Han transcurrido dos años desde que iniciaron las protestas cívicas contra el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. La persecución, amenazas y hostigamiento de las fuerzas policiales y paramilitares de la dictadura obligó a 103,600 nicaragüenses a huir del país. En autobuses, por puntos ciegos y en avión, los más afortunados, pudieron escapar. Lo principal era su seguridad y la de sus familiares.
Antes de tomar la difícil decisión del exilio, estuvieron en diferentes trincheras. Algunos en barricadas, otros en la defensa de derechos humanos, algunos dirigiendo protestas, mientras un numeroso grupo de ciudadanos pasó por las cárceles de “El Chipote” y “La Esperanza”, donde además del encierro, fueron torturados. En este especial de los dos años del inicio de la Rebelión de Abril, le presentamos la historia de nicaragüenses en el exilio. Todos coinciden en que «la lucha sigue» y resaltan que su mayor anhelo es volver a una Nicaragua libre.
II PARTE
«Yo miro un futuro de libertad para Nicaragua»
Fue una de las mujeres que dio la cara en Masaya durante las protestas. La abogada María Adilia Peralta se involucró en la lucha con una idea clara: «Nicaragua necesita un cambio». Contribuía en la recolección de víveres en las barricadas de Masaya. Una de sus formas de protestar era bailando el folclore nicaragüense con su traje típico.
Junto a su esposo Christian Fajardo, líder de Masaya, decidieron irse a Costa Rica porque desde el inicio de las protestas recibían «amenazas de muerte». Ese primer intento les falló y el 22 de julio de 2018, ambos fueron apresados por el Ejército en la frontera de Peñas Blancas. Pensaban pedir asilo en Costa Rica.
María Adilia estuvo presa hasta el 21 de mayo de 2019. La acusaron de terrorismo y de dirigir los tranques de su ciudad. A dos años de la insurrección de abril, ella no se arrepiente de nada y asegura que volvería a levantarse contra el régimen. Los sentimientos contradictorios de dolor, tristeza y esperanza se unen en este abril de 2020.
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«Recordamos que comenzaron a masacrar a los chavalos, a las chavalas, al pueblo. Comenzaron a masacrar a los niños, sin piedad alguna. Recordar que aún tenemos presos políticos en esos calabozos y cárceles de la tortura, que son los sistemas penitenciarios de Nicaragua, pero también abril es esperanza. Me recuerda ese cambio, el gran despertar del gran soberano, del pueblo unido contra esta dictadura. Me provoca compromiso, de construir un cambio de una dictadura a una democracia. Seguir peleando por justicia por las víctimas de este régimen».
Su familia sufrió la represión del gobierno. El hotel de la familia de su esposo Christian Fajardo, en Masaya, fue quemado en medio de las protestas. Ellos responsabilizan a enviados del Gobierno, los que además golpearon salvajemente a un tío de Christian.
El temor a ser nuevamente encarcelados, ella o su marido, los llevó a buscar un destino seguro: Estados Unidos. Su madre, Mariela Cerrato, a quien describe como «guerrera y una mujer fuerte en sus convicciones» también se exilió al igual que una de sus hermanas. La situación dividió a su hogar.
«El régimen genocida nos dejó dos únicas salidas: la prisión o la muerte. Si nos hubiésemos quedado hubiese cambiado mucho nuestro destino y lo más posible es que nos hubieran desaparecido o hubiesen asesinado a Christian (Fajardo, su esposo) o a mí», relata María Adilia.
Al igual que la mayoría de exiliados aún no se acostumbra al nuevo camino que la dictadura la obligó a tomar. «Este proceso ha sido muy difícil. Es bien duro estar lejos de tu gente, lejos de tu pueblo, inclusive, lejos de tu familia. Es muy difícil estar lejos de tu patria. Yo no he podido adaptarme», resiente.
Entre sollozos, desde el otro lado del teléfono, María Adilia insiste en que «todo el tiempo, en todo momento, pensamos en regresar», retornar a una Nicaragua que dejó atrás desde hace más de ocho meses. «Amamos a nuestra tierra, nuestras raíces, nuestra familia, nuestros amigos. Todos los días es una esperanza de poder regresar a Nicaragua. Todos los días tenemos la maleta lista para regresar», reitera.
El recuerdo que la mantiene con aliento es «el levantamiento del pueblo completo. Cada rincón de Nicaragua en protesta cívica y pacífica. Toda la ciudad de Masaya estaba protestando contra este régimen, fue la gotita que derramó el vaso, fue el basta ya contra todos estos criminales. Fue un cambio radical de pensamiento. Ya no somos los mismos. Ahora criticamos debatimos, exigimos un cambio de Gobierno, de sistema».
Pero además de recordar la mueve la esperanza. María Adilia mira «un futuro de libertad para Nicaragua, el retorno de todos los exiliados, un desarrollo económico, porque al no tener tiranos, al no tener corruptos, Nicaragua se va a desarrollar».
«¡Resistamos! Esta lucha no será en vano»
La indignación al enterarse que el régimen orteguista reduciría en un 5% las raquíticas pensiones de la mayoría de los jubilados de Nicaragua llevó a Silvio Martínez Mendoza, de 53 años, a integrarse a las protestas en contra del Gobierno. Su participación inició antes del 18 de abril.
