Hace seis años que León dejó de ser la ciudad que era. Bajo la aparente vida cotidiana de esta ciudad se esconde un terrible recuerdo: cinco adolescentes y jóvenes fueron asesinados durante las manifestaciones de abril, mayo y junio de 2018. Entre las víctimas, se cuenta un monaguillo que recibió una bala de un paramilitar del Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Nadie aquí olvida que esta ciudad de poetas y avenidas coloniales, fue el epicentro de la rebelión cívica que inició en abril de hace seis años y que no encuentra solución, mientras Ortega y Murillo insistan en mantenerse en el poder con la fuerza de las armas. «No olvidamos que todo comenzó aquí», señala un opositor que estuvo en las más de cien barricadas que intentaron cortarle el camino a los armados que entraban a los barrios a matar.
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«Hay turismo, la gente viene, pero está lejos de lo que fue antes», dice el activista. «Hay una aparente vida cotidiana, pero se respira un aire asfixiante, igual que en todo el país. Hay un silencio a la fuerza, una represión que se mantiene», señala. En esta ciudad universitaria, «cuna del pensamiento rebelde», hay quienes ven al partido de Gobierno como «un gran traidor».
«León fue una ciudad brava contra la dictadura somocista, muchos sandinistas salieron de las universidades, de la UNAN-León en su mayoría, a luchar contra esa dictadura. Ahora aquellos chavalos son los mismos que reprimen, son ahora una dictadura. Eso es traición», comenta mientras pide un riguroso anonimato para no ir a prisión como decenas de nicaragüenses que han sufrido secuestro y cárcel por decir lo que piensan en voz alta.
«No importa cuánto se esfuerce el Frente Sandinista, la mayoría no lo quiere más, así promueva actividades tras actividades para convencer de que todo está bien, que todo va bien. No tendrá la confianza ni la simpatía de una población a la que reprimió, a la que causó dolor y luto por manifestar sus ideas como lo hicimos en 2018», asegura.
La tragedia de los Dolmus
Ivania Dolmus, originaria del barrio San Juan, tenía una familia unida. En su hogar se respiró por años un ambiente de alegría y de sana convivencia, fortalecidos por la fe que transmitía su único hijo, Sandor Dolmus, quien desde pequeño mostró su interés por convertirse en sacerdote. Una bala del régimen acabó para siempre con la idea del joven de 15 años de dedicar su vida terrenal a Dios, como le había dicho a su madre.
Ahora toda esa alegría, todos esos sueños están bajo tierra. La familia de doña Ivania, igual que muchas familias leones, no pudieron escapar a la tragedia que otra familia en Managua estaba dispuesta a desatar por el apego al poder. «Ortega y Murillo hirieron el corazón de León, al matar a jóvenes y adolescentes», dice el familiar de una de las víctimas.
Los asesinatos de los adolescentes y otros adultos, se encuentran muy bien documentados por los organismos de derechos humanos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
La tranquilidad de la que gozaba Ivania, su familia y los leoneses cambió por completo hace seis años. Primero vieron como fanáticos del Gobierno repartieron palizas a sus abuelos y abuelas que se manifestaron en las calles de la ciudad contra las reformas a la seguridad social de Ortega y Murillo y después, vivieron los asesinatos, como una consecuencia de la crisis social que desató la necedad del régimen.
El León del 2018 recordó al aguerrido de finales de la década de los 70, se alzó de nuevo contra el poder con una diferencia; sin armas. En pocos días, la ciudad ardió y entera se tiñó de sangre. Los leoneses se armaron de piedras, bombas artesanales y barricadas hechas de adoquines para proteger la incursión paramilitar. Pero pagaron con muerte el desafío.
En la ciudad universitaria, se llegaron a contar unas 500 barricadas de adoquines levantadas en una veintena de barrios, pero no pudieron contener las balas de grueso calibre de los paramilitares del régimen Ortega-Murillo. El 14 de junio, Sandor Dolmus, el monaguillo de 15 años, recibió un disparo mortal cerca de una de las barricadas de su barrio. La bala que lo hirió, llegó de una balacera que se desató pasada la una de la tarde de ese día. «La bala impactó en el pecho, a la altura de la tetilla izquierda», contó su madre entre el llanto y la ira.
Pudo vivir, pero…
Los que estaban con Sandor ese día contaron que lo vieron caer, pero también levantarse ensangrentado. Relataron que pudo caminar una cuadra y media hasta que consiguieron una camioneta que lo trasladó al Hospital-Escuela de León Oscar Danilo Rosales (Heodra).
«Sandor se ahogaba en su misma sangre y con dificultad para respirar me decía cosas. Una de las que recuerdo era esta: mamá, la virgen y yo vamos a andar cuidando los andenes para que no lastimen a nadie más», contó. Luego pidió que llamaran al obispo de su ciudad Bosco Vivas Robelo, fallecido en tiempos de pandemia en junio de 2021.
Para la madre, la asistencia médica para su hijo fue tardía. Ello confirma la presunción de que el régimen ordenó no atender a los manifestantes que llegaban heridos a los hospitales públicos. Una hora después que empezaron a asistirlo, lo declararon muerto. La bala provocó un neumotórax que le causó la muerte. Fue lo que le explicaron.
Asesino identificado
En León, las familias opositoras saben quien haló el gatillo contra Dolmus, pero callan en espera de tiempos en el que puedan exigir justicia. «Todos los asesinos están identificados, igual que quienes dieron las órdenes. Habrá justicia, eso es lo que esperamos», dice un leonés que dejó las filas orteguistas tras lo ataques paramilitares. »Ese no es el Frente Sandinista al que le dediqué mis mejores años», critica.
La noticia de la muerte del monaguillo corrió rápido por toda la ciudad, después por todo el país. Entró a la lista de niños y adolescentes asesinados por el régimen que suman 29, desde el 2018, según las organizaciones defensoras de derechos humanos.
El asesinato del adolescente fue la primera agresión a la iglesia católica. Sandor Dolmus era monaguillo. Su asesinato fue una de las agresiones más graves que recibió la Iglesia Católica, las que empeoraron después y que incluyó secuestros, cárcel y más recientemente destierro para sacerdotes y obispos.
Su madre vive ahora un exilio forzado al que se fue en 2021. El régimen ni siquiera respetó su duelo, la asedió, amenazó y la siguió hasta que no pudo más y viajó a Estados Unidos para ponerse a salvo. Ahora lucha por sobrevivir cargando la pérdida de aquel 14 de junio de hace seis años.
«La casa ya no es como antes porque no está Sandor. Pienso como era cuando era pequeño, sus años de adolescencia y cómo sería ahora a sus 22 años en su formación sacerdotal», expresó entre sollozos.
El monaguillo hizo su primaria en la escuela Inmaculada Concepción de María y la secundaria en Laborío, donde cursaba el cuarto año del bachillerato con un promedio del 95% de rendimiento académico. «Le quitaron la vida y a mi me arrancaron el corazón», dice la madre.