Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la diócesis de Matagalpa y administrador apostólico de la diócesis de Estelí, manifestó que las personas que caen ante la tentación de la venganza «viven un infierno», e invitó a responder con el perdón, el amor, la libertad y la esperanza para vivir la verdadera paz, «no la paz de los cementerios».
Durante su homilía dominical, este 20 de febrero, el líder religioso explicó que los nicaragüenses están expuestos a tres tentaciones: el odio, la desesperanza y el miedo. «El odio, autodestruye; la desesperanza, autosepulta; y el miedo, paraliza. Son tres armas demoniacas, no cedamos ante eso», dijo monseñor desde la Iglesia Catedral San Pedro Apóstol de Matagalpa.
Invitó a procurar el amor ante el odio; la esperanza ante la desesperanza; y ante el miedo, la libertad interior. «La esperanza que inquieta para orar y actuar en favor del bien y ante el miedo; la libertad interior porque para ser libres nos liberó Cristo. La verdadera libertad tiene la paciencia de esperar», añadió.
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Monseñor Álvarez señaló que, en esta ocasión, debe mencionar una cuarta tentación que ataca a los nicaragüenses: la venganza. «La venganza, que amarga y vuelve la vida un infierno. Quien vive en la venganza, vive un infierno, su propio infierno», indicó.
Exhortó a responder con el perdón ante el deseo de venganza. Acepta que perdonar no surge del ser humano de manera espontánea y natural, por lo que, en ocasiones, puede resultar incluso heroico.
«Cada nicaragüense deberíamos preguntarnos: si estuviera en nuestras manos la vida, el destino o el futuro de un adversario o de alguien que me ha declarado como su enemigo ¿qué haríamos? Si tu respuesta es cualquiera de esas cuatro tentaciones deberías cuestionar la vivencia de tu cristianismo. Te corre el riesgo de hacer del cristianismo una caricatura, tu propia caricatura», advirtió monseñor Rolando Álvarez.
Por tanto, «el amor, la esperanza, la libertad y el perdón nos trae la verdadera paz, no la de los cementerios ¡No!». La paz interior que viene de Cristo, no termina, «es un paz auténtica, duradera, inquebrantable e invencible porque Cisto es nuestra paz», dijo monseñor.
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Finalizó con las palabras de San Agustín que exhortan a «corregir indisciplinados, confortar pusilánimes, sostener débiles; refutar adversarios, guardarse de los insidiosos, instruir a los ignorantes; estimular a los indolentes, aplacar pendencieros, moderar a los ambiciosos; animar a desalentados, apaciguar a los contendientes, ayudar a pobres; liberar a oprimidos; aprobar a los buenos y tolerar a los malos. Amar a todos».