Por: Sacerdote católico Pedro Lanzas
El próximo 18 de abril conmemoramos cinco años del despertar de la conciencia del pueblo de Nicaragua. Años de asedio, persecución, exilio y muerte. Un tiempo que nos invita a la reflexión y a dar un salto de calidad en las luchar libertarias. Un momento propicio para tomar conciencia sobre la importancia de la unidad del pueblo y la comunión eclesial de los católicos.
La figura que nos invita a dar ese salto, sin duda alguna, es monseñor Rolando Álvarez; un obispo valiente y decido a poner por encima de sus intereses personales y de su opción religiosa el futuro de los nicaragüenses. Cuando toma la decisión de no subir al avión junto con los 222 presos que lo trasladaría del encarcelamiento político a los EE.UU.: «Me quedo en Nicaragua para pagar la condena de todos ustedes«, afirmó sin ambigüedad. Una actitud valiente.
Noticia relacionada: Lesther Alemán: Ortega «encerró» a monseñor Álvarez para «silenciar las verdades incómodas»
Monseñor Rolando, con su ejemplo de solidaridad, se ha convertido en el profeta de todo un pueblo. Su silencio es un grito reclamando justica y libertad, es la voz que resuena en miles de conciencias de distintas confesiones religiosas y diferentes ideologías. Esta voz no puede ser «apagada» o simplemente “manipulada”, para convertirla en la voz de “nuestro profeta” bajo consignas puritanas, con el propósito de liberarlo de intentos de manipulación por determinados grupos ideológicos o políticos, con los que no queremos ni nos gusta identificarnos.
Hoy, que conmemoramos el martirio de Monseñor Romero, me viene a la memoria una frase de Juan Pablo II: «Romero es nuestro, de la Iglesia». Con esta expresión el Papa quiso apropiarse del liderazgo, que el profeta y mártir salvadoreño había alcanzado dentro y fuera de la Iglesia entre movimientos eclesiales críticos con la jerarquía católica y sobre todo, como profeta, en los movimientos sociales de distintos signo. Romero, mucho antes de su canonización oficial, y a pesar de los intentos promovidos por la jerarquía eclesiástica salvadoreña de marginar su figura y olvidar su testimonio, ya había sido reconocido como profeta y mártir. En la voz de Don Pedro Casaldáliga, ya había sido canonizado por el pueblo.

No repitamos los mismos errores, ahorrémonos las críticas y sobre todo manifestemos nuestra solidaridad con el pueblo. Nicaragua necesita un signo de unidad para enfrentar adecuadamente los graves problemas que estamos viviendo. Superemos nuestras actitudes sesgadas, y demos un paso adelante en el proceso de solidaridad. Monseñor Álvarez no es solo un pastor de su Iglesia, es un profeta del pueblo. No reduzcamos su dignidad.
El evangelio en el capítulo 9 de San Marcos versos 38 al 40, nos da a conocer la mentalidad mezquina y cerrada de la de aquellos que ven en el otro una amenaza por el simple hecho de no ser de los suyos. Esta mentalidad se cuela con frecuencia en nuestras comunidades y poco tiene que ver con la praxis histórica de Jesús que, precisamente por esto, reprocha a sus discípulos esta actitud exclusivista.
Noticia relacionada: Encarcelamiento a monseñor Álvarez será expuesto ante tribunales internacionales
Aunque es breve, el texto nos ofrece claves de discernimiento a la hora de juzgar y valorar tantas acciones buenas que se realizan en nuestro mundo, sin siglas de partidos o grupos, sin etiquetas; o al menos sin la nuestra. Más que buscar lo que nos separa, o nos diferencia “del resto”, Jesús nos invita a buscar los lugares comunes que posibilitan la comunión: y hacer el bien, es el lugar común de encuentro para la humanidad, ya que todos, creados a imagen y semejanza del Dios. Trabajemos juntos, no seamos un obstáculo. Hoy, más que nunca necesitamos la cooperación de todos, el trabajo en equipo, en red para enfrentar los problema y hacer crecer las semillas del Reino de amor y justicia.
Jesús conocía el pensamiento de sus discípulos y responde: “El que no está contra nosotros es de los nuestros”. Supera la visión sesgada de los discípulos para abrirse a la solidaridad con los que sufren, padecen necesidad, con los pobres. Este es el proyecto de Jesús que supera las líneas institucionales de cualquier comunidad cristiana y de su misma Iglesia. No lo olvidemos. La Iglesia está o se pone al servicio del Evangelio, o no es la Iglesia de Jesús. Y más aún, el signo que nos identifica como seguidores del profeta de Nazaret no es la institucionalidad de “su Iglesia”. Lo presenta con mucha claridad Jesús en el capítulo 25 de Mateo: “Tuve hambre y me dieron de comer, sed y me dieron de beber, estuve enfermo y en la cárcel y me visitaron”.

En otra ocasión Juan le dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros”. Pero Jesús les dijo: “No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros”.
Noticia relacionada: Monseñor Álvarez está en «peligro de muerte», denuncia el Cenidh
No caigamos en esta mezquindad de creernos dueños del nombre de Jesús o de su poder. ¿Estoy criticando, o pongo trabas para que otros hagan el bien?
Lo más contrario al proyecto de Jesús es creerse dueños de la verdad y de la conciencia de la gente. Veamos la actitud de Jesús, cuando cura a un enfermo, no los pide que se incorporen a su comunidad. Más bien les dice: «Vete tu fe que ha sanado». A la mujer pecadora: «Vete y no peques más». Jesús no vino hacer proselitismo a para incorporar a la gente a «su Iglesia». Vino a hacer el bien sin poner otro interés en su forma de actuar.