No los ven. No los llaman. Les prohíben hasta tener una fotografía de sus hijos o sus hijas. Tampoco pueden enviarles cartas ni recibirlas. La perversidad se manifiesta a su máximo nivel frente a la agonía de las personas presas políticas. Cinco de los 183 rehenes de conciencia llevan casi un año con contacto nulo con sus pequeños menores de edad. Uno más, Miguel Mora, tampoco puede estar cerca de «Miguelito», quien tiene discapacidad.
La decisión la tomó el régimen de Daniel Ortega. El «castigo» hacia sus oponentes lo ha trasladado a la tortura psicológica. Ensañado, en especial, contra las mujeres a las que sus emisarios martillan casi a diario tildándolas de «malas madres» por protestar contra la dictadura de Nicaragua y «abandonar a sus hijos».
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Por otro lado, al menos 16 prisioneros de conciencia, encarcelados en los diferentes sistemas penitenciarios del país, han decidido sacrificar la satisfacción de ver las caras de sus hijos. Los abusos no han tenido límites y en los penales esculcan hasta a niños de dos años. Otra violación más atribuida a la administración de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Ortega aplica una venganza contra sus opositores sin precedentes. La lejanía ha generado traumas en los hijos e hijas de los prisioneros. Unos conocen parte de la realidad que viven sus madres o padres y otros no entienden por qué no regresan. La pregunta en común es: ¿Cuándo viene mi papa? ¿Cuándo viene mi mama? ¿Por qué no me llama?
Artículo 66 conversó con los afectados por este atropello de la dictadura, que mientras pregona amor y paz, aleja a las familias.
«¿Cuándo vendrá mi mamá?», la pregunta que se repite el hijo de Suyen Barahona
La mañana del domingo, 13 de junio de 2021, fue el último día que Suyen Barahona pudo ver a su hijo, quien en ese momento tenía cuatro años.
Desde ese día, han transcurrido más de 11 meses. El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo se niega a que la presa política tenga el más mínimo ápice de comunicación con el menor. Ni una llamada, ni una fotografía, ni un dibujo y tampoco autorización para visitas.
«No hemos podido darle o mostrarle ni siquiera una foto de nuestro hijo. Mi hijo pregunta por ella (Suyen) casi todos los días y siempre trato de distraerlo, de contentarlo, pero es muy difícil para un niño de cinco años (cumplidos este 2022), entender por qué su mamá no está con él», relata César Dubois, esposo de Suyen Barahona.
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El pequeño, de amplia sonrisa y cabello rizado, estaba acostumbrado a pasar la mayor parte del tiempo con su madre. Suyen, presidenta de la Unión Democrática Renovadora (Unamos), a pesar de sus múltiples responsabilidades, disfrutaba compartir cada momento con su hijo y se esmeraba en cada detalle de su crecimiento y formación.
«Él asume que su mamá está trabajando o está de viaje, pero la pregunta es: “¿Cuándo regresa mi mamá? ¿Cuándo va a venir?», remarca Dubois.
El día en que mamá «desapareció»
La familia Dubois-Barahona antes de la detención arbitraria contra la opositora llevaba varias semanas bajo asedio, inclusive, a la entrada de la casa en la que se encontraban la Policía colocaba patrullas que impedían el paso y a los residentes les revisaban todo.
Desde ese momento, empezó el «calvario» para el pequeño, quien dejó de respirar libertad dentro de su propio hogar para convertirse en otro elemento a «vigilar» por los uniformados enviados por la dictadura de Nicaragua.
«No te acerqués al portón porque es peligroso», le insistían sus padres al niño. «A él le gustaba siempre caminar y correr donde vivíamos y por semanas le tuvimos que decir que no se podía acercar al portón. Él sentía ese ambiente de mucha presión e incertidumbre», dice César.
Ese domingo, «cuando los policías rompieron el portón para llevar a cabo el asalto criminal sin orden judicial», a como califica la pareja de Barahona ese suceso, «Suyen salió con las manos en alto y les dijo: “aquí estoy”. Inmediatamente, la metieron en la camioneta y se la llevaron. Los policías entraron amenazando a todo el mundo», subraya César.
A la vivienda, donde se encontraba el hijo de la pareja, la institución policial envió alrededor de ocho camionetas llenas de policías, todos armados y con perros.
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La «astucia e inteligencia» de Suyen impidieron que su hijo presenciara el momento de su detención, pero el niño no se escapó de las seis horas de «allanamiento» a su casa.
«Él (el menor) estaba asustado de ver a los policías armados en toda la casa: en la sala, en nuestra habitación, donde él jugaba, en todos lados. Meses después, él me seguía preguntando qué hacían esas personas en nuestra casa. ¿Por qué no se iban? ¿Por qué estuvieron tanto tiempo?», cuenta el esposo de Suyen.
«¡Fue una situación traumática! Él es un niño muy fuerte, muy valiente, muy inteligente, pero siempre hay un impacto. Siempre quedan cicatrices. Quedan traumas», agrega.