Martínez, originario del barrio de Monimbó, en Masaya, se unió a las manifestaciones en conjunto con sus vecinos de esa histórica localidad nicaragüense. En su juventud, apoyó al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fue guerrillero y además cumplió con el servicio militar.
El cambio que él vio en el orteguismo lo hizo alejarse de las bases del FSLN y ante la imposición de una normativa que consideraba «injusta» no dudó en levantarse contra el partido que en los años 80 respaldó.
El exmilitante sandinista ahora convertido en opositor vivía de su negocio como artesano de calzado. Las protestas ganaron más terreno y él dirigió uno de los tranques en su ciudad, el de la Calle Pantaleón José.
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«Yo pensaba que las protestas durarían tres o cuatro días. Yo esperaba que el dictador (Daniel Ortega) se pronunciara después de la ofensiva que le tiraron a los jubilados, para quitarle el 5% de su pensión (…) Me uní a las protestas al ver el barrio encendido. Uno se defendía con lo que fuera: piedras y morteros».
En medio de la convulsa situación que atravesaba Nicaragua, Silvio tuvo que enfrentarse a una peor. Su familia estaba divida. Una parte apoyaba al partido de Gobierno y otros estaban de su lado.
«Fue el pueblo nicaragüense el que se levantó», dice muy seguro desde Costa Rica, país al que tuvo que huir por puntos ciegos un 17 de julio de 2018, después que sus mismos parientes lo delataran. La Policía llegó a su casa en búsqueda de un supuesto armamento.
«Me querían agarrar vivo y matarme. Más vale que ya había logrado sacar a mi papá y a mi mamá porque ellos (los policías) entraron a la casa tirando bombas, granadas, tiros. Diciendo que yo tenía armamento, pero eso era mentira», recuerda Martínez, quien además se encargaba de garantizar el sustento de su hogar, pero ahora con costo sobrevive desde el exilio. El desamparo en el que dejó a sus padres es actualmente su mayor preocupación.
A Costa Rica llegó el 19 de julio, fecha conmemorativa en Nicaragua. Era el día del 38 aniversario del triunfo de la Revolución Popular Sandinista. Sus casi dos años fuera del país han sido complejos. «Me ha sido difícil encontrar trabajo ya con 50 años. La manutención, la comida, encontrar dinero para eso ha sido difícil. Yo no me adapto a este sistema. Sobrevivimos. Pagar el cuarto que nos cuesta 150 dólares y la comida. Si por mí fuera mañana mismo regresaría a Nicaragua».
Ese pensamiento de Silvio solo queda en eso: un deseo. Se acuerda que en su propio barrio tiene a sus enemigos. «Tengo mucha gente encima mío, principalmente en el barrio. Me he resignado a esperar las elecciones o algo que se dé en contra de ese dictador (…) Recibí amenazas de muerte por Facebook. Lo cerré desde hace año y medio. Inclusive, en Costa Rica, no puedo estar en un mismo local. Tengo que estarme moviendo cada tres o cuatro meses debido a las amenazas contundentes, inclusive, me adjudican que desde el exilio yo lideraba a otros muchachos allá (en Masaya)».
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Masaya se convirtió en una de las ciudades más golpeadas por la represión de la dictadura. La pequeña fortaleza al sur de la capital se cayó a punta de balas, cuando desde el Estado se ordenó la “operación limpieza” en junio y julio de 2018. Policías y paramilitares levantaron por la fuerza las más de 50 barricadas que colocaron los pobladores para protegerse de los ataques de los operadores del régimen.
El saldo fue mortal. 35 personas perdieron la vida. Niños, jóvenes y adultos. Después vino el segundo golpe. Los agentes orteguistas querían la cabeza de los líderes de los tranques para encarcelarlos y disminuir la probabilidad de un nuevo levantamiento. Silvio estaba en esa lista.
«Si se volviera a dar lo volvería a hacer. Volvería a las trincheras. Aunque esté sufriendo, valió la pena», asegura Martínez. «Esto (la lucha cívica) ha sido una alegría grandísima para mí. Es histórica. Nos levantamos sin armas, sin organización, sin que nadie nos dirigiera. Fue voluntario», agrega.
Esas vivencias lo hacen soñar, pero luego aterriza y piensa que el futuro de Nicaragua es «incierto» debido a la división de los grupos de oposición, a los que llama a unirse para que se alcance la justicia, la libertad y la democracia por la que salieron a las calles.
«Sueño ver a mi Nicaragua libre. No pararé. Esta lucha tiene que llegar a su fin. Jamás me harán cambiar de idea porque estoy en contra de la dictadura. ¡Resistamos! Esta lucha no será en vano. No claudiquemos, tenemos que regresar a Nicaragua y verla libre», reafirma Silvio quien tiene como único anhelo ver a su mamá, «aunque sea por 15 días en Costa Rica», menciona, pero regresa a su dura realidad como exiliado que le impide tener los ingresos suficientes para cumplir su sueño.