Victoria Obando, Jacob Ellis y Athiany Larios son tres personas transexuales nicaragüenses que salieron al exilio ante la cruenta represión que desató la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo desde abril de 2018. Eran activistas antes de la crisis, luchaban por una sociedad inclusiva y el reconocimiento de los derechos humanos de la población LGBTIQA+ en un país donde se ignoran los serios problemas estructurales que enfrentan.
Athiany Larios es una mujer, integrante de la Unión Democrática Renovadora (Unamos), formó parte de la directiva de Managua del grupo político y es activista por los derechos humanos. La inoperancia de los diputados y la pareja dictatorial la llevó a reclamar por el reconocimiento de sus derechos.
«Siempre están jugando con el derecho de la gente, entonces salía en varios medios de comunicación y me volví en un blanco fácil. Incluso llegaron a preguntar a mi casa. A mi mamá le preguntaron si seguía con ese grupito (Unamos)», relató.
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Las amenazas de encarcelamiento la obligaron a abandonar Nicaragua y la aprehensión de varios líderes opositores la puso «nerviosa». El 17 de marzo de 2019 tomó la decisión de exiliarse en Costa Rica.
Llegó a un país nuevo donde corrió con suerte y la comunidad nicaragüense que se había exiliado desde 2018 le abrió las puertas para acogerla y darle protección. Dice que la activista y directora de CISAS, Ana Quirós, fue una de las que la apoyó a establecerse en el vecino país del sur.
«Empecé trabajando de doméstica (asistente del hogar) en varios hogares costarricenses. No había un lugar específico donde pudiera trabajar con un salario fijo. Entonces me acomodé brindando ese servicio doméstico. Eso me ayudó casi un año», confió Larios a Artículo 66.
El respeto de la identidad de género
Después de trabajar como asistente del hogar envió su currículo a varias empresas y desde hace más de un año labora en una del sector formal. A diario viaja dos horas de ida y dos de vuelta para llegar a su trabajo donde tiene un contrato fijo, ahí ha recibido la aceptación de sus empleadores y compañeros. Es llamada por su nombre escogido: Athiany.
«Soy empacadora de carne, manejo una máquina al vacío. En la empresa recibieron mis papeles y a la fecha mi desempeño les ha gustado que ya llevo un año y tres meses. Eso me ha permitido establecerme, recoger dinero y ayudar a mi mamá que está en Nicaragua. Así he podido manejar la situación en el exilio en Costa Rica. Ha sido duro», manifestó.
«He levantado la voz en el trabajo cuando hay situaciones incómodas en el tema laboral, pero siempre buscan cómo solucionar las cosas. Incluso me han invitado a ser parte de algunos videos de publicidad sobre el tema de inclusión», añadió.
Athiany se siente segura y protegida en Costa Rica, situación que nunca logró en Nicaragua. Apunta que en ese país ha encontrado más oportunidades laborales para las personas transexuales. Está a la espera de su resolución sobre la solicitud de refugio y recibir su residencia permanente. En el tema de los estudios asegura que lo tiene «quieto» (paralizado) por los horarios de su trabajo.
Encontrar el amor y casarse en el exilio
Victoria Obando es una mujer trans que el régimen de Nicaragua mantuvo cautiva y torturó en una cárcel para hombres. Es activista por los derechos estudiantiles y de la población LGBTIQA+ desde antes de la rebelión de abril 2018. Estuvo atrincherada en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua).
Ella también participó en varios foros internacionales para denunciar las violaciones de los derechos humanos en el país, la expulsión de los estudiantes y los asesinatos, entre otros. Además, sostuvo varias reuniones con políticos estadounidenses para demandar acciones contra Ortega y su séquito.
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Resistió en el país hasta el 25 de junio de 2021 cuando la dictadura ejecutaba una ola de arrestos contra los principales liderazgos opositores y aspirantes presidenciales. La cacería de voces disidentes la llevó a exiliarse en Guatemala, país donde se ha establecido y se casó el pasado 25 de junio, en el marco del Día del Orgullo y cuando cumplió un año en el exilio.
Comenta que tiene un compromiso con Nicaragua y todas las víctimas de la represión estatal, apostaba por salir de la dictadura por unas elecciones libres, justas y transparentes, pero la aprobación de leyes represivas y el temor de su familia que la volvieran a encarcelar, la obligó a dejar su tierra.
Redes de apoyo en el exilio
Al llegar a Guatemala se encontró con una red de nicaragüenses que están organizados en ese país y le han brindado su apoyo. Gracias a su perfil multifacético y profesional logró conseguir un empleo en una organización de personas trans que se solidarizaron con la situación de Nicaragua.
