Cuando Joaquín Cuadra llamó a Radio Corporación para reportar que un comando guerrillero del que él era parte, se había tomado la casa de un ministro de Somoza, el locutor no le creyó. «¿Ajá?, ahora contámela a colores», le oyó decir del otro lado de la línea telefónica. Era el 27 de diciembre de 1974 y en la radio no querían caer en un «inocentazo prematuro».
La remembranza la hizo Hugo Torres, durante una charla con Mónica Baltodano para el registro digital «Memorias de la lucha Sandinista». Torres era entonces un General de Brigada en retiro, vivía y estaba libre, aunque enfrentado a la dictadura de Daniel Ortega desde el Movimiento Renovador Sandinista (MRS). Torres falleció a los 73 años, el 12 de febrero del año pasado, en condición de preso político, tras un arresto que ya cumplía 244 días y que desmejoró rápidamente su salud. Era el vicepresidente de la organización Unamos, surgida de cambios en el antiguo MRS.
El exguerrillero no pudo vivir para ser libre de nuevo. Su muerte le dolió al país entero y fuera de éste también. No hay quien no le haya criticado a Daniel Ortega, el carcelero, que debió ser agradecido y nunca debió ordenar su arresto y puesta en prisión, ya que precisamente una de sus acciones guerrilleras lo sacaron de una larga prisión de siete años.
Una parte del sandinismo histórico peleado con él, se lo ha enrostrado en público y la otra que está aún dentro de lo que queda del partido Frente Sandinista, lo ha dicho «entre dientes». «Nunca debió ser así», dijo un militante jubilado, quien pidió para este reporte no ser identificado por temor a la represalia.
«En el radar del mundo»
Para muchos, la muerte de Torres en esas condiciones, solo hicieron crecer su leyenda, la que se granjeó al ser el único guerrillero sandinista en participar en las dos acciones más temerarias de aquellos muchachos que derrocaron a la familia Somoza: la toma a la casa de «Chema» Castillo (1974) y el asalto al Palacio Nacional (1978). El cuerpo del General Torres ya no está, pero dejó su historia, sus dos asaltos espectaculares que, a casi 49 años el primero y 45 el segundo, no pierden el encanto, aunque se cuenten, una y otra vez.
Moisés Hassan, otro antiguo guerrillero, dijo en febrero del año pasado, que ambas acciones pusieron en el radar del mundo la lucha armada contra la estirpe sangrienta que gobernó al país por la fuerza durante casi 40 años. «Cuando hubo la toma del Congreso, el mundo miró para acá, hubo interés en saber contra quién y porqué estos muchachos que éramos nosotros, estábamos alzados en armas», comentó.
Para Hassan, el hecho de que Torres haya estado en ambas acciones, lo volvió un «tipo de respeto» entre la guerrilla. «Era una leyenda viviente Hugo», dijo Hassan. «No hubo otro que integrara los dos comandos, solo él, fue el único que estuvo en las dos acciones que hay que decir, fueron extraordinarias», explicó el ex miembro de la Junta de Reconstrucción Nacional que tomó las riendas del país tras la huida del dictador Somoza y su familia.
Hassan también se cuenta entre los que están fuera del Frente Sandinista. Hace tiempo ha dicho que la organización dejó de ser lo que era y empeoró con el retorno de Ortega al poder. Cuando se creyó que no podría sucumbir más, integró a su esposa Rosario Murillo para gobernar y ahora mandan con todos los hijos «a bordo». «Nada ofende más a los caídos que otra familia atornillada al poder de nuevo», condenó Hassan que ahora vive en exilio forzado.
Cuando la hora llegó
Un asalto como el de la casa del ministro José María Castillo o «Chema Castillo» como era conocido, era una acción más que urgente para los guerrilleros de aquel sandinismo. Los rebeldes, venían de sufrir golpes contundentes en las ciudades y en las montañas. Estaban diezmados. En las montañas de Pancasán, Matagalpa, una columna entera fue aniquilada y las acciones guerrilleras se vinieron a la baja en un período que ellos llamaron «acumulación de fuerzas en silencio» y que duró hasta el asalto de 1974.
