El culto a la personalidad casi siempre está asociado con el autoritarismo como estilo o el totalitarismo como sistema político. Me divierte escuchar a los funcionarios del gobierno iniciar sus alocuciones citando siempre las palabras del estribillo: “En nombre del comandante Daniel y la compañera Rosario”, a quienes atribuyen todas las iniciativas y bondades que el régimen emprende.
Siempre aparece la muletilla obligada, la mención infaltable, los nombres mágicos que todo lo alumbra. Es la fórmula inevitable, la cita salvadora, el halago que endulza el paladar del poder autoritario y, de paso, pone en evidencia protectora la lealtad de quien la pronuncia. El elogio desmesurado, la atribución alocada de virtudes y méritos se vuelve casi un arte, el arte de la lambisconería (adulador) mezclada al cálculo político oportunista y despreciable.
Al interior del gobierno se encuentra una camarilla que está dispuesta a destruirlo todo con tal de no perder su condición de cortesanos. El círculo palaciego, el clan de cortesanos, todos ellos de columna elástica, de pescuezo flexible y sonrisa fingida, siempre dispuestos a la apología, al embaucamiento, al engaño, el fingimiento y al crimen. Así se alimenta el estilo autoritario y se institucionaliza el culto a la personalidad.
Aduladores
Usualmente los líderes políticos están rodeados permanentemente por cortesanos, aduladores, lamebotas o cepillos. En “El Príncipe”, obra sobre el arte de la conquista y conservación del poder, Maquiavelo dedica un capítulo especial a los aduladores.
El adulador es un falsificador de cualidades, halla sabiduría en la ignorancia, virtud en los vicios, aptitud en la ineptitud, valor en la cobardía, heroísmo en la desesperación, fuerza en la debilidad, grandeza en la miseria, talento en la estupidez, belleza en la fealdad. En el adulador hábil, el talento corre parejo con la abyección que le hacer mentir y arrastrarse a las plantas de sus víctimas para implorar sus mercedes.
Los aduladores o lameculos siempre son los primeros en abandonar al adulado cuando dejan el poder. Estos mismos se convierten en sus más fieros detractores para demostrar su lealtad al nuevo adulado.