«¡Fue terrible! Sentir la muerte a la par», así describe Álvaro Navarro, director de Artículo 66, los nueve días que pasó internado en el Hospital Monte España, en Managua. El periodista estuvo conectado a un oxígeno ante los severos problemas respiratorios que presentó. Desde el 20 de mayo de 2020, empezó con malestares como cansancio, fiebre y tos, pero una semana después su estado de salud empeoró al punto que su saturación de oxígeno marcó 85 y era imposible que permaneciera en su vivienda sin la sensación de asfixia.
Navarro se resistía a ir a un hospital. «Tenía miedo», reconoce. Por eso, antes de su ingreso inició con un tratamiento en casa que le indicó un médico para «pacientes sospechosos de COVID-19», pero nada lo salvó de terminar en el sitio al que siempre le ha tenido respeto: el hospital. Esa ha sido la peor experiencia de su vida, afirma. En esta entrevista relata que durante esos días perdió la noción del tiempo. Dice que siempre preguntaba a los doctores la hora, pero nunca acertaba si era de mañana o de noche.
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Aún tiene presente el «pi, pi, pi, fi, fi, fi», a como él describe, haciendo uso de onomatopeyas, los sonidos del monitor respiratorio, el monitor de presión arterial o del oxígeno a los que estuvo conectado o quizás ese sonido que aún permanece en su memoria es el de los mismos ventiladores mecánicos a los que estaban conectados el resto de pacientes en la «Sala COVID» del Monte España. Esos sonidos que retumban en su cabeza para él representaban «el tren de la muerte»
«Yo me dormía y cuando me despertaba la persona (que se encontraba en la misma sala que él) ya estaba envuelta en una bolsa de plástico negro», recuerda el periodista de 36 años, quien afirma que a diario morían una o dos personas. Navarro fue diagnosticado como paciente con «neumonía viral atípica sospechoso de COVID-19 grave».
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En ese proceso de hospitalización, del 27 de mayo al 04 de junio de 2020, estuvo consciente. Se aferró a la vida y tenía claro que debía resistir boca abajo conectado a un oxígeno para que no lo intubaran, lo que podría convertirse en su peor pesadilla. Su batalla contra el coronavirus la ganó con fe y ahora agradece a los médicos que lo conocían por su trabajo y jamás dejaron de darle ánimos al igual que a cada una de las personas que pidió por él. «Ahora he leído sus comentarios y he disfrutado tanto cariño», menciona emocionado.
Además, sabe que nunca tendrá una prueba que lo certifique como caso confirmado por COVID-19, porque esas están en poder del Ministerio de Salud (Minsa), es decir, del mismo régimen orteguista al que desde Artículo 66 se encarga de señalar su mala administración. Esta es la entrevista con el director de Artículo 66, Álvaro Navarro:
¿Cómo fue tu proceso mientras estuviste enfermo atendiéndote desde tu casa?
A.N.: Yo pasé siete días (del 20 al 27 de mayo) luchando contra la enfermedad en mi casa. Tenía miedo de ir a hospitales. Estuve con medicamentos indicados por un doctor, baños y bebidas calientes. Igualmente, me medían en diferentes momentos del día mis niveles de oxígeno diario. Igualmente, me realicé unos exámenes para ver mi estado de salud. Hasta el sábado (23 de mayo) todo parecía controlado. En general, me encontraba bien. Ya el médico, que me visitó en dos ocasiones, me había advertido que si mis niveles de saturación de oxígeno seguían bajando tendría que ir al hospital y eso fue lo que pasó. Los niveles de oxígeno cayeron a 85.
El miércoles, 27 de mayo, llegás al hospital. ¿Qué te llevó a decidirte a que te trasladaran a un centro hospitalario en medio del temor que sentías?
A.N.: Cuando me sentía ahogado (el miércoles, 27 de mayo) pedí que me llevaran, por seguridad, al (Hospital) Vivian Pellas. Iba ahogándome. Midieron mi nivel de saturación de oxígeno y marcó 85. Lo normal es arriba de 94. Inmediatamente me llevaron a una sala y me conectaron a un tanque. Me sentí mejor. Tranquilo. Creí que ahí terminaría todo, pero luego una médica me dijo que mi estado era grave, que yo podía necesitar de un respirador artificial y que ellos (en el Hospital Vivian Pellas) no tenían espacio. Que si llegaba a requerir del respirador yo me iba a morir, así que ella me iba a trasladar a otro hospital.