El 27 de diciembre de ese año, un día antes que el mundo celebrara el Día de los Inocentes, que es la fecha en que comúnmente la gente se gasta bromas unos a otros, con engaños y trucos, el locutor de origen húngaro, Laszlo Pataky leyó en su radio periódico El Clarín, una invitación bajo la firma de José María Castillo. El hombre se oía feliz con la noticia.
Dijo al aire que su «querido amigo» el ministro Castillo Quant, le había invitado a participar a la recepción que esa noche ofrecería al embajador de los Estados Unidos, Turner B. Shelton. «Por supuesto que ahí estaremos», dijo sin imaginarse que pasaría como todos los asistentes, la peor noche de su vida.

El general Hugo Torres y Dora María Téllez. Cortesía.
Mientras el locutor se deshacía en halagos al ministro de Somoza, a 27 kilómetros de distancia, en una casa en Las Nubes, municipio de El Crucero, otro guerrillero; Germán Pomares, brincó de alegría al oír que, a él y a los demás combatientes escondidos en esa vivienda, les llegaba la oportunidad que desde hace días estaban esperando. El comando para el asalto, estaría integrado por 13 chavalos.
«Nosotros permanecíamos encerrados sin poder ni siquiera hablar en voz alta. Era desesperante. Se hablaba con la garganta, con susurros. Hacíamos guardia de noche en el jardín, en medio de un frío insoportable», recordó Torres durante la entrevista que se encuentra colgada en la plataforma digital de Baltodano.
La casa de Castillo Quant estaba ubicada en Los Robles. Un lugar muy bien posicionado en Managua. Para llegar allá Torres contó que secuestraron dos taxis, donde algo apretujados viajaron hacia la vivienda. Aseguró que los guerrilleros pagaron 50 córdobas a los taxistas, pese a que tuvieron que encañonarlos para hacer el trayecto. Cerca de la vivienda, los dejaron amarrados en un predio y aparcaron los taxis frente a la casa del entonces funcionario.
Se bajaron volando tiros a los guardias vestidos de civil que custodiaban la fiesta. Los relatos dan a razón de al menos una docena, los que fueron reducidos en cuestión de segundos por los guerrilleros. En dos minutos, habían tomado control total de la vivienda. «Esta es una operación política, ¡manos a la cabeza y contra la pared! Somos del Frente Sandinista de Liberación Nacional ¡Viva Sandino!», les gritaron a los invitados, cuyos rostros que antes se miraban felices se alargaron en segundos. Estaban asustados.
«Un golpe al pecho del tirano»
Torres calculó el control total de la vivienda en tres minutos. Y una de las bajas más fuertes fue la del propietario de la casa. El ministro muy nervioso fue a buscar armas a su despacho. Volvió con una escopeta y antes que intentara accionarla fue abatido por los guerrilleros. Lo que vino después fue defender lo tomado. «Pasamos a posición de defensa», recordó Torres mucho antes de su fallecimiento.
Los «peces gordos» que se encontraban en la fiesta, y que pasaron a ser rehenes, significó para aquel Frente Sandinista tener un enorme sartén por el mango. El dictador estaba sin salida. La primera demanda que le hicieron fue la liberación de varios presos políticos entre los que se cuentan al mismo Daniel Ortega, quien cumplía entonces siete años en prisión en la correccional La Modelo. Aunque pidieron cinco millones de dólares, Somoza regateó hasta convencerlos que aceptaran solo 1 millón, las liberaciones y la difusión de las proclamas de los rebeldes.

El comando guerrillero «Juan José Quezada». Cortesía
Dos días después del asalto, aquella escuadra, la que se conocería como Comando «Juan José Quezada», integrada por 13 jóvenes abordaron un Convair 880 de cuatro turbinas de la línea aérea Lanica, del mismo Somoza, para huir con su botín de presos para Cuba. Hassan dice que, además, llevaban en sus maletas «la humillación del tirano». «No podía negar su derrota, el asalto le había dado muy cerca del pecho a la dictadura», recuerda para este reportaje.