Suyen Barahona es uno de los rostros más visibles de la oposición. Desde antes de 2018, denunciaba las violaciones a los derechos humanos dirigidos por el Estado. En medio de la prohibición arbitraria a la protesta pacífica continuó su demanda con «piquetes exprés» por la liberación de los presos políticos, lista de más de 180 de la que ahora forma parte.
«Él sabe que desde ese día (13 de junio) su mamá desapareció y que desde ese momento no la hemos podido ver. No hemos podido hablar con ella. Es difícil explicarle y decirle: “Tu mamá está presa. Tu mamá es presa política. Tu mamá está detenida porque lucha por la libertad y la democracia de Nicaragua. Tu mamá luchó porque hubiera justicia. Tu mamá luchó para que hubiera un país mejor”», indica el padre del niño.
Sin fecha exacta
César acelera sus intentos por lograr la estabilidad emocional de su hijo. No hay día que juntos no recuerden a Suyen. Siempre le dice que su madre lo quiere mucho y que reza por él, lo mismo que asegura ellos hacen por ella. Las fotos donde están juntos tampoco faltan ni se apaga la esperanza de nuevamente estar unidos, como familia.
Tan solo tres semanas después de la captura de Suyen, Dubois buscó atención psicológica para su hijo.
«Estamos ganando tiempo. Esperando que crezca un poco más para decírselo. que tenga más herramientas para enfrentar ese momento. Nada llena el vacío de su mama», añadió César, apelando al régimen de Ortega a que se «ponga la mano en la conciencia» y termine con el suplicio de dividir aún más a las familias de las personas presas políticas.
Suyen, desde la Dirección de Auxilio Judicial, conocida como «El Nuevo Chipote», le mandó un mensaje a su hijo, el propio día que la jueza Ulisa Yahoska Tapia Silva la condenó por supuesto menoscabo a la integridad nacional.
«Parte de mi lucha es por mi hijo, para que sepa que hay que defender sus derechos», argumentó Barahona, quien permanece firme pese al aislamiento, torturas psicológicas y ruptura familiar a la que está sometida.
La familia de la prisionera de Ortega no ha parado de enviar «solicitudes innumerables para que al menos nos permitan pasarle una fotografía o viceversa, que ella le escriba o llame a su hijo», pero sus peticiones son engavetadas y no tienen respuesta alguna.
En casi 11 meses de cautiverio solo han autorizado siete visitas, todas vigiladas. Mientras el niño, desahoga la falta de su madre pintando o dibujando. «Siempre pinta a su familia. Pinta una casa, a su mamá, a mí, a él y a un perrito que teníamos. Su mamá está muy presente en su día a día», finalizó César.
Félix Maradiaga, dos años separado de su hija por la persecución de Ortega
Alejandra, la hija de Félix Maradiaga y Berta Valle, lo tiene claro: «Su papá trabaja salvando Nicaragua». Eso le ha expresado a su madre la menor de ocho años. Desde los seis no tiene contacto con su padre.
En un intento de protección, la familia Maradiaga-Valle acordó que debían desaparecer de Nicaragua. Lo primordial era la seguridad de la niña, de Berta, y de la mamá de Félix, Carmen Blandón.
«La represión estaba muy cerca de nosotras», acepta Berta Valle, quien posteriormente se convirtió en perseguida política del régimen de Nicaragua. «Vivíamos con mucha tensión. Fue una decisión familiar de separarnos para protegernos», recalca Valle.
En 2018, Félix Maradiaga se convirtió en uno de los políticos sobre el cual la maquinaria gubernamental enfiló su opresión en el contexto de las protestas sociales. El politólogo fue hasta víctima de golpizas por parte de fanáticos orteguistas. Ese año decidió salir del país junto a su familia. Pero en menos de 12 meses estaba de regreso, sin su hija y sin su esposa.
Maradiaga intentaba visitar a su familia refugiada en Estados Unidos al menos una vez por semana, pero las circunstancias cambiaron. A finales de febrero de 2020 lograron tener el último contacto presencial entre padre, madre e hija.
La combinación del cierre de fronteras por la pandemia del COVID-19, la confiscación de su pasaporte por las autoridades de Migración de Nicaragua y la imposición de «casa por cárcel de facto» limitaron la cercanía física de los Maradiaga-Valle.
Pero lo peor llegó el ocho de junio de 2021. Después de rendir declaración ante la Fiscalía fue interceptado por policías para detenerlo arbitrariamente. No se supo nada sobre su paradero en más de 40 días.
«Estaré en un lugar donde no tengo señal»
La «cacería» contra opositores se había reavivado desde mayo de 2021. El aspirante presidencial estaba convencido que él estaría en el radar del Estado y preparó a Alejandra para enfrentarse a ese escenario.
Una noche antes de su secuestro llamó a su «número uno», a como le llamaba de forma cariñosa a su hija. «Él (Félix) le dijo (a Alejandra) que iba a estar en un lugar donde no había señal telefónica. Que no la podría llamar todos los días a como usualmente lo hacía. No había noche en que él no la llamara para decirle “buenas noches, Alejandra”», recordó Berta Valle.