– ¿A cuál hospital me va a trasladar, doctora?, le pregunté.
– A cualquier hospital público o privado, pero que haya un respirador disponible.
Me horrorizó y empecé a escribirle a mis colegas. Que me iban a sacar (del hospital Vivian Pellas) Que me ayudaran. Que me daba miedo ir a otro hospital. En todos me imaginaba muerte. Y recordaba las noticias que habíamos publicado antes de muertos por montón en todos los hospitales, públicos y privados.
Al final, la médica me preguntó si tenía seguro social. Le dije que sí. ¿Dónde?, me preguntó. En el (Hospital) Monte España, le dije.
– Ok, respondió. Entonces vas para el Monte España, concluyó.
Al final me llevaron en una ambulancia. Yo me sentía bien, pero no supe por dónde entré. Solo vi una bajada hacia un sótano. Era la Unidad de Cuidados Intensivos. En cuanto entré me pusieron en una cama, siempre conectado al oxígeno. Estaba consumiendo 15 litros por minuto. Me sentí rodeado de pitos de máquinas: Pi, pi, pi. Y otra que para mí sonaba como un tren. Yo decía: “Ese es el tren de la muerte”. Sonaba horrible: Fi fi, fi fi, fi fi. Tres repiques dobles.
¿Qué pasó después de que llegaste a la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Monte España?
A.N.: Los médicos me trataron extraordinariamente bien. Yo me sentía mal, pero llegaban los médicos y median mi saturación de oxígeno:
– Buenas, Álvaro, está a 98 tu saturación. Vamos bien. ¡Ayúdanos! Mantenete así. ¡Ayudanos! Era como ir en una maratón y que te dijeran “vos vas ganando por 100 metros de ventaja”. Eso me daba una fuerza increíble. Y yo, acostado boca abajo, alzaba las manos.
– Gracias doctor. Así me quedo. No se preocupe, le dije.
Al rato volvía y media mi saturación. Otra vez me decía que iba bien. Nunca me dijeron que estuviera a menos de 93, sin embargo seguía cansado. Al cuarto día ya me dijeron que bajarían el nivel de oxígeno a 12 litros por minuto. Yo me emocioné. Mi saturación seguía arriba. Era emocionante.
Yo pedí que me llevaran comida. Quería comer no porque tuviera hambre. Yo pensaba en cómo ayudar a mi cuerpo a recuperar fuerzas. A como podía comía. Tenía el paladar amargo, pero las frutas me caían bien. Solo pensaba en darme fuerzas. Sabía que así podría levantarme.
¿Qué recordás de los médicos que te atendieron?
A.N.: Los médicos me daban mucho ánimos y fuerzas. Cuando llegaban médicos y enfermeras a saludarme me decían que ellas me conocían por mi trabajo y que tuviera fe. Que había mucha gente orando y rezando por mí.
Había una enfermera de nombre Litzy que nunca conocí de rostro, por su traje especial amarillo. Pero llegaba a saludarme cada vez que entraba a turno: “Álvaro, soy Litzy”, era para mí una alegría enorme oírla, al Igual que a los médicos que tampoco podía reconocer. Pero llegaban emocionados a ver mi estado y mi recuperación. A través de ellos recibí la fuerza de las oraciones y los rezos. Es increíble la conexión que sentía con las buenas vibras de la gente que demostró cariño y cercanía.
Hubo una enfermera que me dijo al despedirse de su turno: “Tranquilo, Álvaro, pensá que Dios le dijo a Lázaro que estaba acostado, porque debía descansar, pero que ya debía levantarse. “Así te levantará a vos”, me insistió.
En esos días mi fe en Dios incrementó. Pedí por una oportunidad. No me quería morir y siento que Dios me escuchó y me tendió su mano.
¿Qué fue lo que te dio más fuerza o te hizo resistir mientras estabas en cama?
A.N.: Uno de los médicos que estuvo más cerca de mí, el mismo que celebraba conmigo los 98 de saturación y me pedía que mantuviera esa posición acostado (boca abajo), porque eso ayudaba mucho, también me dijo algo que para mí fue decisivo en este proceso.
– Álvaro, estás aquí y vamos a ver cómo avanzas con el oxígeno. Esperamos que tu saturación se mantenga. Si al final hay que intubarte como última opción, ni modo. Pero mirá, mientras no bajés de 90, vamos a luchar.