«Gracias a la familia Rojas y a la organización trans “Reynas de la Noche” que me abrieron las puertas yo he podido salir adelante. También la organización LAMBDA, que es para refugiados LGBTIQ me ha llevado el caso (de solicitud de refugio) en asesoría, apoyo. No me he sentido sola», señaló.
Vicky, como le dicen de cariño sus amigos, asegura que los procesos de adaptación por ser migrante son difíciles. «No compensás el hecho de tener condiciones de vidas en inmuebles; sino en sentimientos y psicología porque los procesos de adaptación no deseados, que son por desplazamiento forzado y que no son planificados en tu vida, son un fuerte choque emocional. La comida, la familia, la distancia, la moneda, el acento, todo», lamentó.
En el tema académico, Victoria es estudiante de la carrera de ciencias políticas en la Universidad Paulo Freire, una de las instituciones de educación superior confiscadas por la dictadura Ortega-Murillo. Las clases las recibe en línea.
«Es un duro golpe para los estudiantes de la Universidad Paulo Freire que le cancelaron la personalidad jurídica y le confiscaron las instalaciones en Managua. Pero eso no nos detiene, hay coordinaciones con la Universidad de Costa Rica (UCR) y estamos trabajando en el reconocimiento de nuestros títulos como politólogos. Seguimos, pero nos ha dolido mucho que nuestro rector, el doctor Adrián Meza, se ha tenido que exiliar junto con otro montón de estudiantes» lamentó.
Negro creole y afrodescendiente
Jacob Ellis Williams nació en el puerto del Bluff en Bluefields, en la Región Autónoma de la Costa Caribe Sur (RACCS) de Nicaragua. Es licenciado en Psicología en contextos multiculturales, estudió su carrera en la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe Nicaragüense (URACCAN), es activista por los derechos humanos de las mujeres, niñez, adolescencia, juventud y de la población LGBTIQA+.
Por su participación en el levantamiento cívico de abril 2018 fue víctima de asedio policial, persecución, amenazas y ahora exiliado político de la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Llegó a Costa Rica el 20 de febrero de 2019, vivió varios meses en casas de acogidas y decidió que no haría más activismo, que se limitaría en las conversaciones con las otras personas que vivían en el mismo inmueble con él.
Pero esa decisión le duró muy poco y se integró al Bloque de la Costa Caribe en el exilio (BCCE), a la organización Mesa de Articulación de la Comunidad LGBTIQA+ en el exilio (MESART) capítulo Costa Rica y es fundador de la Red de Mujeres Pinoleras, un grupo de emprendedoras nicaragüenses refugiadas y solicitantes de refugio que organizan la Feria de Mujeres Pinoleras donde venden sus productos una vez al mes para generar ingresos y sobrevivir en el exilio.
En el caso de MESART, donde es directivo, explicó que la organización existe y resiste ante la oposición azul y blanco porque «muchos son LGBTIfóbicos» y no acompañan las demandas de la población diversa porque «ponen escudos desde los fundamentalismos religiosos». Señaló que visibilizan los cuerpos sexualmente diversos y es una alianza que han mantenido con otras organizaciones que trabajan los mismos temas como el Centro de Derechos Sociales del Inmigrante (CENDEROS), y el Instituto Sobre Refugio LGBTIQ para Centroamérica (IRCA Casa Abierta), entre otros.
Después que llegó a San José buscó trabajo en diversos lugares, hizo pruebas para laborar en una miscelánea donde finalmente fue contratado por un año, empleo que perdió debido a la pandemia del COVID-19. Desde que fue cesanteado no ha logrado ubicarse en otra compañía.
«A veces, amigos y conocidos me refieren para ir a limpiar una casa. Me pagan mil o 1,500 colones, sabemos que no es mucho, pero desde las realidades de cada persona aporta y aporta a la sobrevivencia. Trabajo fijo no he tenido por reinventarme en este mundo del emprendimiento, sin romantizar que hay muchas brechas, pero hay organizaciones que apoyan al fortalecimiento de las capacidades de acceso a modelos de negocios, la legalización y formalidad», dijo.
Jacob fundó, en el exilio, junto a su pareja, un emprendimiento: «Li and Ji Caribean Spoon», que nació ante la necesidad de poder autosostenerse, para posicionar y reivindicar la gastronomía caribeña. «No todos los nicaragüenses conocen la gastronomía caribeña y para mí ha sido un reto triple posicionar el amplio menú del Caribe», apuntó.