Cuando en el béisbol de Grandes Ligas se cante el tradicional ¨Playball¨ no se escucharán gritos, ni vítores, ni la tradicional algarabía del reinicio de una nueva serie de lo que se califica el mejor béisbol del mundo. Sencillamente no habrá fanáticos ni porristas, ni vendedores, en fin, los estadios estarán huérfanos de público. La disposición fue: juegos a puerta cerrada.
Los dueños de los equipos tienen que cuidar su inversión en los jugadores. Muchos de ellos al igual que las estrellas del futbol devengan en un año lo que un médico que posiblemente estudió tres décadas para obtener su título y al menos dos especialidades, pueda ganar en todo lo que le queda de vida.
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Es triste observar que mientras médicos, enfermeras y el personal de salud están al frente del batallón que lucha contra un enemigo invisible y muchos dejan su vida o la de sus familias, hay deportistas que disfrutan las mejores mansiones y los más lujosos vehículos cuyo precio puede ser igual que la construcción de una clínica o un hospital que tanto se necesitan.
Y sería vergonzoso hacer comparaciones con los salarios de los docentes de primaria, secundaria y universidad cuya misión es formar generaciones.


En nuestro país están por concluir las semifinales y pronto se inicia la serie final a puertas abiertas y a pesar de las expectativas de los sabios directores del evento, que limitarían hasta cinco mil fanáticos en el Estadio Nacional, resultó un fiasco porque aún queda gente sensata y no quieren exponerse ellos y sus familias.
Tanto en Grandes Ligas como en el fútbol europeo, los jugadores y equipo técnicos son sometidos a la prueba del COVID, porque para ellos es una forma de cuidar sus inversiones.
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En nuestro béisbol chapiollo no estamos seguros si hay medidas similares. Cuatro equipos en la semifinal y final son casi 120 personas que integran tanto jugadores como personal de apoyo y si a esto sumamos los vendedores, los fanáticos, los cronistas deportivos, y todo lo que incluye la movilización de los mismos, aún con algunas medidas con efecto placebo que se tomen, no deja de ser un peligro.
En fin, la suerte está echada. El COVID no juega béisbol, pero es invisible y puede estar en cualquier parte y si jugara béisbol no se le ocurra ser un buen pitcher para no tener que ponchar a tanto incrédulo.pero es invisible y puede estar en cualquier parte y si jugara béisbol no se le ocurra ser un buen pitcher para no tener que ponchar a tanto incrédulo.