A siete años del inicio de la rebelión de abril, Daniel Ortega reapareció este martes 30 de abril en un acto convocado por la dictadura como conmemoración del Día de los Trabajadores, homenaje a Tomás Borge y supuesto «acto por la paz». Sin embargo, su discurso no estuvo centrado en el trabajo ni en la paz, sino en una extensa y emotiva remembranza del antiguo pacto que sostuvo con el gran capital nicaragüense entre 2007 y 2018, un «maridaje» que terminó con el estallido social y que hoy el dictador recuerda con evidente nostalgia, incluso con un tono que rozó el «despecho».
Durante su alocución, Ortega se refirió con detalle a esa etapa de alianzas corporativistas con los grandes empresarios, los banqueros y los productores agropecuarios, con quienes gobernó durante más de una década bajo un modelo de concentración autoritaria del poder, mientras les ofrecía privilegios económicos, estabilidad para sus inversiones y control salarial a través de sindicatos oficialistas.
«Del año 2006-2007 […] logramos llegar a un gran acuerdo nacional. Por primera vez en la historia, llegamos a un gran acuerdo nacional. Los trabajadores, los campesinos, los productores agropecuarios, los capitalistas, los banqueros, se logró llegar a un gran acuerdo nacional», dijo Ortega con tono exaltado.
En su intento por rememorar y enrostrar los beneficios que ofreció a los empresarios, incluso mencionó directamente al expresidente del COSEP, José Adán Aguerri —quien fue encarcelado en 2021, desterrado y despojado de su nacionalidad en 2023—, como ejemplo de esa armonía entre dictadura y gran capital. «Después de las reuniones la compañera Rosario con José Adán Aguirre [sic] que era el secretario del Consejo Superior de Empresas Privadas daban declaraciones explicando lo que se había acordado, lo bien que se estaba trabajando, que estábamos en armonía, que estábamos en paz», insistió Ortega, intentando destacar lo que, según él, fue una etapa de prosperidad interrumpida por el «imperialismo».
Ortega siguió narrando su propia historia de Abril. Dijo que «cuando estaban destruyendo algunos cuarteles hicimos una reunión y en esa reunión ya estaba el que había sido uno de nuestros grandes voceros, Chanito (José Adán) Aguerri (se ríe) y estaban algunos obispos azuzando ya», dijo el tirano, siempre en la línea de hablar de aquellos viejos recuerdos con el representante de los empresarios que ahora le causan amargura.
Ortega falsea el origen de las sanciones y de la rebelión
En su relato, Ortega culpó a Estados Unidos de haber destruido esa «unidad nacional» al presionar y amenazar a los empresarios con sanciones si seguían haciendo negocios con el régimen. Aseguró que «las garras del imperialismo» no soportaban que existiera un modelo «milagroso» de entendimiento entre un gobierno revolucionario y los grandes capitales.
«Ahí fueron los imperialistas del norte los que empezaron a amenazar a los empresarios y les dijeron que no les iban a permitir seguir realizando operaciones bancarias […]. A esos también los empezaron a sancionar. Las sanciones empezaron antes del intento de golpe», afirmó Ortega, en abierta falsedad.
En realidad, ningún empresario del COSEP —ni siquiera figuras como César Zamora, entonces presidente de la Cámara de Energía y defensor público del régimen— fue sancionado por el gobierno de Estados Unidos. Las sanciones comenzaron en diciembre de 2017 contra Roberto Rivas Reyes, expresidente del Consejo Supremo Electoral, por corrupción, bajo la Ley Global Magnitsky. Ningún miembro del empresariado fue objeto de medidas punitivas antes del estallido de abril de 2018.
Ortega también manipuló el origen de la protesta, atribuyéndola a una reforma justa del seguro social, cuando en realidad su régimen impuso unilateralmente cambios al sistema previsional que afectaban tanto a trabajadores como a empleadores. La represión a una protesta de adultos mayores en León fue el primer detonante del levantamiento cívico, seguido por la movilización universitaria y popular. Fue solo ante el desborde ciudadano y las primeras víctimas mortales de la represión que los empresarios rompieron su silencio y se distanciaron del régimen.
El amor roto: negocios sí, política no
Durante los años de su alianza con el gran capital, Ortega impuso la máxima de que los empresarios se dedicaran exclusivamente a los negocios mientras él controlaba toda la política. «Ustedes hagan negocios, de la política me encargo yo», les había advertido. En ese esquema, la dictadura garantizó la aprobación de leyes a favor de los intereses privados, como el Código Tributario, la Ley de Zonas Francas o reformas laborales que facilitaron la contención salarial.
En paralelo, el régimen desmanteló la institucionalidad del país, partidizó el Poder Judicial, cooptó el Ejército y la Policía, eliminó partidos políticos, impuso la Ley del Canal Interoceánico y reprimió toda forma de protesta, como ocurrió con el movimiento campesino desde 2013.
Hoy, Ortega intenta presentar esa etapa como una «era de paz», cuando ya se habían registrado graves violaciones a derechos humanos, represión sistemática y una democracia desfigurada. Su añoranza no oculta su intención de enviar un mensaje al empresariado: regresar al redil.
Incendio en Indio Maíz y más falsedades
En su discurso, Ortega también retomó el incendio de la Reserva Biológica Indio Maíz —ocurrido entre el 3 y el 12 de abril de 2018— como otro «pretexto» para iniciar las protestas. Aseguró que se trató de una campaña «internacional pagada por los imperialistas» y negó la responsabilidad estatal. Rechazó, además, la ayuda ofrecida por los bomberos costarricenses.
«Cuando incluso vinieron unos expertos de los Estados Unidos a hacer por lo menos la maraña de que querían saber qué estaba pasando […], lo que hicieron fue decir que ese incendio era indetenible», declaró Ortega, sin referirse al rechazo de cooperación internacional ni a las denuncias de organizaciones ambientales como la Fundación del Río sobre la pasividad oficial.
Sin aliados y lleno de reproches
El discurso de este 30 de abril fue, en esencia, una catarsis. Ortega, sin aliados visibles en el plano económico, sin respaldo político interno y con una economía menguada, desempolvó su historia de «todos contentos» para intentar, entre líneas, una reconciliación con los empresarios que alguna vez le ayudaron a consolidar su poder.
Pero el tono, más que una invitación, pareció un reproche. Ortega recordó las ventajas que les brindó, les enrostró su abandono, y les recriminó —aunque sin decirlo de forma explícita— haberlo dejado solo cuando la calle se le volcó en contra. En el fondo, su «despecho» parece más una súplica disfrazada de firmeza: un grito desde el aislamiento político por recuperar al amor que lo hizo millonario y poderoso.