El 18 de diciembre de 1999, el general Hugo Torres, recordó ese viaje. Dijo que todos los guerrilleros iban felices, y no solo por el éxito de la operación: 13 guerrilleros llegaron al asalto y 13 salieron de allá, pero, además, ninguno de ellos se había montado antes en un avión. «Lo único que nos faltó fueron las azafatas», remató con un buen humor al que Torres, nunca acostumbró a mostrar al menos en público.
Ahora así, directo al corazón
El desaparecido General de Brigada dijo que, si algo fue esencial en los dos asaltos, fue la rapidez con que se hicieron del control de las instalaciones tomadas. «Un segundo de retraso, lo habría botado todo y no lo contaríamos», comentó en alguna de las tantas remembranzas.
La toma del Palacio Nacional el 22 de agosto de 1978, con diputados y senadores dentro, más que un golpe de suerte, tuvo que ver, según los cronistas que lo contaron y el mismo Torres, con una planeación muy meticulosa. El impacto superó al asalto de hacía cuatro años. Significó tener rehenes de gran valor para el régimen de Somoza. Eran sus diputados, los que le garantizaban la aprobación de leyes para hacer lo que se le venía en gana en el país.
El general Hugo Torres (q.e.p.d) no solo había probado su valía en el asalto a la casa de Castillo Quant, también venía de dos años de actividades de guerrilla que no habían cesado. Era el hombre indicado. Fue uno de los primeros escogidos para dirigir esa hazaña y junto a Walter Ferreti, se pusieron al frente de los dos comandos compuestos por 12 integrantes el primero y 13 el segundo. 25 almas en total para convertirse en héroes o mártires. El otro grupo lo comandaría Edén Pastora y Dora María Téllez.
Sobre estos nombres Hassan destaca que, a Pastora, fallecido a los 83 años de edad el 16 de junio de 2020, le ganó el ego. «Tras la acción, él se enamoró de su propia leyenda, se peleó con todo mundo, se armó contra el sandinismo, se fue, volvió y dio vueltas. Hugo Torres se mantuvo firme, fue siempre humilde y lo mismo (Dora María) Téllez, siempre fueron personas firmes en sus convicciones sobre el verdadero sandinismo», asegura.
Los comandos llegaron al Palacio Nacional en camionetas recién pintadas de verde olivo y todos se disfrazaron con uniformes verdes, boina negra y rifles Garand, al estilo de la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería, EEBI, la fuerza élite de la Guardia Nacional de Somoza. El engaño desarmó a quienes estaban a cargo de la vigilancia del edificio.
Gritaron que «el jefe», Anastasio Somoza Debayle, llegaría al congreso y que nadie podría estar armado, con excepción de ellos. Un engaño que se escribe simple, pero que fue de consecuencias extraordinarias para aquella acción. Era casi mediodía y unas 2 mil 500 personas estaban en el edificio que hoy funciona como sede cultural del gobierno.
Cuando tenían el control del lugar. Los chavalos sacaron sus pañuelos rojinegros y Hugo Torres lanzó el grito que paralizó por completo a los diputados y después paralizaría también al mundo entero: «¡Viva Monimbó!». A las 3:00 de la tarde el desaparecido Cardenal Miguel Obando y dos obispos más asumieron la mediación, como ocurrió cuatro años atrás en la casa de Chema Castillo.
Ese segundo asalto sí fue una estocada al corazón de la dictadura. Los guerrilleros pidieron la liberación de sesenta presos políticos y demandaron 500 mil dólares para seguir la lucha contra el régimen. La «Operación Chanchera», a cómo la gente bautizó la acción, hería de muerte al régimen que cayó definitivamente al año siguiente. Igual que en 1974, el mismo dictador se vio obligado a garantizar la salida de los guerrilleros que volverían a casa con el triunfo de la revolución en 1979.
Los rebeldes escribían con la acción un guion que bien calzaría en un rodaje de Hollywood y, Torres, grababa en letra imborrable su pase a «legendario guerrillero” de los dos asaltos más espectaculares del que se tenga memoria en Nicaragua.
Por: Voces Unidas.