«Los llevamos a enterrar y no llevamos caja (ataúd), no hay caja para él», fueron las palabras de uno de los familiares del niño Óscar David Umaña, de ocho años, mientras cargaba la hamaca improvisada donde llevaban el cuerpo del menor pasando zonas de tierra y hasta quebradas. Óscar fue el último en ser encontrado tras una extensa búsqueda en el río La Piñuela, en el municipio de Santa Teresa, Carazo.
La tragedia para esa familia llegó la madrugada del martes, 17 de noviembre, cuando el río «los agarró dormidos», relató el pariente de los afectados, mientras se encaminaba hacia el cementerio, cinco kilómetros de camino pedregoso que recorrieron «a pie». Ahí los esperaban cuatro ataúdes que completaban a las primeras cinco víctimas mortales de las constantes lluvias ocasionadas por el paso del huracán Iota en Nicaragua.
El agua «se metió a las casas» arrastrando a Daniela Umaña Rodríguez, de ocho años y su hermanito Óscar David Umaña Rodríguez, de cinco años; Yahoska Carolina Canales, de 12, y su hermana María José Canales, de 10; y Luz Marina Chávez, de 49 años.
En el camposanto, 24 horas después de la tragedia, fueron despedidos por amigos y familiares, quienes por sus circunstancias económicas debieron enterrarlos en una fosa común.
La tarde de ese mismo martes, casas de tabla y plástico de familias de campesinos eran tragadas por el lodo, producto del deslave en el Macizo de Peñas Blancas, en Matagalpa.
En el sector de Los Roques se encontraban unas cuatro familias. El Gobierno afirma que la tragedia acabó con la vida de nueve personas, mientras dos permanecen desaparecidas: Fanor Otero Baldizón, de 40 años, y sus hijos Elvin Otero López, de 13 años, y Fanny Otero López, de 8; Martha Lorena Hernández, de 34 años, y sus hijos, Orlando Josué Navarrete Hernández, de siete meses, y Heykel Navarrete Hernández, de nueve años; Alberto Roque González, de 65 años, no vidente; y la niña Karen Juniet Martínez Hernández, de dos años.
Esos son los nombres que la Presidencia- Gobierno-Partido, con su política de secretismo, brindó a través de los medios gubernamentales. Las desaparecidas son Flor López Aráuz, de 38 años, y su hija Hassel Otero López.
«Era mi única niña, tanto que le pedí a Dios una niña, miren en qué terminó. Dos años nada más, no disfruté nada su vida. Aquí viven mis suegros y ella andaba visitando, yo dije voy a venir el domingo, pero nunca pensé que llegara a pasar esto», fue el relato desgarrador del esposo y padre de dos víctimas, mientras sostenía en brazos el cuerpo sin vida de su niña de dos años.
Hasta ese momento, no hubo Gobierno que los alertara, ni brindara condiciones para buscar refugio, según reportes locales. Fue la sabiduría local lo que salvó algunas vidas cuando advirtieron el olor a lodo, indicaron los pobladores.
«Fue impacto de momento, fue segundos. No dio tiempo (de salir) a nadie el resto. No esperábamos esto», expresaron los campesinos que, con machete en mano, fueron los primeros en auxiliar a sus vecinos.
Al llegar «se me salieron las lágrimas. Es dramático, muy caótico saber donde estaba esa pobre gente viviendo, prácticamente tenía la sepultura de tiempo. Es conmovedor. Saber que su condición humilde, su condición de pobreza, y terminar en esa miseria», manifestó el padre Pablo Espinoza, de la parroquia Nuestra Señora de Fátima, Rancho Grande, quien llegó a la zona junto a otros sacerdotes. La catástrofe no fue informada hasta el siguiente día.
Mientras la capital desconocía el deslave en el Macizo, la vicepresidenta, Rosario Murillo, informaba sobre el fallecimiento de María de la Cruz Duarte, en el cerro El Chipote, en Quilalí, Nueva Segovia; y el de Carlos José Méndez, de la comunidad Santa Ana-El Diamante, Jinotega; de quienes se expresó «María de la Cruz, que ya sabemos que estaba viendo pasar el agua, o viendo cómo el agua llenaba el caño» y Carlos Méndez que «estaba en estado de ebriedad».
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Murillo también dijo que la tragedia en Carazo ocurrió porque las víctimas «pensaban que, como durante el huracán Eta no hubo afectaciones, ni creció el río, entonces, (ellos) decían ¿Para qué evacuarse? Mejor regresar a sus casas». Las víctimas habitaban en humildes viviendas, instaladas en zona de riesgo.
También relató la pérdida de Carlos Carazo, de 50 años, y Francisco Carazo, de 18 años, padre e hijo, quienes habitaban en Wamblán, Wiwilí, departamento de Jinotega. Según Murillo «habían sido evacuados, estaban ya en un albergue y regresaron a traer pertenencias».
La tarde del jueves, 19 de noviembre, la vocera informó sobre un deslizamiento en el cerro El Puyú, del lado de Mulukukú en el límite entre Waslala y Mulukukú, Caribe Norte, donde perdieron la vida los hermanos Pedro José Blandón Reyes, de 22 años; Adonis Blandón Reyes, de 15 años, y Sayda Sugey Blandón Reyes, de nueve años.
La tragedia ocurrió un día antes sin que las autoridades del país tuvieran conocimiento de la situación que atraviesan los habitantes de las zonas rurales, tras el paso de los fuertes ciclones. «Ayer (miércoles, 18) un pastor, por la noche muy tarde, nos avisó, allá en Matagalpa», dijo Murillo. Envueltas en sábanas blancas y colocadas sobre bancos de madera, fueron despedidas las tres víctimas mortales, en la soledad de un templo local.