Las jóvenes Adela Espinoza, Gabriela Morales y Mayela Campos, activistas y feministas nicaragüenses, excarceladas y desterradas el pasado 5 de septiembre en un avión directo a Guatemala, junto a otros 132 reos políticos, son un ejemplo de la persecución y la tortura que aplica la dictadura en Nicaragua contra quienes se atreven a protestar.
Las tres fueron arrestadas en agosto de 2023. Juzgadas y condenadas a ocho años de prisión tras quemar la bandera del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), acción que hicieron en protesta por el cierre y robo que perpetró el orteguismo contra las instalaciones de la Universidad Centroamericana (UCA).
Adela, Gabriela y Mayela no solo compartieron el acto de protesta, sino también celdas y criminalización que les impuso el régimen de Nicaragua. El 22 de agosto de 2023, tras varios días de torturas en el Distrito Tres de la Policía en Managua, fueron llevadas, con grilletes que les presionaban manos y pies, ante un juez en el Complejo Judicial de la capital. Las acusaron de al menos siete delitos, entre esos: terrorismo, menoscabo a la integridad nacional, ciberdelitos, alteración al orden público y daño al patrimonio nacional.
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«Tres meses después nos condenaron. Nos dieron ocho años de cárcel a cada una. Mintieron al punto de decir que nos agarraron con 3 y 2 kilos de droga, que nos detuvieron juntas en un taxi, que el conductor salió huyendo, cuando en realidad nos detuvieron separadas a cada una en su casa, y por supuesto sin nada de droga. Nos detuvieron por quemar la bandera del Frente», relató Mayela en entrevista con Artículo 66.
Torturas en el Distrito Tres
Adela Espinoza, de 27 años, comunicadora social, madre de dos niños de 10 y 8 años, fue la primera del grupo en ser detenida el 19 de agosto de 2023. Era sábado y, resaltó, afortunadamente sus hijos estaban en la casa de la abuela paterna y no presenciaron su detención. La joven activista estaba junto a dos amigas, su hermana y dos sobrinos menores de edad en su casa, ubicada en un barrio de Managua.
Antes de la detención, un hombre llegó a preguntar por Adela a su casa. El sujeto se hizo pasar por trabajador de Invercasa, pero dijo unos apellidos que no correspondían con los de la ahora excarcelada y desterrada política, por lo que fue despachado del lugar. «Cinco minutos después que él se fue y, del susto yo ya estaba en el baño, escuché un radio sonar fuera de mi casa, era de esos que usan los de la Policía, y desde ese momento lo supe. Venían por mí. Salí rápido del baño y en lo que iba saliendo tiraron la puerta de la casa. Eran policías con AK, vestidos de azul y negro. Salí y grité: “Soy yo, soy yo”, y me sacaron descalza, de short y camiseta», relató Espinoza a Artículo 66.
Ese mismo día, pero en horas de la tarde y en otro barrio de Managua, la Policía también detuvo a Gabriela Morales, de 27 años, licenciada en Trabajo Social. Al momento de la detención la joven se encontraba con su madre, dos hermanas y tres sobrinos menores de edad.
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«Los policías llegaron de forma violenta, agresiva, golpearon a mi hermana, le pusieron el AK en la cabeza y cuando escuché mi nombre, desde adentro, grité que era yo. Me agarraron, me tomaron foto fuera de mi casa y me subieron a la patrulla», señaló Morales.
Ambas fueron llevadas al Distrito Tres. Adela Espinoza, que llegó primero a ese centro policial, describe su tiempo en ese lugar como «terrible» por el nivel de tortura psicológica y abusos de los que fue víctima. Recuerda que desde que llegó uno de los jefes ordenó a oficiales que la llevaran «atrás» para «quitarle lo gallita (fuerte)».
«Me llevaron a empujones a ponerme el uniforme azul y fue muy humillante. Me obligaron a desnudarme delante de las oficiales. Todo me hicieron quitarme, hasta la ropa interior. En mi cuerpo tengo varios tatuajes y tengo varias perforaciones. Cuando me quité la camisa y vieron que tenía piercing en los pechos, dijeron: “Mira esta hasta donde anda”, y me empezaron juzgar por andar eso y me dijeron que me bajara el calzón para ver si andaba también ahí (en la vulva)», denunció Espinoza.
Gabriela Morales también fue obligada a desnudarse ante mujeres oficiales de la Policía. En su caso no fue juzgada porque no tenía perforaciones o tatuajes en su cuerpo, pero un oficial la amenzó con que «las reas comunes» la iban a violar. «En el Distrito Tres me tuvieron todo el día y noche en interrogatorios. Fueron violentos, verbal y psicológicamente. Sufrí mucha violencia psicológica. Uno de los policías me puso el arma en el hombro para que hablara, fue horrible la violencia verbal y psicológica, y también me hicieron desnudarme, hacer sentadillas desnuda delante de las oficiales mujeres, y fui acosada sexualmente por un oficial. Me dijo que las presas comunes me iban a violar e hizo gestos asquerosos con su lengua», recordó la excarcelada política ahora en libertad y desde un hotel en Guatemala.
Sobrevivir al encierro en La Esperanza
Mayela Campos, de 29 años, estuadiante de cuarto año de ingeniería Industrial, fue detenida dos días después, el 21 de agosto de 2023. Los policías primero llegaron a buscarla a la casa de su padre, pero después llegaron también a la vivienda de su pareja, ubicada en un barrio de Managua, donde la encontraron y detuvieron.
«Llegaron tres patrullas y me montaron en la parte trasera de la camioneta. Me dieron un golpe en el pecho, porque yo volteaba a ver porque se estaban llevando también a mi esposo, lo estaban golpeando, estuvieron mucho tiempo en mi casa, llegaron desde las 3 de la tarde y me trasladaron hasta a las 6 de la tarde al Distrito Tres, junto a mi pareja, que al día siguiente fue liberado», detalló Campo.
