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Son las 4 de la mañana y el sol aún no sale en Nagarote, un municipio de León, ubicado a 45 kilometros de Managua, la capital de Nicaragua. Juan Estiven López se levanta los siete días de la semana a esta hora para ir a trabajar, debe garantizar todas las necesidades de su familia.
Al salir de su casa se despide de su pareja con un beso, esto lo mantendrá motivado por las próximas 12 horas de trabajo continuo, de pie y bajo el inclemente sol.
Al abordar el bus, las miradas de las personas no se hacen esperar, el murmullo tampoco. La vestimenta y la apariencia de Juan parece captar la atención de los viajeros. Juan lo vive a diario y en todos lados.
Una tortillería ubicada en la zona sur de la ciudad capital, es su centro de trabajo, un lugar muy transitado por estar ubicado junto a un supermercado y cerca de uno de los mercados de la ciudad. Al llegar, saluda a sus compañeros de trabajo; mientras tanto su jefa le apura para que esté lista la plancha, en donde echarán cientos de tortillas de maíz hasta las 7 de la noche.
– ¡Carol apúrate con ese fuego! (calentar la plancha)
– Me llamo Juan Estiven, no Carol.
– ¡Te llamás Juan! Hasta que me enseñes en tu cédula que te llamás así, lo haré.
Carol antes de Juan
Carol desde muy pequeña recuerda que se sintió atraída por las mujeres, le gustaban los juegos de “varoncito”. A los 15 años le contó a su mamá que le atraían las mujeres, pero ella le dijo que estaba “loca”.
En su adolescencia, aún no vestía con ropa masculina, debido a la presión que sentía por parte de su familia y la sociedad, se vio obligada a casarse. El primer día de la boda le dijo a su esposo que le gustaban las mujeres, pero este no le creyó.
No pasó más de un año cuando el joven matrimonio se vio disuelto, producto de la “farsa que vivían” ambos por conveniencia, Carol por su condición sexual y su esposo por el “qué dirán”.
Al separarse, Carol regresó a la casa de su mamá embarazada. Al poco tiempo se enamoró de una muchacha, la que llevó a vivir a su casa con el conocimiento y permiso de su mamá.
Cuándo su papá se dio cuenta, hizo un gran escándalo, “le reclamó a mi mama porque permitía que yo tuviera mujer en la casa”. Al tiempo fue corrida por problemas familiares.
Juan nació hace 5 años
“Hace 5 años comencé con mi cambio, me gusta que me llamen él, no ella. Yo soy un chico trans, aunque para los demás Juan Estiven López no existe en Nicaragua”.
Juan se dio cuenta de que era transgénero cuando asistió al Grupo Lésbico Feminista Artemisa, creyendo que era lesbiana. Aduce que el feminismo le ayudó a identificar otros tipos de cuerpos y reconocer que podía ser un hombre trans.
Este proceso lo ha vivido junto a su pareja y su hija de 5 años (no biológica), la que lo conoció en transición y le llama “papito juan”. Cuándo alguien le dice a la niña que él no es su papito porque es mujer, ella contesta muy segura: “yo sé que es mujer, pero para mí, él es mi papito juan”.
Según López, la familia obliga a las/os hijas/os a ser lo que no quieren, “cuando los padres mantienen (económicamente) a sus hijos, los mandan y no los dejan ser ellos mismos. En mi caso comencé a trabajar para mantenerme solo y poder ser yo”.
Los derechos de Juan
Nicaragua no cuenta con una Ley de Identidad de Género que reconozca a la población trans y reivindique los derechos negados por su condición de género.
“En lo laboral no tengo derecho a un trabajo digno, estoy en el sector informal, sin seguro ni beneficios como antigüedad, aguinaldo y vacaciones. Aquí gano 230 córdobas al día (US$ 221 aproximadamente al mes), sin transporte ni comida”, comenta.
El informe “Discriminación a las Personas Trans” de la Asociación Nicaragüense de Transgenero (ANIT), realizado en Managua, revela que el 91 % de las personas trans saben leer y escribir, pero solo el 11 % ingresó a la universidad. Un 56 % tiene trabajo, y más del 93 % señala que no pondría denuncia por discriminación o agresión.
El país registra muertes atroces de personas de la diversidad sexual, pero no son tipificados como crímenes de odio. Las principales víctimas son mujeres trans. La discriminación es constante.
Cuando los hombres trans acuden al centro de salud, no tienen condones disponibles y no hay atención integral para ellos, les toca ser atendidos por médicos que no saben cómo tratar a la población.
Un grupo para hombres trans
Producto de la violación a sus derechos humanos, Juan fundó el Grupo de Chicos Trans Apolo, con apoyo de Artemisa. Este grupo es el primero en Nicaragua y pretender brindar información sobre la transgeneridad, cómo ser hombres diferentes (sin masculinidad hegemónica) y mejorar la autoestima.
“Vamos a estar apoyando a los compañeros en temas de derechos humanos e impulsando la aprobación de la Ley de identidad y que reconozcan a nuestras familias”.
Aunque Juan no existe legalmente en Nicaragua, si existe en nuestra sociedad. Hasta la fecha no hay un registro de las personas transgéneras, pero cada vez se hacen más visibles en el resto del país.
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