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El gran capital después del 7 de noviembre

La farsa electoral marcará un punto de inflexión simbólico con los años precedentes. El mayor aislamiento internacional y la pérdida paulatina de su base social serán factores claves que moldearán la política futura del país

Oscar René VargasporOscar René Vargas
octubre 26, 2021
en Destacadas, Opinión, Política
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gran capital

El gran capital después del 7 de noviembre. Foto: 19 digital

Después de 43 meses de crisis, el pacto Ortega-Murillo con gran capital se mantiene y por extensión su subordinación política a la dictadura, lo que constituyó una puñalada trapera a la rebelión de Abril-2018; a la concreta el régimen mantiene vigentes todos los beneficios que permite las ganancias extraordinarias de las elites empresariales y financieras.

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De «injusta, cobarde y criminal» fue calificado el fallo del régimen de Nicaragua contra seis religiosos y un laico de la diócesis de Matagalpa. El abogado Yader Valdivia, del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca Más, nos comparte la posición del organismo. Además, el periodista mexicano Otoniel Martínez llama «chiste mal contado» a la dictadura Ortega-Murillo ante el cambio repentino de levantar las restricciones a turistas. En otras noticias, en París presentan arte robado durante el nazismo; Francia se pronuncia sobre rehenes de Ortega franco-nicaragüenses y detienen a invasores de tierra en el caribe nicaragüense. Más en AHORA, el pódcast de Artículo 66.

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El poder tiene completa claridad de sus intereses. El poder está a la vista: la dictadura, el capital, las empresas trasnacionales, los banqueros y el ejército. Ortega impuso el capitalismo neoliberal de compadrazgo y se produjo un paso libre a la confusión, la mentira, el fraude y la corrupción.

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El escenario post farsa electoral pone en la picota la cohesividad futura del COSEP y, más que nada, obliga a un replanteamiento estratégico de la política del gran capital que tiene un pie en el pacto económico-político con el régimen Ortega-Murillo y otro pie económico-estratégico con Estados Unidos/CAFTA, contradicción que ha puesto en riesgo de fractura a su propio cóccix. El COSEP trata de resolver esa contradicción con el silencio protector de la sociedad de caretas, pero no puede esconder su pasado colaboracionista.

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La empresa privada hasta el 2018 se sintió cómoda haciendo negociaciones con la dictadura Ortega. Foto: Cortesía
La empresa privada hasta el 2018 se sintió cómoda haciendo negociaciones con la dictadura Ortega. Foto: Cortesía

El devenir del COSEP dependerá de la correlación de fuerza nacional e internacional que prevalecerá después de la farsa electoral. Después del 7 de noviembre el gran capital tendrá que definir su destino, aunque mantenga su política que en boca cerrada no entran moscas. No se trata solamente de miedo, sino de voltear a ver hacia otro lugar cuando la violencia la viven, de una manera u otra, todos los sectores de la sociedad nicaragüense. Con su silencio solapa cualquier acto de violencia perpetrado desde el régimen que, con sus tentáculos represivos criminaliza cualquier manifestación de denuncia y resistencia que lleven a cabo la población.

Ni los empresarios ni los banqueros desean tomar partido en el proceso de deslegitimidad cada vez más ascendente que sufre Ortega-Murillo guardando silencio sobre el tema de la represión contra la población y la farsa electoral, debido a su enorme dependencia e intercambio económico/comercial que mantiene con los miembros de la “nueva oligarquía”; mientras tanto, prefieren ceder cómodamente, a la dictadura, la cobertura de su seguridad empresarial.

¿Cómo quedará la nueva estrategia de cooperación entre el empresariado con la dictadura, de doble carácter tanto económico como política/represiva? Pareciera que están apostando todo a la permanencia del “orteguismo con Ortega” en el poder en el período 2022-2026. La “familia” se ha convertido en una pieza clave para los sectores más influyentes del gran capital.

César Zamora junto a Laureano Ortega, hijo de los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo. Foto: Medios Oficialistas
César Zamora junto a Laureano Ortega, hijo de los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo. Foto: Medios Oficialistas

Todo parece indicar que los poderes fácticos bancario y empresarial buscarán fortalecer su posición económica comercial demostrando su falta de una autonomía estratégica y su ausencia de una estrategia de desarrollo. No se puede soslayar su dependencia del pacto y el peligro que corren ante el posible descarrilamiento del régimen por la notable ausencia de vientos favorables para la economía nicaragüense, lesionándose a sí mismo al proseguir con una agenda que no tendrá un efecto favorable, en el mediano plazo, a sus intereses ni utilización óptima del recurso potencial del país, es decir, sin despilfarrar ni malbaratar.

