El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo designó al controvertido embajador Maurizio Carlo Alberto Gelli, hijo del conocido mafioso italiano Licio Gelli, como jefe de su delegación oficial en las exequias del Papa Francisco, pese a que Nicaragua no tiene ninguna representación en la Santa Sede, ni el Vaticano tiene nuncio apostólico en Managua.
Maurizio Gelli fue enviado directamente por la dictadura para acompañar y colársele al cardenal Leopoldo Brenes, arzobispo de Managua, durante los actos litúrgicos en Roma, en un intento evidente por proyectar una imagen de cercanía institucional entre el régimen nicaragüense y la Iglesia Católica, pese a la brutal persecución religiosa que ha caracterizado los últimos años.
Maurizio Gelli es actualmente embajador de Nicaragua en España, pero también ostenta acreditaciones concurrentes en varios países, como Andorra, Grecia y Eslovaquia, y ante organismos multilaterales como la Organización Mundial del Turismo (OMT). Su nombramiento como jefe de delegación en el Vaticano refuerza su papel como una de las figuras diplomáticas más cercanas y útiles para Ortega en el escenario internacional, cuando se trata de personajes inescrupulosos para mandarlos a eventos donde el régimen no está invitado.
La carrera de Gelli está llena de controversia. Este personaje fue nacionalizado nicaragüense el 11 de mayo de 2009 y apenas tres meses después fue nombrado funcionario diplomático en Uruguay. En 2013, se convirtió en embajador en ese país, rompiendo con los principios constitucionales de Nicaragua que exigía (antes de las reformas conyugales de Ortega y Murillo) para cargos de alto rango diplomático, al menos cuatro años de nacionalidad plena antes de un nombramiento, según los establecía el artículo 152 de la Constitución Política de 1987 y sus reformas.

En el 2017, Ortega lo designó como embajador de Managua en Canadá, según el acuerdo presidencial número 162-2017, publicado en el diario oficial La Gaceta el 31 de octubre de ese año.
Heredero de historial turbio
El peso de su apellido también ha generado múltiples cuestionamientos. Ese embajador de Ortega es hijo de Licio Gelli, célebre por su liderazgo en la logia masónica Propaganda Due (P2), organización involucrada en redes de corrupción política, operaciones ilegales de inteligencia, y el escándalo bancario del Banco Ambrosiano, que estremeció a Italia en los años 80.
Licio Gelli fue descrito por autoridades judiciales italianas como una figura clave en operaciones de lavado de dinero, conspiraciones políticas y alianzas con mafias. De acuerdo con investigaciones periodísticas de distintos medios, Maurizio Gelli, el embajador sandinista, también fue arrestado en Viena en 1999 bajo sospechas de intento de lavado de más de 1.200 millones de dólares procedentes de las actividades ilícitas de su padre.
Un operador al servicio de Ortega
Lejos de la imagen de diplomático convencional, Gelli se ha convertido en una ficha política de Ortega en Europa, utilizado para tender puentes o tratar de blanquear la imagen internacional de su régimen. Su nacionalización exprés y acumulación de embajadas son vistos más como una maniobra para tener a un personaje tan sospechoso bajo protección y con inmunidad, que a una trayectoria diplomática de mérito.
El envío de Gelli a Roma en medio de las exequias del Papa Francisco no fue casual. En las fotografías oficiales divulgadas por medios propagandísticos del régimen, se ve a Gelli posando junto al cardenal Leopoldo Brenes, evidenciando la estrategia de Ortega de intentar legitimarse ante los ojos de la comunidad internacional, en especial tras la dura condena que el propio Papa Francisco expresó en 2023, cuando calificó al régimen sandinista como «una dictadura grosera».
Persecución contra la Iglesia Católica
La intención del régimen de mostrar cercanía con la Iglesia contrasta con la realidad. Desde la rebelión cívica de abril de 2018, Ortega y Murillo han intensificado la persecución contra obispos, sacerdotes y laicos católicos.
Numerosos líderes religiosos han sido encarcelados, como monseñor Rolando Álvarez —sentenciado a 26 años de prisión antes de ser desterrado—; decenas de emisoras católicas han sido clausuradas; se han expulsado congregaciones religiosas, incluidas las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta; y se han confiscado propiedades eclesiales.
La «suspensión» diplomática con la Santa Sede se consumó en 2022 con la expulsión del nuncio apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag, bajo un clima de creciente hostilidad. Desde entonces, el régimen retiró también a su representante en la Santa Sede. Eso de la «suspensión» fue admitido este medio por la propia Rosario Murillo, a través de su alocución meridiana por los medios de la propaganda gubernamental.
Gelli para la propaganda
El protagonismo que se ha dado a Gelli durante las ceremonias en el Vaticano ilustra el intento desesperado de Ortega por manipular simbólicamente escenarios internacionales.
Lejos de ser un simple funcionario de protocolo, Gelli cumple una función estratégica: representar al régimen donde es necesario aparentar respeto diplomático, aun cuando en su propio país se persigue y reprime sistemáticamente la fe católica.
El envío de una figura tan controvertida como Gelli, en vez de aliviar la imagen del régimen, pone en evidencia la precariedad moral y política de Ortega y Murillo en la escena internacional.
Ortega y Murillo, inescrupulosos
La historia de Maurizio Gelli, desde su origen familiar hasta su carrera diplomática forjada bajo favores políticos, es un reflejo más de cómo el régimen de Ortega se sostiene sobre redes de lealtad personal, inmunidad internacional y desprecio por las normas institucionales.
En un país donde la fe ha sido uno de los últimos bastiones de resistencia frente a la dictadura, la presencia de Gelli al lado del cardenal Brenes, promovida mediáticamente por el oficialismo, confirma la conducta recurrente de la dictadura de Managua: cinismo y oportunismo político descarado.
Mientras tanto, en Nicaragua, sacerdotes continúan siendo hostigados, comunidades católicas reprimidas y los templos permanecen bajo vigilancia. Incluso, durante la recién pasada Semana Santa, la dictadura volvió a prohibir las procesiones católicas por la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que es a la vez uno de los eventos litúrgicos más trascendentales del catolicismo.