El más reciente derecho que nos ha conculcado este régimen es el derecho a despedirnos de las personas que queremos, apreciamos, admiramos o fraternizamos y que en medio de esta pandemia pasaron a presencia del Señor.
Al cumplirse seis meses que el gobierno reconoció el primer caso de COVID-19, aún no sabemos a ciencia cierta cuántas víctimas fatales ha provocado y sigue provocando esta pandemia, porque desde un principio se nos mintió y se intentó disfrazar la verdadera cifra en comunicados clonados con palabras rimbombantes, como delicado y estable, delicado y cuidadoso, sin contagio comunitario, con seguimiento responsable, etcétera y con la frase final …¡En el nombre de Dios!
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Aún recordamos hace seis meses a la exministra sancionada cuando afirmó que el gobierno estaba preparado con 19 hospitales para enfrentar la pandemia, que los casos reportados eran importados, que las mascarillas solo debían usarlas los enfermos y el personal que los cuidaba, que no había contagio comunitario y que no se iban a cerrar fronteras.
Luego vino una sarta de comunicados leídos por un señor de bata, bigote y cabello blanco a quien la ocurrencia popular lo comparó con un personaje de la serie de Chespirito. Después fue una ministra de efímero paso, porque quizás no quería estar leyendo el mismo reporte, hasta llegar actualmente a una señora de rostro inexpresivo cuyo título profesional, se sospecha quedó guardado en el archivo del descaro.
En nuestra cultura existe la arraigada costumbre de brindar el último adiós a un familiar, amigo conocido, o vecino desde la vela hasta la tumba y en muchos casos depositar una flor o un puño de tierra al momento que el deudo baja a su última morada. Creo que no hay ningún nicaragüense que no haya sentido, visto o escuchado del fallecimiento de un familiar, vecino, amigo o conocido en estos seis meses de tragedia.
Nos enteramos a través de redes sociales y medios convencionales los obituarios de centenares de profesionales, maestros, obreros, artesanos, empresarios, líderes de opinión, familiares o conocidos y hasta de altos funcionarios del gobierno o jefes de Policía y en estos últimos casos inhumados subrepticiamente.
A miles de nicaragüenses, nos negaron el derecho a despedirnos. Nos negaron el derecho al abrazo y las lágrimas sobre el pecho o el hombro, nos negaron el último beso en la frente del deudo querido, y en algunos casos ni siquiera ver de largo el coche fúnebre porque se los llevaron en la oscuridad de la noche en forma clandestina, furtiva, casi en secreto.
Aunque el régimen afirme que estamos en los estertores de la pandemia, hay otros que se encuentran igual o peor, pero sin seguimiento cuidadoso y responsable …¡En el nombre de Dios!