La historia de los últimos 50 años de Nicaragua no se puede contar sin mencionar a Daniel Ortega, el eterno «líder» del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), un movimiento insurreccional que se formó en el fulgor de la década de 1970, para derrocar a la otra sangrienta dictadura de los Somoza.
El caudillo sandinista gobierna el país desde 1979 en diversos periodos, pero desde 2007 de forma ininterrumpida y bajo fuertes señalamientos de fraudes electorales que le aseguraron su permanencia en la primera magistratura del Estado. Su esposa y copresidenta, como él mismo le ha llamado, también se ha entronizado en la Presidencia como segunda al mando y vocera del régimen dictatorial, constituyendo una auténtica dinastía familiar, nada distinta a la de los Somoza.
Noticia relacionada: EE. UU. impone más sanciones el día en que Ortega se entroniza en la Presidencia
Ortega se atornilló oficialmente en la Presidencia desde 1984, año en el que se realizaron las primeras elecciones «democráticas» en Nicaragua desde la caída de la dictadura dinástica en 1979. En ese mismo año los sandinistas tomaron el poder a través de una Junta de Reconstrucción Nacional, liderada por Daniel Ortega.
La asunción al poder
El cuatro de noviembre de 1984 fue la primera vez que el nombre de Ortega apareció en una boleta electoral junto al FSLN. Aunque la oposición hizo una campaña para que la población no asistiera a las urnas, el 75% de los aptos para votar, cerca de de 1,2 millones de nicaragüenses, ejercieron su derecho al sufragio universal.
En ese año Ortega fue electo por primera vez para ocupar la jefatura de Estado de Nicaragua y gobernaría de 1985 a 1991. Fue electo con el 67% de los votos válidos, casi 736 mil votos. El FSLN ocupó 61 de los 96 diputados, lo que le valió el control absoluto de la Asamblea Nacional.
Los comicios generales fueron considerados creíbles, justos y democráticos por la Comunidad Económica Europea, Canadá e Irlanda, pero no contó con el reconocimiento de Estados Unidos, país que financió la contrarrevolución.
En febrero de 1990 Ortega pretendía obtener un nuevo período de forma consecutiva en el poder, pero doña Violeta Barrios de Chamorro le derrotó en las urnas en febrero de ese año. El «comandante» se sentía confiado y adelantó las votaciones nueve meses. En abril le tocaría entregar la Presidencia y durante dos meses dejó al país en ruinas: endeudado y saqueado.
Noticia relacionada: CSE adjudica el 75.87 % de votos a Ortega y Murillo. Les otorga cinco años más en el poder al matrimonio presidencial
La madrugada del 26 de febrero, un día después de las elecciones, Ortega aceptó la derrota y sentenció que «gobernaremos desde abajo». Su frase se volvió una advertencia que marcó los mandatos de Violeta Barrios, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños. Por 16 años se dedicó a realizar asonadas, marchas y protestas violentas para desestabilizar a los gobiernos prodemocráticos.
Pactos y repartición del poder
Ortega se presentó el 20 de octubre 1996 para competir otra vez por la silla presidencial, ahora contra el candidato de la Alianza Liberal que encabezó el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) con Arnoldo Alemán. Años más tarde Ortega pactó con Alemán y se repartieron los poderes del Estado, lo que supuso el bipartidismo en Nicaragua. Además, bajó el techo a 35% para ganar en primer vuelta.
Alemán fue el segundo nicaragüense que venció a Ortega en las urnas. Obtuvo el 51% de los votos válidos con 896 mil 207 votos y ubicó a 41 diputados en la Asamblea Nacional. Este fue el segundo gobierno liberal que derrotó al candidato del FSLN en los comicios presidenciales. Alemán fue acusado de corrupción y se salvó de la cárcel por su pacto con Ortega.
Con un pacto recién nacido entre su antiguo contrincante en las urnas, Ortega se volvió a postular a la Presidencia por tercera ocasión. Esperaba ganar, pero el vicepresidente de Alemán, Enrique Bolaños Geyer, fue nominado por el PLC y se alzó con la victoria con el 56.31% de los votos válidos, más de 1 millón 228 mil nicaragüenses decidieron que el liberalismo siguiera en el poder, y Ortega nuevamente fue tumbado a la lona pero mantenía sus turbas violentas listas para forzar al nuevo gobernante a negociar su sobrevivencia política.
La Asamblea Nacional se dividió por la ruptura de Bolaños con el PLC y las investigaciones por corrupción contra Alemán. El entonces diputado Daniel Ortega y los antiguos aliados de Bolaños le bloquearon todas las propuestas. No lo dejaron gobernar.
El retorno a la Presidencia
El 5 de noviembre de 2006 Ortega fue por cuarta vez candidato a la Presidencia Nicaragua, siempre bajo la bandera del partido rojinegro. En ese año sí ganaría las elecciones tras lograr la división del liberalismo. El caudillo del FSLN llegó confiado a las urnas y fue electo con el 38 % de los votos válidos, el techo histórico del partido. Ese porcentajes es apenas tres puntos encima del mínimo para ser electo en primera vuelta.
