A casi dos horas en tren de Ámsterdam, se encuentra Zutphen, la novena ciudad más antigua de Holanda. Entre sus verdosos bosques se encuentra uno de los centros para refugiados que existen en este país.
En el segundo edificio de este centro, justo en la planta baja, habita la familia nicaragüense Ebanks Delgado, quienes huyeron de Nicaragua, tras las amenazas de muerte que recibió el padre de la familia, Álvaro Ebanks Prado.
Es sábado, es casi la una de la tarde, llueve y hace mucho frío en la ciudad. Ebanks me esperaba en la estación central de Zutphen. El centro de refugio queda a 2 kilómetros desde la estación. Llegamos al Ayuntamiento y me dirijo con Álvaro a la cocina, donde me recibe sonriente su esposa, Ana Francis Delgado, junto a su pequeña hija Alice, de 3 años, y April, de 14.

Ana tenía puesta la mesa, ha cocinado un rico almuerzo: pollo a la plancha, arroz, ensalada y unos deliciosos tostones.
– “¿También hace gallopinto?”, pregunté.
– “Sí, claro. Solo que aquí los frijoles son más grandes, pero tienen la misma sopa”, respondió Ana.
Me da un abrazo y conversa conmigo como si ya éramos conocidas, pero la verdad es que entre la soledad y convivir con personas de otras nacionalidades, que no hablan el mismo idioma, hace que la bienvenida a esta entrevista sea más calurosa.
Mientras comíamos, los Ebanks Delgadillo relataban cómo llegaron a pedir refugio político en Holanda y porqué justamente decidieron venir a un país tan diferente que los de habla española.

Todo cambió desde abril de 2018, cuando esta familia pinolera decidió apoyar a los estudiantes en la lucha cívica. Álvaro fue quien más se volcó al respaldo con el movimiento cívico. Cada mañana antes de irse al trabajo, pasaba por la Upoli y luego por la UNAN-Managua dejando comida, hielo y agua para los estudiantes. También hacía grafitis con las consignas populares en las paredes y lugares donde se realizaban los plantones y marchas.
“Mi esposa preparaba la comida junto a otros amigos, luego yo la llevaba a donde estaban los estudiantes y las personas que se hallaban en los tranques de carretera a Masaya, el que se ubicaba en la entrada a Ticuantepe”, explica Ebanks.
Pasaron las semanas y la situación empeoró en Nicaragua, y junto a la represión y asesinatos de la dictadura, empezaron las amenazas a todas las personas que apoyaban de alguna manera al movimiento estudiantil.
“Yo era jefe en mi área en Economax, pero había un muchacho llamado Edgard Quintanilla que era de la Juventud Sandinista y me decía que ya sabía todos mis movimientos. Al inicio yo no le hice caso, pensé que del Facebook y hablar no pasaría nada, pero todo cambió luego del 30 de mayo, el día de las marchas de las madres”, relata Álvaro.
Según Álvaro, la persona que lo asediaba y era su compañero de labores estuvo como paramilitar activo el 30 de mayo, día en que Quintanilla no fue a trabajar a la empresa.
“Él sabía que yo andaba en las marchas, iba a dejarles comida a los estudiantes en los tranques. Como no llegó el 30 de mayo y no justificó su ausencia, se le despidió al día siguiente, tal vez pensó que yo tenía algo que ver, pero la empresa lo hizo por el recorte de personal porque las ventas estaban bajas ya para ese mes. Desde entonces, sus amenazas cambiaron de tono y me dijo que pasaría la cuenta a mí y mis hijas”, asegura.
Todos en la empresa supieron del asedio que Álvaro recibía. Según el guarda de seguridad de la empresa, el día que Quintanilla fue a traer su liquidación, se bajó de una camioneta Hilux, en la que iban varios hombres, entró a administración y preguntó de manera insistente por Álvaro, pero se lo negaron.
“Cuando llegó a buscarme, sentí miedo, porque luego me mandaba cosas en perfiles falsos sobre información de mi esposa e hijas. Cuando miré la muerte de los niños en el barrio Carlos Marx, pues temí por mis niñas y decidí renunciar a la empresa e irme del país con mi familia”, explica Ebanks.

