Los cuidadores de Tamá saben que no están ante un oso andino cualquiera. Negro, de antifaz blanco y de 174 kilos, el animal es considerado un «escapista» por fugarse de un zoológico a las afuera de Bogotá en 2022.
El oso rebelde, de ocho años, fue escuchado. Hoy un equipo de biólogos y veterinarios lo preparan para un eventual regreso a los bosques colombianos de los Andes.
«Con ese escape, Tamá nos demostró muchísimas cosas, como esas ganas de ser libre. Le estamos dando esa segunda oportunidad», dice a la AFP Orlando Feliciano, el veterinario que lo recibió cuando era un osezno huérfano de cinco meses.
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«Lo recibimos vía aérea y llegó muriéndose dentro de un cesto. Venía absolutamente anémico, con una infestación por pulgas», recuerda Feliciano. Dedicado desde hace dos décadas a la conservación del cóndor y el oso andino, su cara está curtida por el sol y el viento frío del páramo de Chingaza Centro, un ecosistema de alta montaña, a las afueras de la capital de Colombia.
Según cálculos de expertos, allí habitan unos 130 osos andinos, especie en estado vulnerable de conservación, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza
Feliciano bautizó al animal con el nombre del parque natural donde campesinos lo encontraron abandonado, cerca de la frontera con Venezuela, y lo terminó de criar.
Años después, el animal aprovechó un daño en una de las rejas del zoológico donde se encontraba y escapó, desatando una mediática persecución de dos semanas por un cerro a las afueras de Bogotá.
Monitoreo satelital
Tamá se prepara para retornar a la vida silvestre en el Santuario del Oso de Anteojos, un lugar de preservación cerrado al público donde Feliciano recibe animales decomisados o hallados en malas condiciones.
En este espacio, reinaugurado esta semana tras una renovación que mejoró sus instalaciones, Feliciano mantiene a cuatro individuos de la especie. Entre ellos una pareja de hermanos huérfanos, criados por una familia campesina. A diferencia de Tamá, son osos mansos y desde su jaula, un espacio amplio, pero cercado, se acercan a saludar a su cuidador. No tienen oportunidad de sobrevivir a la vida silvestre.
Tamá, el único con perspectiva de liberación, permanece en un cerco aparte. Huidizo y tímido, pasa la mayor parte del día oculto en 7,500 metros cuadrados de vegetación espesa.
«Está siendo monitoreado con un collar de telemetría satelital, ya sabemos que es escapista», explica Daniel Rodríguez, biólogo de la Fundación Wii, que también protege a esta especie distribuida desde Venezuela hasta Bolivia.
Apareció «el diablo»
En septiembre de 2022, un árbol cayó en el zoológico Jaime Duque, a unos 20 kilómetros de Bogotá, y dañó parcialmente la jaula de Tamá. «Logró encontrar el hueco, terminó de abrirlo y se fue», recuerda Rodríguez, quien participó en la búsqueda del oso fugitivo.
Le sorprendió que este animal, criado en cautiverio, supiera trepar árboles y marcarlos con sus garras. También prefería las bromelias, su dieta natural, a los alimentos que dejaba el personal del zoológico para atraerlo. «Nos dimos cuenta que tenía posibilidad de supervivencia en el bosque», concluye el biólogo.
Los residentes de la zona también se llevaron sorpresas. «Un campesino nos dijo que lo había visto y pensó que era ‘el diablo’, que por su mal comportamiento se le había aparecido», recuerda Feliciano, entre risas. Finalmente, Tamá cayó en una trampa con comida y volvió con Feliciano al Santuario, donde pasó la mayor parte de su juventud.
Amenaza humana
A falta de depredadores naturales, el oso andino entra en conflicto ocasionalmente con ganaderos que han venido acercándose cada vez más a su hábitat natural, castigado por la deforestación.
«Cuando el oso va por un bosque fragmentado, pequeño, con poca comida natural y se encuentra con una vaca, es como si a mí me pusieran un pedazo de carne», explica Feliciano. Aunque la especie tiene una dieta principalmente herbívora, existen numerosos reportes de ataques a ganado. También de osos cazados por retaliación.
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Por eso, los especímenes propensos a acercarse a humanos no pueden ser liberados. En el caso de Tamá, la última palabra la tienen las autoridades ambientales locales y los vecinos de Chingaza, que deben dar el «visto bueno» para su liberación.
Aunque no se arriesgan a fijar una fecha, Rodríguez y Feliciano coinciden en que Tamá da señales de estar listo para volver a su hábitat. «Aunque aquí tenga los cuidados y el alimento, este no es el lugar para un oso. No es justo que un animal de estas características viva en un espacio de 7.500 metros cuadrados», concluye el dueño del santuario.