Los dos candidatos liberales, Eduardo Montealegre y José Rizo, lograrían juntos el 55% de los votos. Los conflictos de los liberales ubicaron a Ortega como el presidente de la minoría. Con el voto favorable de 854 mil 316 inició su primer periodo el 10 enero de 2007.
Ese día comenzó el deterioro sistemático de la independencia de los poderes del Estado. Ortega poco a poco acaparó todo el poder y sepultó la democracia. En 2009 la Corte Suprema de Justicia (CSJ) declaró inaplicable el artículo 147 de la Constitución Política que prohibía la reelección y Ortega destrababa los candados para quedarse hasta que se muera en el escritorio presidencial.
Reelección indefinida en todos los niveles
Ortega fue candidato a la reelección en el 2011, y con la oposición dividida volvió a ganar las elecciones presidenciales con el 62.46% de los votos válidos. El proceso fue vigilado por 200 observadores internacionales de la Unión Europa, la Organización de Estados Americanos (OEA) y un grupo de expertos latinoamericanos. El Poder Electoral no acreditó a observadores nacionales.
En este periodo, en 2014, Ortega reformó la Constitución Política de la República y con el dominio completo de la Asamblea Nacional logró sus intenciones de reelegirse indefinidamente y atornillarse en la silla presidencial, ya con nueva constitución y sin recurrir al truco anterior de declarar inconstitucional la Constitución.
El domingo 6 de noviembre, Daniel Ortega, otra vez, fue por la reelección. Nuevamente la oposición está fragmentada y, en medio de acusaciones de fraude, se alzó con la «victoria» en las urnas. Este año no se permitió la observación electoral internacional ni nacional.
Con el 72.44% de los votos válidos fue electo presidente de Nicaragua por cinco años más, sumando 15 años en el poder de forma consecutiva. Previo a las elecciones, a través de la CSJ arrebató la personería jurídica a Eduardo Montealegre, el líder opositor que encabezó la Coalición Nacional por la Democracia (CND) que llevaba como candidato presidencial a Luis Callejas y la fórmula era Violeta Granera, actual presa política.
En 2018 Ortega cometió crímenes de lesa humanidad, según el Grupo Internacional de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), al aplastar las protestas sociales que iniciaron por la inacción del Gobierno ante el incendio en la Reserva Indio Maíz y luego por las reformas fallidas al seguro social.
La represión estatal dejó un saldo de 355 fallecidos en el contexto de las manifestaciones y una crisis sociopolítica y económica que se ha extendido hasta estas nuevas elecciones generales.
Candidatos presos
Daniel Ortega selló su tercer periodo a la Presidencia de Nicaragua para las elecciones generales de 2021. En medio de un ambiente de represión, hostigamiento, persecución y cárcel, junto a Rosario Murillo -su esposa y vicepresidenta- eliminó a la oposición y se ubicó como el único candidato con posibilidad de ganar el siete de noviembre. Así lo hizo con más del 70 % de los votos válidos y apañado por un grupo de satélites políticos que se travisten para simular ser opositores. Todo el mundo sabe que son comparsa y trabajan para el dictador.
Estas votaciones fueron catalogadas por Estados Unidos y la Unión Europea como «fraudulentas» e «ilegítimas» por el encarcelamiento de siete candidatos presidenciales, líderes de oposición, estudiantes, campesinos, empresarios, defensores de derechos humanos, ex diplomáticos, periodistas y sacerdotes. Todos son acusados de «traición a la patria».
Además, se aprobó una serie de leyes regresivas que inhibe a los opositores para postularse a cargos de elección popular y criminaliza el uso de las redes sociales. El CSE anuló la personería jurídica a tres partidos políticos opositores, sacando de la competencia a los principales grupos que tenían como precandidatos a los personajes con la opinión mas favorable de intención de voto.
Daniel Ortega cumplió este 10 de enero 27 años en la Presidencia, atornillado en el poder y con 77 años de edad a cuestas. Su familia tiene el poder de un monopolio televisivo, radial, medios web y todo el negocio de los medios de comunicación para mantener un discurso de país «democrático».
Desde 2018 más de medio millón de nicas han abandonado al país a raíz de la crisis social, política y de derechos humanos que ha desembocado en una recesión económica que ha provocado un aumento de la inflación y la contracción del crecimiento.
En sus 27 años en el gobierno, Ortega ha representado la figura de un tirano sangriento, sin ningún tipo de careta. Es un dictador que ha destruido las instituciones y el estado de derecho. Ha encarcelado, ha asesinado a opositores e indiferentes, ha forzado al exilio a cientos de miles, ha perseguido a religiosos y ha impuesto cercos a la libertad de culto. Incluso, en sus años como dictador, ha perseguido a sus mismos militantes. En las cárceles y en el exilio hay decenas que un día lo defendieron, pero que con la mínima crítica se volvieron en «traidores de la Patria», porque sí, la Patria es Ortega y traicionar a Ortega se paga con sangre.