[vc_row][vc_column][vc_column_text]Elea Valle cuenta entre lágrimas y miedo lo que ha vivido en los últimos meses. Es la madre de Yojeisel Pérez Valle, de 16 años; y Francisco Pérez, de 12 años. Los dos adolescentes fueron asesinados por el Ejército de Nicaragua en la comunidad San Pablo 22, en La Cruz de Río Grande el pasado 12 de noviembre.
Este 22 de noviembre, Elea se presentó en las oficinas del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh). Primero, para contar la suerte que habían sufrido sus hijos y para pedir justicia y exigir que le entreguen los cuerpos de los menores para poder sepultarlos.
Su esposo era rearmado
Francisco Pérez Dávila, a quien según Valle conocían como «El Charrito», tenía tiempo en la montaña. Según Elea, su esposo se había levantado en armas contra el Gobierno de Daniel Ortega y tenía dos años sin verlo. Por eso, fue que los niños estaban con su padre el día de la emboscada. «Fueron a ver a su papa ellos (los niños). Tenían como dos años de no verlo. Ellos no andaban armados, si eran unos niños», narró Elea con expresión de dolor».
Francisco Pérez era parte del grupo de rearmados que estaba bajo las órdenes de su hermano Rafael Pérez Dávila, «comandante Colocho». Antes, el grupo armado había estado liderado por Enrique Aguinaga, a quien conocían como «comandante Invisible», asesinado por el Ejército el 30 de abril de 2016.
De igual manera, la madre de los dos adolescentes torturados negó que su compañero fuera un «delincuente», como aseguran las autoridades, y desmintió que los productores de la zona hicieran denuncias sobre robos y otros crímenes. Elea sostiene que Francisco andaba huyendo de las autoridades porque querían matarlo.
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Amenazas reiteradas
Elea retrocede el tiempo y recuerda cuando a su casa llegaron miembros del Ejército de Nicaragua para amenazarla. «Entraron a mi casa, me tiraron mi ropa, unos sacos de frijoles. Toda la casa me la registraron», agregó la mujer de aspecto humilde, quien también relató que el Ejército llegó de forma violenta y pidiendo información de sujetos en concreto.
Valle contó que en varias ocasiones y justo después de la muerte de sus hijos la Policía y el Ejército «andan arrechos (molestos). Los vecinos me dijeron que andan preguntando por mí, pero ellos les dijeron que yo después de la muerte de mis hijos estoy mal, que me fui; que estoy más muerta que viva».
Durante su comparecencia en el Cenidh, Elea narró su tragedia como quien cuenta una historia de terror: con los ojos puestos sobre la mesa; sin volver a ver en ningún momento las luces de las cámaras de televisión que grababan su testimonio.
Además de narrar su calvario y lo que le decía su marido antes de ser asesinado, Elea también señaló cómo este año se registró otro enfrentamiento donde el Ejército capturó a un civil. «Lo atraparon. También, les hicieron groserías, los castraron, los arrastraron y los fueron a dejar volados en la comarca San Antonio Su Sun (Siuna, Caribe Norte)”.
La violaron y la torturaron
Con la voz quebrada y el rostro triste, Elea Valle relató que su hija presentaba signos de violación y su hijo, marcas de tortura: “me la violaron. La gente dice que me la encontraron desnuda, con un balazo en el vientre y desnucada porque la colgaron a mi pobre niña”. Elea al mencionar los hechos hacía largas pausas y veía sus manos mientras las frotaba como intentando calentarlas.
Luego de recuperar la voz, la madre de los dos menores continuó con su relato. “A mi niño me lo apuñalaron en los costados. Tenía un disparo en la mano y otro en la cabeza; los dos estaban muy golpeados”. Ahora, exige al Ejército que le entregue los cuerpos de sus hijos y esposo, que fueron sepultados en una fosa común. “Yo pido que el Ejército me entregue los cadáveres de mis niños, que la gente me ayude para poder darles cristiana sepultura”, rogó Elea Valle ante los micrófonos y las cámaras de televisión.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]