Y como en secreto el médico me dijo: Pero Álvaro, aunque bajarás a 85, 87, y vos sentís que podés seguir, hacé un poco de esfuerzo, decí que no te intuben. Esa es la última opción, pero ahí no te garantizo nada. Para mí saberlo fue como saber que ya esa alternativa no era alternativa. Estaba dispuesto a seguir boca abajo porque era mi única forma de ayudar y de pelear y me agarré de la fe y de las pocas fuerzas que tenía para luchar para que no me conectaran al ventilador.
¿Qué fue lo más difícil que atravesaste durante los nueve días que estuviste hospitalizado?
A.N.: Lo más duro de este proceso fue sentirme navegar entre cadáveres. Estuve en la Unidad de Cuidados Intensivos y de repente había una persona intubada o en estado crítico. Yo me dormía y cuando me despertaba la persona ya estaba envuelta en una bolsa de plástico negro. Eso fue terrible. Sentir la muerte a la par. Saber que cada día había uno o dos muertos. Que despertaba y estaban envolviendo a otro, y otro, y otro.
Y también tenía miedo porque sabía que estaba infectado (de COVID-19). Sabía que el foco viral era peor con cada muerto. Me producía horror. Lo peor fue cuando murió un señor que estaba a la par mía. Había pasado días agonizando y de su garganta se oía un ruido terrible.
Como a los cuatro días, de repente volví a ver y ya estaba cubierto con bolsa negra. Yo me volteé a dormirme porque me producía tanto estrés. Luego volví a ver y el cadáver seguía ahí. Me dormí y ya cuando desperté estaba la cama vacía. Pero peor fue cuando me tenían que cambiar de cama, porque estaba cerca del baño. El médico me pidió cambiarme y yo debí acostarme en la cama donde horas antes estaba el cadáver. ¡Fue terrible! Pero acepté porque no tenía voluntad ni fuerza para negarme. Además que llegué a convencerme que en cualquier cama había muerto más de uno, así que ni modo. No sé podía pedir gustos.
Los días eran eternos. Me dormía queriendo que ya fuera otro día. Me despertaba y al primer enfermero o médico le preguntaba la hora.
-¿Qué hora es?, preguntaba.
– Son las nueve, respondían.
– ¿De la noche?, nuevamente preguntaba.
– No, de la mañana, era la respuesta que recibía.
Y el tren de la muerte no paraba su pito. Parecía burlarse por el miedo que produce.
Fi fi, fi fi, fi fi…
¡Laaaaaaargo, largo!. Los días más largos de mi vida. Pasé un fin de semana y seguía tan cansado que igual no me levantaba más que para ir al baño, con la compañía del tanque de oxígeno. Ya el martes (02 de junio), empezaron a bajar más el nivel de oxígeno. Cuatro litros por minuto. Y mi saturación se mantenía en 94, 95. Me emocionaba saber que mi cuerpo estaba respondiendo.
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Ya el martes (02 de junio), séptimo día ahí (en el hospital) y me dijeron que me cambiarían de sala. Al menos en dos camillas cercanas envolvían a otros.
– ¿Se murió el amigo?, pregunté apesarado.
Silencio. Los médicos y enfermeros disimulaban y seguían evitando que viéramos los cadáveres.
¡Era imposible! Luego me cambiaron de sala, en el mismo sótano. Pero sin las máquinas. El tren de la muerte ya no pitaba. Ahí estuve otros dos días. Desesperado por irme. Un día antes de mi salida llegó el médico a la visita matutina. Yo espera irme de alta ese día. Tenía miedo, pero quería salir corriendo.
Saturación ya sin oxigeno a 93. “¡Te quedás!”, me dijo. Tu saturación debe estar a 94.
¡Uff! Un día más, me dije. Ni modo. Prefiero quedarme para no regresar aquí. Y el jueves (04 de junio), por la mañana llegaron como diez veces a decirme que me iba. Los médicos y enfermeros tan emocionados como yo. Imaginaba me salida. Ver el sol, la lluvia, las calles. Saber que había vencido. Que no estaba muerto. Que las oraciones habían valido millones. Pensaba en mi madre, en mis hermanos. En mi salida.
Por la tarde al fin llegaron. Fue increíble, pensé tanto en esa salida, por la puerta de enfrente. Me angustiaba salir por la parte de atrás del hospital rumbo a un cementerio. ¡Lo logré! ¡Lo lograron quienes oraron! A todos millones de gracias.
