Como protector de la pantalla de su celular el doctor Danilo Madrigal andaba una foto en blanco y negro tomada en 1984 en Paris, Francia. Daniel Ortega viste un elegante traje y no su característico uniforme de comandante guerrillero de la guerra fría; y Madrigal, fallecido el 14 de mayo por Covid-19 en total abandono gubernamental, se distingue con su barba negra tupida. Fue un viaje oficial y él, que trabajaba en la embajada de Nicaragua en ese país europeo, sirvió de traductor al caudillo sandinista.
«Él se sentía orgulloso y fachenteaba con esa foto», dice Myrna Guerrero, viuda del doctor Madrigal. «Sacaba pecho con su comandante», remata.

«Por este personaje dio su vida Samuel Danilo Madrigal Fornos», dice triste y melancólica Guerrero una tarde de agosto en su casa, en una urbanización de clase media en las afueras de Managua.
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Madrigal vivió gran parte de su vida en Francia estudiando y preparándose y sirviendo a los intereses del gobierno sandinista. En los ochenta tuvo un puesto oficial en la embajada. Cuando Ortega perdió las elecciones en 1990 se regresó al país y fundó la facultad de derecho de la Unan-Managua con el doctor Alejandro Serrano Caldera.
Y con el retorno al poder de Ortega en 2007, también volvió a la embajada en Francia. Pero luego volvió al país y «lo pusieron» a trabajar en la oficina de relaciones internacionales de la Unan-Managua.

En 2018 cuando estallaron las protestas contra Ortega y la Unan-Managua fue tomada por estudiantes, Madrigal hasta casi lloraba de enojado. A Guerrero le decía que todo era un plan de la derecha y que monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, era uno de los cabecillas de la rebelión.
Fue tanto su enojo con los obispos que hasta se cambió de religión. Dejó de ser católico y se congregó en la Primera Iglesia Bautista de Managua, donde al inicio de la pandemia mostró su inconformidad, según Guerrero, cuando la dirigencia de la iglesia canceló los cultos presenciales y los trasmitían solo virtuales.
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«No existe ese coronavirus», le decía a Guerrero enojado. «Son mentiras de los medios de la derecha», ratificaba cuando los medios publicaban noticias sobre la pandemia.
Madrigal fue leal al discurso oficial, incluso cuando ya estaba enfermo con Covid-19 deambulando de hospital en hospital para que pudieron atenderlo.

Y ni su lealtad, le sirvió, según Guerrero, para que el gobierno reconociera oficialmente que murió de Covid-19.
La epicrisis que le entregaron en el Hospital Alemán dice que falleció por insuficiencia respiratoria. «Ni eso pudieron aceptar», cuestiona la esposa.
Pero «a mí me dijo un doctor del (Hospital) Vélez Paiz (donde lo internaron la primera vez), muy amigo de él porque era profesor de la Escuela de Medicina de la Unan, que había salido positivo de Covid», dijo Guerrero.
Las cifras ocultas
Ocultar las muertes y los contagios por Covid-19 ha sido una estrategia del gobierno de Daniel Ortega. Cuando todos los países tomaban medidas contra el coronavirus, Nicaragua no tomó ninguna y más bien se promovían aglomeraciones.
Esa estrategia oficial fue acompañada de una política de cero comunicaciones sobre el estado de la pandemia que ha cobrado millones de vidas en todo el mundo y ha puesto «patas arriba» la economía mundial.

Nicaragua ha tenido 5,887 casos positivos de coronavirus, según la información oficial contenida en el último informe del Ministerio de Salud, con 162 personas fallecidas.
Sin embargo, la información oficial llena de secretismo, a tal punto que la misma OPS ha mostrado sus preocupaciones, es cuestionada por expertos independientes.
El Observatorio Ciudadano del Covid-19 estimó que Nicaragua tenía hasta inicios de diciembre 11,557 casos sospechosos, con 2,822 personas fallecidas sospechosas de Covid-19.
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Los expertos independientes cuestionan al gobierno porque no dice cuántas pruebas han realizado para detectar el virus y más bien han centralizado la realización de pruebas y prohibido a hospitales y clínicas privadas practicarlas.
La estrategia ha sido sencilla: si un miembro de una familia se enfermaba con todas las sospechas de Covid-19, niegan las pruebas al resto de la familia, aunque presentaran síntomas de la enfermedad, según pudo confirmar Artículo 66 con dos familias con numerosos contagios y tres fallecidos.
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El 10 de mayo de 2020 don Octavio Zeledón, de 78 años, diabético y jubilado fue llevado por una de sus hijas a la emergencia del Hospital Sumedico, una clínica del seguro social. No podía respirar y en días previos le había dado fiebre, tos y dolor en todo el cuerpo. Eran los días que los hospitales estaban saturados y él no quería ir.
Zeledón sabía del caos que imperaba en los hospitales porque una semana antes había estado con su hijo menor enfermo en el Fernando Vélez Paiz con abundantes fiebres y dolores en el cuerpo. Nunca le dieron un diagnóstico positivo y a los días el hijo del anciano fue enviado a su casa. Sin recomendaciones. Sin medicinas. Sin nada.