«Alejandra está enterada de las circunstancias en que está su papá. Ha sido un proceso muy doloroso», agrega.
Aunque la niña sabe que su padre es prisionero político desconoce la realidad que enfrenta. Alejandra asumía que su papá estaba en una especie de «hotel», pero sin conexión telefónica.
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La añoranza la ha arrastrado a episodios de ansiedad. Ante la falta de la figura paterna, su madre comparte con ella fotos o videos de Maradiaga. Eso le genera un alivio momentáneo para frenar su necesidad de al menos escuchar la voz de su papá.
Félix dejó grabados videos atemporales. En ellos, le desea las buenas noches a su hija, tiene otros para el día de su cumpleaños y algunos pasándole la buena vibra para que inicie con éxito el curso escolar.
Alejandra, con el tiempo, se ha aproximado más al entorno de su padre, quien lleva más de 11 meses como reo de conciencia y ya fue condenado a 13 años de prisión por supuesto «menoscabo a la integridad nacional».
Fue a través de la película infantil «Sing», que en su versión en español se titula Canta, que Alejandra relacionó que su padre estaba en prisión, aunque en su inocencia cree que está acompañado de otros amigos, entre los que ubica a Juan Sebastián Chamorro, Violeta Granada y Tamara Dávila, opositores que engrosan la lista de presos políticos electorales, todos prisioneros en la Dirección de Auxilio Judicial, pese a que ya se les dictó fallo de culpabilidad y con quienes Félix sostenía reuniones de forma frecuente.
Esa inocencia también la ha llevado a pensar que pese a la desnutrición que ha experimentado el aspirante presidencial tras los barrotes de «El Nuevo Chipote» se encuentra «disfrutando» de su comida preferida.
Berta confiesa que a Félix le fascinan el arroz y los frijoles. La hija de ambos asume que aunque su padre ha perdido peso se mantendrá bien en la cárcel «porque esa es su comida favorita». Mientras, su madre se traga su dolor para aminorar el sufrimiento de Alejandra.
Para explicarle que su padre ha perdido 50 libras de peso, recurre a fotos donde Félix estaba bastante delgado por los maratones frecuentes en los que participaba. Valle refiere que a toda costa intentan «disminuir la tragedia frente a los ojos de Alejandra».
«Ella sabe que él (Félix) está allí (en la cárcel), porque él está luchando por Nicaragua. Ella comprende que los presidentes de Nicaragua no son “personas buenas”, como ella dice; les llama “malvados” y sabe que estamos trabajando juntas para que su papá pueda salir de la prisión», resalta Berta, añadiendo que el síndrome de «nido vacío» ha llevado a la niña a temer que ella también se aleje.
Para Berta ha sido misión imposible mantener a su hija fuera de esa realidad. El vuelco en su vida que la llevó a compartir un espacio reducido y la «casa por escuela» no jugaron a su favor.
«Ella pregunta: ¿Por qué mi papá no me llama? ¿Por qué mi papá no está para mi cumpleaños? ¿Por qué mi papá no está en Navidad o x celebración?», relata.
Síndrome del abandono
En noviembre de 2021, Alejandra sufrió uno de los episodios más dolorosos. La separación obligatoria, en principio para protegerla y después por el encarcelamiento a su padre, la llevaron a padecer el «síndrome del abandono».
Sus temores la hicieron pensar que su madre, Berta Valle, también podía «abandonarla». Llegó al punto de no querer ir a la escuela. Su miedo radicaba en que su mamá «no la llegara a traer o que tuviese un accidente».
Valle acudió al psicólogo con su hija y la menor fue sometida a tratamiento psiquiátrico. En este tiempo, su familia ha evidenciado que la niña además tiene mayores dificultades para socializar con sus compañeros. Se desahoga llorando o dibujando.
«Lo que están haciendo con los menores de edad es sumamente cruel. ¡Cómo es posible que a los hijos e hijas de presos políticos no se les permita tener ningún contacto con sus padres o madres! Eso es parte de esa tortura psicológica que están empeñados en hacer contra las personas presas políticas», denuncia Berta, quien se ha convertido en una de las voces más reconocidas a nivel internacional ejemplificando la represión que padece Nicaragua.
En su estrategia intenta no hablar de forma constante sobre Félix. La abuela de la niña, además, impulsa a la menor «a ser inteligente, a leer y estudiar» como su padre, y disfruta contando anécdotas sobre la infancia del reo de conciencia.
El caso de Félix es igual al de los demás presos políticos. Pese a la insistencia con las solicitudes para que al menos se intercambien cartas o una llamada entre padre a hija, ninguna prospera. A todas las peticiones hacen caso omiso.
Valle apela a la conciencia y al recuerdo de Daniel Ortega cuando fue prisionero político o al «amor» que Rosario Murillo pregona hacia sus hijos. «Que traigan esas vivencias a la memoria para que sientan el dolor que nosotros estamos padeciendo como familiares. Si todavía les queda un poquito de humanidad, deberían reconsiderar la forma cruel e inhumana con que están tratando a los presos políticos, que solo da indicios de venganza», lamenta.