La joven activista, al igual que Gabriela y Adela, fue torturada psicológicamente en el Distrito Tres. El 22 de agosto de 2023, las tres fueron trasladadas al penal La Esperanza, ubicado en Tipitapa, y las encerraron en celdas de aislamiento. Dicho encierro aislado de esas primeras semanas afectó demasiado a Mayela.
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Recuerda que las funcionarias «eran muy crueles, se burlaban, nos ponían apodos, negaban atención médica, y si la daban era muy mala. Nunca nos hicieron chequeo ginecológico y en una ocasión, que me negaron la atención, porque fueron varias, fue cuando me dio una crisis de gastritis y me puse muy mal, me dio calentura, vómitos y me desmayé del dolor».
Mayela Campos, tras seis meses de encierro y torturas en La Esperanza, afirma que en un momento tomó la decisión de «lesionar mucho» su cuerpo. Intentó terminar con su vida en un momento de extrema desesperación y el actuar de las funcionarias fue sacarla de su celda, esposarla de manos y pies, y dejarla sola en otra celda por varios días, causando que una de sus manos se lastimara.
La joven recuerda que le dieron una atención psicológica deficiente en la que solo le decían que se conectara con las paredes y las camas de la cárcel. No le avisaron a sus familiares de su situación y tampoco le dieron una visita extraordinaria que le permitiera sentir el alivio de estar con su familia.
Adela Espinoza también sufrió el aislamiento en La Esperanza. Su celda de castigo estaba ubicada en el pabellón dos y la describe como «pequeña y horrible». La joven, durante todo un mes, no pudo hablar con nadie, su cama estaba ubicada frente a los barrotes donde recibía el sol desde el mediodía hasta las cuatro o cinco de la tarde. Tiene problemas en la vista por tanto tiempo que estuvo expuesta directamente al sol, tuvo llagas en la piel y sufrió crisis de pánico hasta que fue enviada a otra celda junto a las demás reas políticas.
Gabriela Morales, en La Esperanza, sufrió amenzas y era tachada de «indisciplinada». Recuerda que la amenazaban con quitarle las visitas por leer la biblia en voz alta o cantar canciones cristianas, feministas o revolucionarias de Carlos Mejía Godoy.
«Siempre me amenazaban con que ya no me iban a dar visitas, beneficios, pero nunca me callaron. Siempre hice lo que me nacía del corazón y por mucho que me reportan o amenazaran no hacía caso», afirmó Morales.
Relata que en La Esperanza vio sufrir a muchas mujeres, incluso adultas mayores que fueron humilladas por pastillas o por un papel higiénico, le negaron atención médica y casi muere asfixiada con su misma saliva, ya que le habían negado una medicina para la alergia y su garganta se había inflamado. «Hasta que les dije que si me moría iba a ser culpa de ellas la doctora me dio una pastilla y me desinflamé», denunció.
Libertad y destierro
El 4 de septiembre, tras cumplir un año y dos semanas de encierro en La Esperanza, Adela, Gabriela y Mayela recibieron la noticia de que iban a ser liberadas. Adela Espinoza recuerda que acaban de terminar de rezar cuando escucharon que se abrió el portón del pabellón. Vieron a la subalcaide y a la alcaide del penal en la celda del lado y luego estas ingresaron a la de ellas.
«Eran como las 7:00 o 7:30 de la noche. La alcaide nos dijo: “Ya les llegó su hora, este es su momento, vayan, se cambian, se bañan y no hagan escándalo porque sino se joden», rememoró Espinoza.
Afirma que no les dejaron sacar nada de sus celdas, les hicieron quitarse el uniforme y les dieron ropa nueva, parte de las medicinas que tenían y las subieron a una buseta. «En la buseta vi a una señora que me contó que venía de Granada, que tenía 27 meses de estar presa, y cuando hablé con ella supe que nos iban a excarcelar. Sentí mucha preocupación. Sufrí persecución desde 2018 y me había resistido a irme. Pensé en mis hijos, en mi familia, en cuando los iba a volver a ver», contó Adela.
Gabriela asegura que previo a recibir la noticia de que serían liberadas cantó «Sin miedo», de Vivir Quintana, en la que gritaron: «Que tiemble el Estado, los cielos, las calles. Que teman los jueces y los judiciales. Hoy a las mujeres nos quitan la calma. Nos sembraron miedo, nos crecieron alas». Al saber la noticia de libertad, sostiene, se puso de rodillas «a darle gracias a Dios y le pedí que nos fuéramos todas».
«Sufrí mucho cuando no vi a las otras mujeres. Fue una situación super agridulce y seguiremos alzando la voz por todas esas mujeres», insistió.
Adela Espinoza revela —en medio de lágrimas— que al llegar al avión, en el que las trasladaron a Guatemala, fue «la última en subir, me temblaban los pies, me detuve un momento en las escaleras del avión, a despedirme, ver por última vez a mi país».
Gabriela una vez dentro del avión, además de invadirla las lágrimas por dejar su patria, le nació cantar la canción «A mi patria volveré» y fue acompañada por otras expresas políticas.
Las tres jóvenes se han planteado retomar sus vidas y salir adelante aunque esto sea fuera de su patria por el destierro político que se les impuso, ya que si vuelven la amenaza es que nuevamente serán encarceladas. Algunas todavía no tienen claro a qué país pedirán refugio. Adela evalúa las mejores opciones para lograr reunificación familiar con sus hijos y su madre. Gabriela tiene claro que quiere seguir estudiando y espera conseguir refugio en Estados Unidos. Mayela lo sigue evaluando.