La semana recién pasada fuimos testigos de varios hechos además de bochornosos, escabrosos y hasta retorcidos. Nos referimos a la forma en que las autoridades, especialmente la Policía y algunos medios de comunicación manejaron o manipularon quizás hasta con morbosidad, los detalles de la agresión sexual y asesinato de una niña de apenas cuatro en una lejana comarca de un municipio del norte donde la civilización quedó empantanada o atrapada entre el olvido, la negligencia y el desinterés.
Unos días antes, una situación similar había ocurrido en la comarca de otro municipio, y en este fueron dos niñas asesinadas y una de ellas mancillada. Según el Instituto de Medicina Legal adscrito al Poder Judicial, en 2019, el 86 por ciento de los delitos sexuales reportados a este centro fueron perpetrados en contra de menores y según la Federación Coordinadora Nicaragüense de ONG que trabajan con la Niñez y la Adolescencia (CODENI), diariamente en el país cinco niñas resultan embarazadas.
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Estas niñas, aunque con su infancia truncada no tuvieron un final trágico y lograron sobrevivir, pero con el abominable recuerdo de una violación. La declaración del victimario de la niña de cuatro años no solo fue presentado con todos sus detalles por la propia Policía, sino que reproducida por algunos medios y en redes sociales provocando no solo indignación sino que también, dolor, tristeza, impotencia y quizás hasta lágrimas sobre todo de aquellas madres que cuidan y guardan a sus niñas como un tesoro.
La actitud de la Policía al reproducir este testimonio, no solo violenta la Constitución Política que establece como principio, el interés superior del niño, sino que también la Convención Internacional de Derechos del Niño y la ley 287 Código de la Niñez y Adolescencia en vigencia desde l998.
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Los que fuimos testigos de este aborrecible y enfermizo testimonio y cuyos detalles escabrosos y dolorosos nunca debieron publicarse, deberíamos de preguntarnos qué intención hubo de parte de la Policía hacerlo tan evidente.
En una ocasión conversando con una imberbe periodista que había publicado una nota similar le pregunté: ¿Y si esa niña fuera tu hija? Pero no es mi hija, me respondió.
Pregunté de nuevo: ¿Y si fuera tu hija? Ya un poco alterada respondió: ¡Pero no es mi hija!
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Pregunta que se extiende a los policías que grabaron y reprodujeron este execrable testimonio
Recordé una frase que leí en algún libro y que ahora cito: la ignorancia se supera, pero la estupidez es incurable.
Pregunto de nuevo: ¿Y si fuera tu hija?