«Si empeora, lo vuelve a traer», le dijeron. Las fiebres continuaron y una radiografía en una clínica privada unos días después confirmó un nivel de neumonía. Para entonces ya Zeledón sentía dolor en todo el cuerpo y fiebre.
Cuando su hija lo llevó al hospital su oxígeno en la sangre había bajado hasta 89 (cuando ya baja de 94 es peligroso, dicen los médicos) y el anciano luchaba incansablemente para captar oxígeno en cada respiración. Lo dejaron internado y nunca más su familia volvió a verlo. 11 días después Zeledón había muerto.
Para entonces sus tres hijas mayores, un nieto y su esposa de 75 años, diabética e hipertensa, habían enfermado en la casa. Su hija mayor, la que lo llevó el 10 de mayo al hospital, sobrevivía con un tanque de oxígeno a 10 litros por minutos en una habitación de su casa con un médico privado atendiéndola por teléfono.
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Nunca tuvieron una visita del Ministerio de Salud, solo el «Seguimiento Responsable» por teléfono que mencionaba todos los días la vicepresidenta Rosario Murillo por teléfono.
—¿Cómo amaneció hoy? — preguntaba todos los días una voz femenina del otro lado del teléfono.
—Mal: con fiebre, dolor en todo el cuerpo y dificultad para respirar— contestaba la enferma con dificultad para hablar por las mangueritas conectadas a su nariz llevándole el oxígeno que sus pulmones no eran capaces de captar del aire.
—¿Cuánto le marca el oxímetro? —.
—94—.
—¿A cuántos litros por minuto? —.
—A 10—.
—¿Qué está tomando? —.
Las mismas preguntas se repitieron todos los días durante tres semanas. Pero jamás el Minsa llegó a tomarle muestras para hacerles pruebas de coronavirus a la familia entera que se contagió.
Y esta familia no fue la única…
Josué Almanza debió ser de los primeros contagiados de Covid en Nicaragua. Regresó al país de un viaje de vacaciones a Miami, Estados Unidos, el siete de marzo. Dos semanas después comenzó a sentir una terrible gripe. Por contactos en el Minsa le hicieron la prueba, resultó positiva y le dijeron que se aislara en su casa.

A ningún miembro más de su familia de siete personas le aplicaron una prueba de coronavirus a pesar de que todos presentaron síntomas. Dos adultos mayores, incluso, fallecieron.
Son parte de los casos positivos de coronavirus y de personas fallecidas que no figuran en las estadísticas oficiales del gobierno.
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La estrategia del gobierno de ocultar los casos de Covid-19 atentaron, incluso, contra el bienestar de sus simpatizantes. El doctor Danilo Madrigal, era de los pocos intelectuales sandinistas que le quedaban al FSLN en la Unan-Managua.
«Se perdió tiempo valioso que hoy lamentamos porque primero en la universidad la doctora que lo atendió le dijo que era la garganta (porque amígdalas no tiene) y le mandó Prednizona y Actimicina bronquial», se quejó la esposa de Madrigal en un mensaje al doctor Freddy Meynard, decano de la Escuela de Medicina de la universidad.
Meynard, amigo de Madrigal, fue el que gestionó con médicos del Vélez Paiz para que lo atendieran después de un periplo por el Hospital Sumedico y el Militar.

«Después de unos días seguía mal y nos fuimos a Sermesa (Sumedico) toda la tarde por un examen de sangre que no dieron y nos mandaron al Hospital Militar al día siguiente 6 de mayo ya con síntoma fuertes de tos y temperatura», le cuenta en un mensaje de texto por WhatsApp Guerrero a Meynard.
Ese 6 de mayo Madrigal pasó todo el día en el hospital esperando un resultado que al final de la tarde fue de neumonía severa.
«Lo mandaron a la casa con 10 novalginas y siete días de subsidio», dijo Guerrero. «Totalmente inoperante cuándo los síntomas estaban a la vista y era para que le hicieran otros estudios y hospitalizarlo allí mismo para comenzar el tratamiento adecuado», se lamenta.
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Para esas fechas el Hospital Militar, propiedad del Ejército de Nicaragua, estaba reservado para altos funcionarios del Estado. Ahí se recuperaron de Covid-19 magistrados, ministros, diputados. Otros perdieron la batalla contra la pandemia. Ninguno tampoco fue reconocido como un caso positivo en las estadísticas oficiales.
Cuando Madrigal estaba en el día siete con el virus y con el tratamiento de novalginas pasó la peor noche de todas. Fue cuando le pidió ayuda a su amigo para que lo atendieran en el Vélez Paiz.
Fue la última vez que Guerrero lo vio con vida. Fue trasladado al Hospital Alemán, destinado para atender casos de Covid-19. El 14 de mayo la llamaron para que se presentara al hospital. En un ataúd sellado fueron a sepultarlo inmediatamente a un cementerio de Managua.
Solo Guerrero y su hija mayor pudieron darle el último adiós al doctor Samuel Danilo Madrigal Fornos.
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Es triste y lamentable lo q vive hoy está señora. Dios le dé fortaleza y sabiduría en su dolor. También la felicito x decir la verdad. Si esto hicieron y así trataron a una persona del calibre del doctor, causa escalofrío imaginar lo q han hecho y siguen haciendo con los nicaragüenses de a pie. Y peor aún, con quienes son reconocidamente contrarios al dúo asesino. Ojalá Dios les permita ver a muchos fanáticos y batracios de la dictadura q están abismalmente equivocados en creer la mentiras d los asesinos, q ni siquiera les importa la salud, la vida, d quienes han sido serviles y fanáticos d ellos. Igual q el fallecido vociferaban algunos, como la rata grigsby, diputados imbéciles ladrones como Navarro, y otras ratas similares. Lo q es difícil comprender es x qué si ven las mentiras d los asesinos todavía defienden esa política d mentiras contra su propia gente!!!!