Ahora he leído sus comentarios y he disfrutado tanto cariño. Estoy agradecido con Dios, con la vida, con todos mis colegas que estuvieron detrás, gestionando medicamentos, atención; a los directores de medios de comunicación que han expresado su cercanía y aprecio, a los colegas periodistas que han destinado su tiempo a ayudarnos a salir de esto. A mi equipo de trabajo. Infinitas gracias.
Bendito y alabado sea el dulce nombre del Señor Jesucristo. Él tuvo misericordia d sus familiares y amigos, y d quienes aún sin conócelo le apreciamos y agradecemos x su arduo y peligroso trabajo. Dios lo seguirá bendiciendo a ud y los suyos. Tome en cuenta q muchos q tenían suficiente dinero no pudieron salvar su vida, y Dios le permitió a sus familiares contar con ud x un tiempo más. Felicitaciones y bendiciones para ud
Un abrazo desde Costa Rica
Mucbas gracias…
Toda la gloria y honor, para Cristo que escucho nuestras oraciones, no lo conozco personalmente, pero siempre he admirado su profesionalismo, como periodista idependiente. No se olvide de alabar y bendecir a Dios todos los dias. Su testimonio me hizo llorar.
Querido hermano. Estimado “Bebe” ya miré que dentro de pocas horas estarás listo para seguir la lucha. Solo vos fuistes capaz de hacerme orar en público, lo hice convencido en que ganarías, con la ayuda de Dios, médicos y tu fortaleza juvenil, la batalla. No me equivoqué. Un fuerte abrazo.
me ha impactado tu testimonio, sobre todo el querer vivir, el actuar de los servidores de la salud y el ejercito de oradores que estuvimos pendientes y pidiendo al Padre misericordia, que lindo contar con la fe, que lindo contar con gente que cree y que sin conocernos sabemos que debemos orar, Dios es grande, a El todo el honor y la gloria, te ha dejado entre nosotros, tu mision sigue, adelante con Dios al frente tuyo siempre
Me alegra mucho don Álvaro que se haya recuperado. Dios lo bendiga.
Tu eres un testimonio vivo y declarar q Dios fue tu Sanador es lo mas bello q diras. Dios t siga bendiciendo.
Muchas bendiciones para vos y tus compañeros gracias a Dios María Guadalupe Ortega Arana
Bendito Señor que usted sanó, una maravillosa persona. Muchos pendientes de su progreso y es felicidad verlo recuperado. Cuídese mucho.
Bendito Dios que estás bien, Álvaro. Mi familia y yo aún estamos llorando el fallecimiento de mi papá, lamentablemente él no pudo resistir. Sentimos un profundo e inmenso dolor por su partida, pero leer tu testimonio nos da mucha alegría en medio de estos tiempos tan difíciles. Que Dios te siga bendiciendo. ¡Abrazos!
GRACIAS A DIOS.
No pude evitar las lágrimas al leer tu relato, de verdad es una película de terror. Gracias infinitas a Dios por su misericordia y una nueva oportunidad de vida. Me alegro mucho hayas vencido esta batalla.
Gracias a Dios y la virgen santisima….a la poderosa sangre de nuestro salvador,me hizo llorar tu testimonio hermano,Dios t siga bendiciendo y t mejores al 100%
Señor Alvaro Navarro es una bendición de Dios y una oportunidad la qué Dios le ha brindado. Aferrese a Dios sirviendo con él talento que Dios le ha dado. Honrando siempre la verdad y la justicia. Dios le bendiga a usted y su familia
Que relato mas conmovedor. Gracias a Dios estas sano y pudiendo dar testimonio de la gloria de Dios
Bendito se el Señor Jesús, Álvaro eres un guerrero y se te admira no te podías ir porque Nicaragua necesita periodista que estén al frente con la verdad, para quitar vendas a muchos en este país que aún siguen segados. Dios te bendiga a ti y tu familia.
Yo llore con tu testimonio y en verdad dios es grande y misericordioso amen bendiciones para ti que bueno que Salistes victorioso Amen y amen
Que bueno Alvaro que te hayas recuperado Dios en infinita misericordia te dio otra oportunidad, siempre estuvistes en mi buenos deseos de que te recuperaras y en mis peticiones al señor te tuve presente, gracias a Dios estas bién, que alegria tener Alvaro para rato, felicitaciones por que ganastes esa gran batalla, tu relato me impacto tanto que lloré, un abrazo grande y que Dios te siga colmando de bendiciones.