En la homilía del Domingo de Pentecostés que marca, según la fiesta cristiana, el nacimiento de la Iglesia y la propagación de la fe en Jesucristo, monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, enfatizó que «el mismo Espíritu que descendió sobre los apóstoles sigue animando hoy a la Iglesia para que no viva replegada en sí misma, ni tenga miedo ante los grandes retos de la evangelización».
El obispo en el exilio dijo, desde Iglesia Santa Agatha, en Miami, Florida, que «muchos quieren una Iglesia ciega frente al dolor de la humanidad y muda frente a los atropellos de los injustos. Sin embargo, el Espíritu, como viento fuerte, la empuja siempre por los caminos del mundo a la aventura de la misión, al testimonio del amor y al riesgo de la profecía».
Esta fortaleza fue exaltada por el prelado en un contexto de persecuciones contra la Iglesia católica en Nicaragua. Desde el mes de mayo, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo agudizó su acoso a líderes religiosos como monseñor Rolando Álvarez y el padre Harving Padilla; actualmente tiene tras las rejas al sacerdote Manuel Salvador García, párroco de Nandaime, acusado de supuestas lesiones graves contra una ciudadana. «El Espíritu Santo libera a la Iglesia de los ambientes contaminados por la mentira y el mal», indicó monseñor Báez.
La auténtica libertad, continuó explicando, es la que brinda el mismo Santo Espíritu, «que no se identifica con hacer lo que nos gusta o dar rienda suelta a las pasiones, libera de la rigidez mental que nos hace incapaces de acoger nuevos caminos y propuestas y libera también de las ideologías que nos impiden conocer la verdad, sentir el dolor de los demás y amar en modo eficaz».
Agregó que «el Espíritu Santo está presente allí donde se reivindican los derechos humanos y se defiende la dignidad de las personas, incluso más allá de las fronteras de la Iglesia. El Espíritu Santo discretamente va transformando la historia humana a través del esfuerzo y la buena voluntad de hombres y mujeres que no se resignan pasivamente a la opresión y a la injusticia».
«La acción poderosa del Espíritu de Dios anima los esfuerzos de quienes luchan por construir un mundo más humano y pacífico y conduce a los pueblos sometidos a soñar, a organizarse y a luchar por su liberación».
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Este don fue el que puso en pie a la Iglesia y la hizo salir de la casa a la plaza pública, también empuja a los sacerdotes ser «testigos de la misericordia y profetas de la verdad y la justicia», añadió monseñor Báez.
«Sin el Espíritu Santo seríamos incapaces de dar testimonio de Jesús, no podríamos amar y perdonar, sacrificarnos y servir. El Espíritu Santo nos da la fortaleza para que los problemas no nos derrumben, nos libera de vivir obsesionados por las urgencias, nos abre a caminos nuevos y nos lanza a la misión sin temor y llenos de esperanza», finalizó el líder religioso.