A Ortega, la obsesión del poder no lo dejará bien parado ante la historia. Alabado hasta la extenuación con una precaria sinceridad que produce empacho, producto al culto a la personalidad nunca visto.
Ortega comete error tras otro porque solo impera su palabra, dinamitaron los controles y contrapesos que proporcionaban un mínimo equilibrio entre los diferentes poderes del Estado.
La política nicaragüense pierde certeza y se adentra por los extraños recovecos de la exaltación del “hombre”, considerado por la “nomenclatura de la nueva clase” como el único capacitado para conducir a Nicaragua.

No hay que olvidar la historia reciente: una dictadura aumenta el riesgo de una mala gestión política y la falta de un sistema transparente en la transición de poder apunta a un incremento del riesgo político.
Lo más notable en esta coyuntura es la creciente y cada vez más explícita grieta entre los políticos y el pueblo. Los políticos tradicionales solo escuchan los intereses de la élite y no a quienes supuestamente representan.
La corrupción es el Estado mismo. El Estado ha servido para la legitimación de la corrupción, al interior del gobierno vacía el sentido del Estado de Derecho y legitima lógica del Estado-Botín al permitir la apropiación indebida de los bienes estatales.
El poder es muy adictivo y puede ser corrosivo y es importante que los medios de comunicación vigilen a quienes abusan de su poder. Considero que los medios son indispensables para la democracia. Los necesitamos para que la gente rinda cuenta y sea transparente el ejercicio del poder.