De los más de 31 epítetos que Rosario Murillo y Daniel Ortega utilizaron para atacar a los opositores desde el estallido social de 2018 hasta finales de 2021, llamar a presos políticos «hijos de perra» ha sido el calificativo más hiriente. La noche que Ortega lo gritó en cadena nacional, un día después de sus votaciones, la madre de uno de los detenidos, cumplía 51 días de fallecida.
«Fue horrible lo que dijo», se lamentó entonces una pariente de Max Jérez, el universitario que ahora vive desterrado tras pasar 19 meses en prisión. La madre de Jérez, doña Heidi Meza, se llevó a la tumba el deseo de ver a su hijo en libertad. Tenía 66 años. «Los familiares de los presos políticos repudiamos lo que dijo (Ortega) y claro que es para nosotros doloroso, porque la madre de Max falleció y es un insulto a su memoria», agregó la familiar por esos días.
Pero ¿Qué causó tanta rabia en Ortega? Victoria Cárdenas, esposa del preso político Juan Sebastián Chamorro lo resumió en dos palabras en ese momento: «miedo y derrota». «Él supo el domingo (día de las votaciones de noviembre de 2021) que los nicaragüenses no lo queremos y más de 40 países lo rechazan también» , argumentó.

Victoria Cárdenas, esposa del preso político Juan Sebastián Chamorro. (Cortesía)
Cárdenas, no era la única que percibió derrota en las ofensas de Ortega. «Ortega sabe que no ganó ninguna elección, más bien sufrió una derrota política», advirtió por su lado el analista Oscar René Vargas, que después sería secuestrado y desterrado de su propio país. El especialista, consideró también que fue difícil para el dictador «tomar conciencia que la sociedad auto convocada sin liderazgo, fue capaz de resistir y más aún, lo pudo golpear políticamente» con la abstención en aquellos comicios.
Diccionario ofensivo con muchas páginas
Antes de abril de 2018, Rosario Murillo en su calidad de vocera del gobierno consumía entre 20 y 35 minutos de tiempo-aire en informativos diarios que transmitía en sus canales de televisión, en los que hablaba de amor y una fe cristiana incompatible con lo que el sandinismo profesó en los primeros años de la revolución y profesa ahora, que le ha declarado la guerra al clero.
Muchos, hasta llegaron a creer en la repentina conversión de la pareja, una idea que se reforzó con la declaración de ser un gobierno «cristiano, socialista y solidario». Incluso Ortega se ha declarado católico, pero tienen a un Obispo y a varios sacerdotes presos, ha expulsado a misioneros, ofendido al mismo Papa Francisco y robado bienes de la iglesia Católica.
Para la pareja, ha sido difícil aceptar que todo cambió después de las protestas sociales de hace cinco años. En ese mismo año, Murillo comenzó a atacar a sus adversarios de forma feroz. Para noviembre de 2018, empezó a llamarlos «puchitos» en un intento de hacer creer que quienes se les oponían eran una minoría. Sus seguidores pusieron de moda el término rápidamente. El fracaso por acallar la rebelión la llevó a elevar el tono de la ofensa, condimentada con la molestia que le causó, saberse sancionada por los Estados Unidos el 27 de noviembre de ese año, por ordenar represión y muerte a quienes se rebelaron.

