía del régimen rodeó la Curia Episcopal de Matagalpa, manteniendo en calidad de «rehenes» al propio obispo y a varios religiosos entre los que estaba el diácono Vega.
El 19 de agosto, las fuerzas represivas de la dictadura finalmente asaltaron la casa religiosa y sustrajeron por la fuerza a los ocupantes. El 27 de enero pasado el Poder Judicial subordinado al dictador Ortega, representado en este caso por la jueza Nadia Camila Tardencilla, titular del Juzgado Segundo Distrito de los Penal de Managua, en un juicio plagado de nulidades y pruebas falsas, declaró culpables por el supuesto delito para cometer menoscabo a la integridad nacional y propagación de noticias falsas a cuatro religiosos, entre ellos al diácono Vega.
Los otros condenados fueron los sacerdotes Ramiro Tijerino, rector de la Universidad Juan Pablo II y encargado de la parroquia San Juan Bautista; José Luis Díaz y Sadiel Eugarrios, primer y segundo vicario de la catedral San Pedro, de Matagalpa, respectivamente.
Seis meses estuvo el la cárcel el joven religioso, lo que para él fue una prueba de fe, un proceso que sacó a relucir la fuerza de su vocación de servicio y dedicación a la vida sacerdotal. Ahora, en un rápido recuento de su vida, el muchacho que salió de Las Tunas para dedicar su vida a la Iglesia, cree que no hay mejor momento para su ordenación.
Ya cumplió con el tiempo que pide el Derecho Canónico y por ello decidió hablar con las autoridades correspondientes de la Diócesis Pensacola, Tallahassee, EE.UU. en la que está actualmente tras su destierro, para empezar a organizar la ceremonia de ordenación. El obispo de esa Diócesis le notificó oficialmente que podía proceder con los preparativos. «Lloré, porque es algo que he esperado toda mi vida. Una vida llena de sacrificio, de dolor, pero ahora con gozo y satisfacción de recibir indignamente el sagrado orden sacerdotal. «Vale la pena ser sacerdote», agrega.
El acto religioso de su ordenación será ofrecido al pueblo de Nicaragua, sus padres, hermano y familia y a la Iglesia de Nicaragua. «A pesar de las adversidades de la vida, estar preso y ver preso a quien me ordenó diácono de la Iglesia (monseñor Álvarez), me inspira ordenarme, en una Iglesia martirial, una Iglesia sacrificial que a pesar de las fuerzas humanas sigue viva, presente y velando por el pueblo. Ver el testimonio vivo de mi obispo es hoy un signo eficaz de la Iglesia particular y del mundo entero. Es un mártir profeta encarcelado», concluyó el religioso.
En tanto, la investigadora Martha Patricia Molina, autora del estudio, «Nicaragua, ¿Una iglesia Perseguida?», al referirse a la próxima ordenación sacerdotal del diácono Raul Vega, opinó que la persecución que ha emprendido la dictadura Ortega-Murillo contra la institución religiosa y sus líderes, lejos de atemorizar a los religiosos ha fortalecido su convicción y espíritu de servicio, lo que ejercen aunque se vean obligados al destierro o al exilio.
Destacó que es un simbolismo de resistencia y una bendición que sea el obispo auxiliar de Managua en el exilio, Silvio José Báez, quien lleve a cabo la celebración de la ceremonia de ordenación del religiosa.
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Aclaró la estudiosa que el diácono Vega debió ser ordenado en Nicaragua y por su obispo Álvarez, pero ante la represión ejercida por la dictadura Ortega-Murillo y el arresto injusto del jerarca, el joven sacerdote tendrá que hacerlo en el lugar hasta donde llegó tras el destierro.
Por su parte, el obispo Báez, que será el encargado de imponer las manos y decir la oración sacramental en la ordenación del diácono Vega, al anunciar la ceremonia señaló que para él es motivo de «inmensa alegría» conferir la ordenación sacerdotal al diácono Raúl Vega, de la Diócesis de Matagalpa, excarcelado político y exiliado nicaragüense.
«¡Su ordenación es un hermoso signo de esperanza para la Iglesia y el pueblo de Nicaragua!», señaló el líder religioso exiliado. Y agregó que él junto con Raúl Vega, «ofrecen esta ordenación a Nicaragua y a la Diócesis de Matagalpa».