La noche de este domingo, la Selección de Fútbol Nicaragua se clasificó a la Copa Oro, venciendo 1-0 a Barbados, un resultado positivo para el balompié nacional, es la tercera ocasión en la historia que el conjunto pinolero se clasifica a la competición más importante de selecciones de Concacaf.
La orquesta dirigida por Henry Duarte lució un poco más afinada, aunque a veces tambaleante, pero en esos momentos de angustia apareció su muralla, el portero Justo Lorente para desviar los disparos y frenar al rival. En el ataque, un lúcido Carlos Chavarría fue incidente y en especial el capitán de la selección, Juan Barrera, nuevamente decisivo para definir el gol que sentenciaba el partido. Se logró una importante victoria, que se limitó a la cancha, y que no borró el luto que se vive en Nicaragua.
Este logro se ha digerido con un sabor agridulce. Dulce, porque la selección hizo un gran esfuerzo para obtener el pase. Por otro lado, es amargo, por la terrible crisis que atraviesa Nicaragua: más de 802 presos políticos en las cárceles, donde son torturados, objetos de maltrato y abusos por parte de la dictadura, también triste porque un resultado deportivo no puede borrar el dolor de las más de 500 personas asesinadas por el régimen y aún más en el desconsuelo de los cientos de desaparecidos.
¿Cómo se puede celebrar una victoria de cualquier índole deportiva ante todo esto? No se puede, O por lo menos no se disfruta a plenitud, porque muchos de esos jóvenes que están en sus celdas, que están muertos o desparecidos también tenían derecho de estar libres y vivos, viendo esta victoria de la selección, porque muchos de ellos eran sus seguidores.
No es secreto que las influencias políticas del partido de gobierno siempre han dirigido a lo interno de la Federación Nicaragüense de Fútbol, asimismo, jugadores de la selección que militan en equipos nacionales, donde los dueños son funcionarios de la Alcaldía de Managua, han incidido en el silencio del equipo ante la grave crisis del país. Será casi imposible, ver el distintivo negro en las camisas del equipo, y más improbable aún, que la selección pida un minuto de silencio en honor a los que han caído en la lucha cívica.
Cómo podemos llamarles selección Azul y Blanco, si en Nicaragua estos sagrados colores insignes de la bandera, y que pintan los uniformes de los seleccionados, son ahora prohibidos en una tierra desgobernada por la dictadura. Se debe recordar a los jugadores que los colores de la patria, no solo se visten, se defienden dentro y fuera de la cancha.
En tanto, Juan Barrera se ha convertido en el único jugador nicaragüense que ha clasificado en tres ocasiones a la Copa Oro, y como lo consagraron en algunas noticias, fue un “héroe”, pero un héroe siempre limitado en el campo de juego, en un resultado que no incide más allá de la cancha ni cambia el panorama nacional, un protagonista que solo ilumina su propio ego futbolístico.
Era el momento de Barrera para convertirse en una voz humana y de conciencia, en cambio, prefirió quedarse en la indiferencia y el silencio cómplice ante tanta atrocidad cometida por el régimen orteguista. Juan debe estar consiente, que la cinta de Capitán se porta como baluarte moral de representar a un pueblo, pero que él se ha olvidado de ese concepto patriótico. Barrera tendrá sus razones para callar, y no voy a ventilarlas, porque al final de cuentas, la conciencia y el pueblo se encarga de reprochar y recordar las erradas elecciones que tomamos.
El partido más importante de Nicaragua no se jugó en Barbados, ni se jugará en la Copa Oro, se está luchando en las calles del país desde hace 11 meses, contra la tiranía de Ortega en un juego que es complicado, donde el pueblo sufre las mayores consecuencias de las arbitrariedades de la dictadura.