«Ha sido una escalada peligrosa», señaló al respecto la exiliada nicaragüense Haydee Castillo consultada entonces para este reporte. Para la activista de derechos humanos, la pareja promueve «la violencia y el terrorismo de Estado» con ese tipo de lenguaje. «Esto puede resultar en que cualquiera de sus fanáticos se tome en serio lo que dicen y se deteriore más el tejido social comunitario. Cuando hay un liderazgo que promueve el odio, la violencia y la revancha, esos comportamientos se repiten en la sociedad», advirtió por esos días.
Castillo tenía razón cuando decía que era una escalada. A los pocos días del levantamiento cívico, Murillo llamó a sus opositores «vandálicos», «chupasangre» y «terroristas» , le acuñó el término «delincuentes» , «minúsculos» , «chingastes» , «tóxicos» y los redujo de tamaño al considerarlos «seres pequeños».
Pero, sus críticos no lo tomaron como ella esperaba y en vez de bajar el tono de la resistencia, convirtieron las ofensas en letras de canciones como el tema «Vandálicos de corazón», un canción que fue un obligado himno de las manifestaciones contra su gobierno. Murillo estallaría con eso y terminó por convertir sus alocuciones diarias en largas letanías de ataques verbales.
Así la consorte del otrora guerrillero sandinista, una vez era una voz que predicaba la palabra de Dios hasta leer Salmos completos y en otras ocasiones, se convertía en una airada que descalificaba a diestra y siniestra. Llamó a sus opositores «plaga de Egipto» y «personajes satánicos». Para abril del 2019, al cumplirse un año de las protestas sociales, la esposa de Ortega empezó a combinar sus mensajes de «amor y fe» con ofensas a veces extrañas. Para octubre por ejemplo, les llamó «comejenes», «hongos», «insectos», «bacterias» y «plagas».
El tono sedativo desapareció por completo. Murillo empezó a oírse airada. Les dijo «serviles», los elevó a «sicarios», «ambiciosos», «destructores”, «racistas» y «lobos repugnantes». Amplió su diccionario de ofensas a medios de comunicación a quienes catalogó de «fabricantes de mentiras» y al clero de la Iglesia Católica como «manipuladores de la palabra de Dios». Para entonces, la vocera oficial del gobierno, se declaró en un permanente monólogo de guerra.
De las ofensas a la amenaza
Un año más tarde, el 12 de diciembre de 2019, la voz de gobierno que de lunes a viernes habla a mediodía en cinco canales de señal abierta, varias radios y decenas de plataformas para ese fin, usó un tono distinto. Se le oyó más agitada, más molesta y amenazadora. «¡Ya dejen de joder°», gritó furibunda al aire con un inusual vocabulario, al menos usado en público. «Qué quiere el pueblo; paz, que quiere el pueblo; trabajo, que quiere el pueblo; seguridad, ya dejen de joder dice la gente, ya dejen de joder decimos todos, déjennos en paz», exigió.
Hacía apenas unas horas de ese día, el Departamento de Estado de Estados Unidos vinculó a su hijo mayor, Rafael Ortega al lavado de dinero y apoyo a la corrupción, por lo que se encontraba sancionado a partir de ese momento por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC). «Rafael Ortega es un administrador de dinero clave para la familia Ortega, junto con la vicepresidenta de Nicaragua y primera dama Rosario Murillo de Ortega», decía parte del comunicado oficial de ese país.
Murillo no pudo contenerse. Despotricó y fuerte. Amenazó a quienes según ella pedían sanciones. Acusó a Juan Sebastián Chamorro de ser uno de los responsables. Lo llamó «cobarde”, «vende patria» y «ridículo». Dijo que ni forma tenía en una ofensa que solo ella pudo entender. Cárdenas señaló entonces que esos calificativos, no eran compatibles con gente como su esposo y más de 150 personas presas por esos días por no pensar cómo piensa el régimen.

Juan Sebastián Chamorro ex precandidato presidencial
«Ellos (Ortega y Murillo) saben que el mundo les dio la espalda, que los nicaragüenses ya no los quieren más decidiendo por su país», agregó por su lado Manuel Orozco, director de Migración, Remesas y Desarrollo, de Diálogo Inter-Americano consultado también por esos días. A criterio de Orozco, la escala se explica en un rencor de la pareja contra el sentimiento democrático. «Eso ha venido creciendo, como ha crecido también la demanda de que dejen de gobernar por la fuerza», señaló entonces.
Fuera de control
Pero Max no fue el único preso político que perdió a su madre en prisión. José Adán Aguerri, el expresidente del ilegalizado Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), tampoco pudo acompañar a su madre en sus últimos momentos de vida. Cuando Ortega ofendió la memoria doña Hilda Chamorro de Aguerri, tenía apenas 29 días de haber fallecido. «Son expresiones desentonadas, lejos de la investidura de un presidente», criticó la familiar de Jérez.

Doña Heidi Meza (q.p.d), madre del preso político Max Jerez. (Tomada de EFE)
Para el opositor Luis Fley, «fue vulgar, sucio». «Es un vocabulario que avergüenza a los nicaragüenses. Eso no nos representa», aseguró. Fley, igual que Oscar René Vargas y Victoria Cárdenas, vieron en los dichos de Ortega una clara expresión de derrota. «Estaba sufrido, fue derrotado por un pueblo que no votó por él», aseguró el político que por años combatió al sandinismo durante la guerra de los años 80.
A mediados de junio de 2021, la furia de los Ortega-Murillo se desató. Apresó a todos los que amenazaron disputarle el poder en las urnas, confiscó organismos no estatales y decapitó partidos. A la par dejó caer su lenguaje a su punto más bajo.
En agosto de ese año, Murillo atacó severamente a Kevin Sullivan, exEmbajador de Estados Unidos en Managua. Le llamó «chompipe» parafraseando las letras de una canción que se mandó a hacer para criticar al diplomático. «(…) Estamos hablando de exigir el respeto, el respeto que merecemos que el que quiera hablar se vaya pa’ fuera, hablar, miércoles, dice la canción», expresó Murillo entonces.
Por: Voces Unidas.