¿Cómo se puede llevar una vida normal cuando alguien tan cercano sufre tras las rejas? Es inconcebible para Thelma Brenes, hija de Carlos Brenes, preso político del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua.
Estamos en la estación de Tren de La Haya, Holanda, es sábado y el clima es menos frío que otros días, aunque brisa un poco. Thelma me saluda y nos sentamos a platicar, ella come algo, mientras me relata de su vida en Holanda, pero todo su semblante cambia cuando hablamos de su padre, quien ya cumple cinco meses de estar preso, acusado de terrorista por la dictadura.
“Mi padre tiene diabetes, mi familia les lleva las medicinas a la cárcel. Son tres inyecciones de insulina la que le deben de poner y al parecer no se aplican en tiempo y forma”, relata.
La celda donde se encuentra el coronel en retiro del Ejército, tiene un tamaño de unos cuatro metros cuadrados, la luz no llega y está aislado, en una de las galerías de máxima seguridad.
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“Mi padre tiene que caminar, hacer ejercicio, parte de su rutina complementaria para llevar la diabetes. Apenas lo sacan cada 15 días por unos minutos al patio para que vea la luz del sol”, señala.
El tratamiento que debe llevar Carlos Brenes por su diabetes es inadecuado, lo que ha provocado que esté perdiendo regularmente la visión y temen que pueda perderla completamente de no darle el debido cuidado.
“Es terrible que esté perdiendo la visión, la vez pasada me dijo que de repente no miraba nada, y según una médica que consulte, es por el mismo tratamiento inadecuado que se le está dando en prisión”, asegura.

Thelma vive en Delf, cerca de La Haya, lo que le ha permitido denunciar el caso de su padre y demás presos políticos ante los organismos internacionales, principalmente en Europa. Hace unos meses estuvo en el foro “Criminalización de la protesta en Nicaragua”, uno de los eventos desarrollados en el marco de la sesión 39 del Consejo de Derechos Humanos de la ONU (Organización de Naciones Unidas), donde denunció la detención ilegal de su padre y también los atropellos del orteguismo.
Thelma no declina, se mantiene fuerte, hecha al hierro como la formó su padre y sigue en pie de lucha abogando por una Nicaragua secuestrada por la dictadura. Al finalizar de esta entrevista, la invade la agonía y sus lágrimas fluyen de sus ojos, bañando sus mejillas. En voz entrecortada pide su más grande deseo: “Quiero la libertad para mi padre, para todos los presos políticos, quiero libertad para mi país”.