Sea como se quiera observar, el aislamiento internacional del régimen y la pérdida de base social, ha hecho que algunos analistas señalan una acelerada crisis de su hegemonía, especialmente cuando en el horizonte se expresa que la farsa electoral incrementa su ilegitimidad. La dictadura y la democracia son incompatibles. Esta situación, sin embargo, no se puede catalogar que su caída sea algo inminente, dado el apoyo de los poderes fácticos internos (ejército, policía, sectores de la cúpula del gran capital y políticos comparsas), pese a ello, tal declive es irreversible.

Nicaragua ha dejado de ser un lugar atractivo para la inversión extranjera y empresarios locales y centroamericanos por la radicalización de la dictadura y ausencia de respeto a las leyes, al debido proceso legal y a los derechos humanos. Es decir, se vive una decadencia de los valores de la libertad y la democracia.

Se avecina un tiempo nuevo. La farsa electoral marcará un punto de inflexión simbólico con los años precedentes. El mayor aislamiento internacional y la pérdida paulatina de su base social serán factores claves que moldearán la política futura del país, todo apunta que el período 2022-2026 será agitado, peligroso y muy poco propicio para la consolidación de la dictadura.

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La elite empresarial nicaragüense parece no haber despertado de la realidad de que Ortega-Murillo no se acomodará a los valores democráticos. No se trata de algo coyuntural, sus raíces son profundas. El deseo de mantener su hegemonía es el principal combustible de su política y prevalece sobre cualquier otra consideración. En lo sustancial, Ortega-Murillo y los poderes fácticos comparten diagnóstico sobre el contexto actual y en lo sucedido en los últimos años, que vistos en perspectivas, conforman la base de sustentación de la estrategia de “el poder o la muerte”.

Nicaragua con uno de los gobiernos más corruptos de Latinoamérica. Foto: Tomada de internet
Nicaragua con uno de los gobiernos más corruptos de Latinoamérica. Foto: Medios Oficialistas

La permanencia de Ortega en el poder, más de tres años después de Abril-2018, no se explica sin el concurso del gran capital. Desde mayo de 2018, el gran capital ha sido un socio comercial, económico, político y estratégico clave para que la dictadura se mantuviera en el poder. Hasta hace bien poco, este proceso era percibido como mutuamente beneficioso y se asumió que el crecimiento económico conduciría de forma casi natural y mecánica a una nueva correlación de fuerza favorable a las elites empresariales.

Hoy, resulta evidente que Ortega camina en otra dirección. Conviene tener presente que para Ortega la alianza con el gran capital siempre ha sido un medio para garantizar la supervivencia del régimen, no el preludio de una transición democrática, en ningún caso la desaparición de la dictadura. En el diálogo convocado por la dictadura, Ortega va a ofrecer mucho y cumplir poco.

De ahí que las protestas de Abril-2018 actuaron como advertencia para Ortega de los riesgos existenciales que acompañaban dicha alianza por el incremento de la desigualdad social acompañada con la represión política. Asimismo, del aplastante aislamiento internacional y de la pérdida de base social, Ortega extrajo lecciones inquietantes: no detenerse, no retroceder en incrementar el control dictatorial sobre la sociedad y los grupos de poder, léase gran capital, lo explicaría la presidencia del César Zamora en el COSEP con el beneplácito de Ortega.

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Influenciado por el análisis cubano-venezolano, Ortega considera que el afronta un período de cambio histórico y profundo, coincidiendo el declive de la hegemonía unipolar de los Estados Unidos y de su capacidad de proyectarse globalmente. Análisis que le da confianza a Ortega, de que el nuevo orden mundial tripolar le da un margen de maniobra y que ni las sanciones de la Unión Europea ni de los Estados Unidos lo pueden derrocar.

De igualmente, piensa que producto de las derrotas de Estados Unidos en Afganistán, Siria e Irak y por la crisis interna de la sociedad norteamericana limita la posibilidad de una mayor injerencia efectiva estadounidense en la política nicaragüense; por lo tanto, sin capacidad de cambiar drásticamente la correlación de fuerzas internas en Nicaragua. Conviene no perder de vista que tanto la Unión Europea como Estados Unidos han actuado, en el caso de Nicaragua, de manera reactiva la política sin reglas que ejecuta Ortega.

La estrategia de Ortega es que quiere ser considerado, por los Estados Unidos, como un actor estratégico a nivel centroamericano. Su estrategia es transformarse, para los norteamericanos en un factor importante y necesario en el tablero político centroamericano. Ortega ya no esconde que su estrategia es “el poder o la muerte”, pero esto no es sinónimo de transparencia.

Tags: Cosepcrisis en Nicaraguagran capitalrégimen orteguista
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