Cuando Óscar pudo estar bajo una regadera después de 13 días sin bañarse, tardó 45 minutos en una tarea que habitualmente le lleva entre 10 y 15 minutos. Dijo que sentía tantos olores como recuerdos y creía que el agua y el jabón se los llevaría al caño como la tierra y la mugre que pudo acumular durante la travesía de 20 días que lo llevó ilegalmente a Estados Unidos.
Pero no. «Todo sigue ahí. Intacto», dice. El nicaragüense de 37 años y originario de Granada contó que con frecuencia sigue sintiendo ese «olor a mucha gente hacinada», sigue recordando sus rostros de dolor, de tristeza, de ira y de esperanza. «Siguen aquí en mi cabeza, es difícil olvidar, fue un viaje horrible, siente que a uno se le va el alma en cualquier momento», explica.
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Entre enero y octubre de 2021, las autoridades mexicanas reportaron la detención de 228 mil 115 inmigrantes, una cifra que no se registraba desde hace 15 años. «Lo que está pasando es una verdadera tragedia», dijo a finales de ese año Gonzalo Carrión, del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más.
Óscar no solo no se cuenta en esta estadística porque su viaje lo hizo un mes después, sino que, además, tuvo la suerte de no ser detenido por los mexicanos y solo guardar prisión formal al cruzar la frontera, ya del lado estadounidense.
No obstante, el nicaragüense asegura que en México vivió algo peor que lo que cree, viviría en una celda. «Llegamos a estar 25 personas en un cuarto de 16 metros cuadrados. Hubo que dormir de pies a ratos y sentado a ratos, hasta tres días completos. Sin salir del lugar, sin ver el sol y no respirar oxígeno, sino aire, porque uno siente que se ahoga», relata.
Claves y códigos para sobrevivir
Óscar decidió salir de Nicaragua agobiado por las carencias en casa debido a la falta de trabajo y la demanda de alimentos y demás gastos de tres hijos que quedaron al cuidado de la madre. Para vivir, este hombre ha hecho de todo, pero dice que el oficio que mejor le sale es el de la construcción. «Soy bueno en eso», declara.
Siendo el mayor de cinco hermanos, creyó que si alguien debía comprometerse en esa empresa era él. Pero su hermano menor, David, viajó desde la Isla de Ometepe donde vivía con su esposa y sus hijos, para unirse a la travesía. Los hermanos hablaron con unas tías maternas que han vivido casi toda su vida en Estados Unidos y ellas vieron bien apoyarlos.
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Tras un par de encuentros con un coyote nica originario de Matagalpa, se despidieron y salieron hacia Managua el 21 de noviembre de 2021. El hombre les explicó que la ruta sería así: Managua-Honduras-Guatemala y después México. «Se decía fácil», acota. Fueron advertidos de todos los riesgos del camino: hambre, sed, días de hacinamiento, secuestros, robos y claro: la muerte.
El hombre les dijo que el viaje hasta México sería «como gente», pero que, al llegar allá, la cosa se ponía fea y había que seguir un estricto protocolo de sobrevivencia: poco manejo de dinero; poca ropa, hacer lo que te diga «el que te lleva» y «tener los cojones bien puestos».
Óscar cuenta que el poco dinero no era un problema, ni la poca ropa y menos el asunto de «los cojones». «El problema es quien te lleva, una vez que salís de una frontera te dan claves y códigos para que te identifiqués para que te movás con personas que saben que sos el cliente, pero vos no lo conocés y uno te lleva al otro y al otro y así de pronto, ya no controlás nada, ni sabés nada y claro no conocés a nadie» explica.
Los encierros
Los expertos señalan que en tres años, desde el 2018 a diciembre de 2021, unos 150 mil nicaragüenses habían salido del país para huir de la represión política y la crisis económica que empeoró en 2020 con la llegada de la pandemia del Covid-19. Desde mayo del 2021, un terció de ese número aumentó, sobre todo porque el régimen de Daniel Ortega, se desbocó contra quienes no piensan como él, recetando cárcel y paralizando al país con otros desmanes.
El organismo Diálogo Interamericano dijo en un informe presentado en octubre de 2021, que desde mediados de ese año, unos 80 mil nicaragüenses han salido del país para huir del régimen. La organización advirtió que la migración a Estados Unidos creció de menos de 5 mil personas antes del 2018, a 60 mil en 2021.
Agrega el informe que, a Costa Rica y Panamá, los otros destinos a donde se están yendo los nicas, los números se han disparado casi igual. «Ello pese al sufrimiento que conlleva en algunos casos la travesía», subrayó Carrión para entonces.
Óscar sabe de lo que habla el defensor de derechos humanos. Padecer hambre y aterradores encierros, fueron las cosas que más los golpeó. «Al llegar a México fue lo primero. Nos encerraron en una especie de bodega, unas 120 personas, pasamos como cuatro días ahí. A veces los encierros se hacían tras pasar horas en camiones y buses, en uno de ellos recuerdo que íbamos hasta 200 personas en un trayecto de 18 horas, llegamos a no sentir los pies de tanto dolor», relata el nicaragüense.
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Pero los encierros que Óscar y su hermano padecieron no fueron solo en bodegas, en una ocasión pasaron todo un día en movimiento dentro de un furgón. «Era otro montón de gente y viajamos cerca de 10 horas. Ahí vas apilado, casi uno encima del otro, tras el viaje otra bodega, otro encierro, aquello pareciera de nunca acabar», contó.
«Hubo una ocasión que nos metieron a 17 personas en una Toyota Prado y se hizo otro trayecto fatal, como te digo, llegás hasta perder la noción del tiempo, los lugares y las distancias», añadió.
La famosa hielera y un relato doloroso
Por haber nacido y crecido en un país donde a mediodía se puede freír un huevo en el pavimento, Óscar no esperaba que, al hambre y al sueño, ahora debía agregar el frío como la tercera cosa que lo puede doblegar hasta el llanto. Tras llegar al Río Grande y pasar al otro lado, él, su hermano y varios migrantes más se entregaron a la Patrulla Fronteriza.
De inmediato se inició el traslado a la prisión de Harlingen, en Texas. Óscar conoció ahí una celda que ha tomado fama por ser la más fría de Estados Unidos. «La Hielera» le llaman. En 2013 una inspección de autoridades locales concluyó que las denuncias de los migrantes eran ciertas, las cárceles son un verdadero frigorífico. Oscar recuerda que fueron llevados esposados y con cadenas atadas a la cintura a una celda de 42 metros. «Me sentí como el Chapo (Guzmán)… Éramos como 120 y pese a la cantidad de gente el frío era terrible, insoportable», dice.
Óscar y su hermano creen que, pese a lo vivido, han tenido suerte. Para sostener esa creencia agregan a su relato, historias que compañeros de esa misma fortuna contaron en los encierros de los 20 días más terribles que han vivido. «Un hombre contó llorando que dejó atrás el cadáver de su hijo de dos años que murió al no resistir la travesía. Seguir el camino fue la decisión más horrible de su vida, lo dijo llorando como un niño», recuerda Oscar. «Esa vez lloramos casi todos los que lo oímos», agrega.
En la actualidad, Oscar está viviendo en un apartamento en Washington junto a una de sus tías. Hay dos cosas que dice le han cambiado el ánimo en los meses que lleva viviendo en el exilio: «Trabajo y mando dinero a casa… y he conocido la nieve», relató, usando el tono de un niño que cree, ha cumplido algo que esperó por años.
Por: Voces Unidas