La primera opción para esta familia fue irse a Costa Rica, pero una amiga holandesa de Álvaro le dijo que debía salir inmediatamente de Nicaragua y que pidiera asilo en Holanda.
“Nuestra amiga nos dijo que había mejores condiciones para pedir refugio en Holanda, que ella nos podía ayudar con parte del costo de los boletos, pero que principalmente protegiéramos a las niñas. Entonces, nos marchamos con el poco dinero que teníamos, con dolor de dejar el país y temor, porque nunca habíamos viajado a Europa”, explica Ana.
El primero de agosto, la familia Ebanks Delgado empacó maletas y se fue de Nicaragua. Primero se viajaron en bus hasta San José y luego tomaron un vuelo, en la que se debía hacer une breve parada en España para luego llegar a Ámsterdam.
“Llegamos el 2 de agosto como las 7 de la noche al Schiphol (Aeropuerto en Ámsterdam), todas las señalizaciones estaban en holandés e inglés, nos perdimos un buen rato, pero luego el piloto el avión donde veníamos nos ayudó a ir al sector de migración. Allí no pude más y me solté en llanto, los oficiales me calmaron, me dieron agua y ellos llamaron a un traductor y explicar. Nos dijeron que para refugiados debíamos ir a Ter Apel. Fuimos en tren hasta allí y llegamos en la madrugada”, relata Ana.

Luego de 24 horas, la familia Ebanks Delgado fue trasladada al Ayuntamiento de refugiados en Budel, donde los esperaban unos agentes del Servicio Holandés de Inmigración y Naturalización (IND). En este lugar les entrevistaron sobre sus razones para pedir asilo político, información familiar, luego les realizaron algunos exámenes médicos para descartar enfermedades.
Pasó un mes desde que llegaron a Holanda y esta familia nica fue trasladada a Zutphen, donde ya tienen cinco meses de esperar la resolución del IND a su petición de asilo político.
“Nos pondrán un abogado y en febrero el IND nos dirán si aceptan que nos quedemos en condición de asilo político. Yo tengo muchas esperanzas. Nos han tratado muy bien, recibimos una cuota semanal para comprar comida, pero lo principal es que dormimos seguros, sin temor a que nos hagan daño”, detalla Álvaro.
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La vida en el refugio es solitaria, los días pasan lentamente, principalmente cuando uno se encuentra lejos de sus seres queridos. Para los Ebanks Delgado ha sido difícil adaptarse a estar fuera de su tierra natal. El clima, la comida, el idioma, pero principalmente los familiares y amigos, a quienes más extrañan.
Para las pequeñas Alice y April el cambió fue más duro. Ana explica que en las primeras semanas April, principalmente, les pedía que regresaran a Nicaragua.
“Cuando miramos que la depresión la abordó, fuimos con la psicóloga del centro de refugio y nos recomendó salir, desde entonces vamos al parque a comer un helado, andamos en bicicleta, para que las niñas se entretengan”, dice Ana.

Por el momento, Alice asiste al Kínder del centro, mientras April está en la clase de integración para nivelar el idioma holandés junto a sus clases de secundaria. En tanto Ana recibe clases de holandés dos veces por semana junto a Álvaro, quien hace trabajo comunitario en el Ayuntamiento para ganarse un poco de dinero en la semana.
“Esperamos que Nicaragua sea libre, que el dictador caiga junto a sus cómplices. Esperamos que los presos sean liberados y abracen a sus familiares, y esperamos regresar a un país en paz y democracia”, es el deseo de los Ebanks Delgado.
Se estima que en Holanda hay alrededor de 20 nicaragüenses que llegaron al país luego de las protestas de abril, muchos de ellos perseguidos por paramilitares y amenazados de muerte, entre ellos tres familias que están en proceso de solicitud de asilo político.