La propaganda oficial en Nicaragua ha alcanzado niveles absurdos, y el último ejemplo lo protagoniza Rosario Murillo. La vicedictadora ordenó a los maestros que sus estudiantes escribieran sobre “heroínas”, incluyendo, por supuesto, a ella misma. En un país donde el culto a la personalidad se impone como deber escolar, en Artículo 66 decidimos responder con ironía, pero abriendo la plaza a los lectores.
Si el régimen exige alabanzas forzadas, nosotros abrimos un espacio para que nuestra audiencia escribiera sobre Rosario Murillo con absoluta libertad. Invitamos a nuestros lectores a enviar sus textos, sin restricciones de género o formato, y el resultado ha sido una serie de escritos donde la sátira, el sarcasmo y la crudeza pintan un retrato muy distinto al que la dictadura pretende imponer.
Aquí les compartimos un primer texto enviado por un lector. Contiene una mirada críticas y se apropia de los recursos populares y la imagen que proyecta Murillo para hacer humor. Aquí se la dejamos.
Jean Batista:
Era el 13 de octubre de 2023, lo recuerdo perfectamente. Me encontraba completamente solo en el área de sol en El Chipote. El área de sol es como estar dentro de una pila de cemento, como las que mucha gente en Nicaragua construye. Para cualquier preso, era una alegría estar allí, aunque solo fuera por una hora al mes o a la semana. No se recibía casi nada de sol, pero al menos podías tocar una hoja que el viento arrastraba hasta ese lugar, ver una hormiga caminar o, con suerte, divisar un zopilote volando o un avión que pasaba de repente.
En uno de esos terribles días de cárcel, se abrió la pequeña ventana por la que solo se podían ver dos ojos, los mismos que de vez en cuando espiaban qué estaba haciendo uno. No había mucho por hacer: caminar cuatro pasos hacia adelante y cuatro de regreso, o acostarte en el suelo a ver alguna dichosa nube… o el dron que siempre nos vigilaba.
En esa ocasión, un oficial me llamó y me preguntó cómo estaba.
—Todo bien, oficial, ¿y usted? —le respondí.
—Pues aquí, trabajando. ¿De dónde sos? ¿Verdad que estás aquí por cuestión política?
Fueron preguntas que iniciaron una breve conversación. Pero una de las últimas me tomó por sorpresa.
—¿Sabe usted qué día es hoy?
—La verdad, oficial, no recuerdo. Ya perdí la cuenta en este lugar —le dije.
—Pues hoy es martes 31 de octubre… y dicen que hoy salen los brujos.
Según mis cuentas, ese día era domingo 29.
—No, jaja, hoy es 31 —insistió.
Luego me preguntó:
—¿Sabe usted por qué se celebra Halloween?
En ese momento traté de explicarle lo que recordaba. Le dije que era una fecha en la que se creía que las brujas del mundo se reunían e invocaban al mismísimo diablo, por eso se le llamaba la noche de las brujas.
El oficial levantó el rostro, trató de dejar que viera su boca y, en voz baja, me dijo con cierta picardía:
—Entonces es probable que la Chamuca venga en una escoba hoy aquí…
Se echó a reír. Pude ver que parpadeó con cierto temor, cerró la ventana de inmediato y se fue sin dejarme responder nada.
Me quedé observando el pequeño pedazo de cielo que lograba ver desde allí y pensé: ¿Por qué este oficial me preguntó eso? ¿Por qué habló con tanta confianza y curiosidad? ¿Será que la Chayo verdaderamente vendrá hoy aquí? ¿Se reunirá con nosotros los presos? ¿Nos amenazará y luego nos liberará? ¿O vendrá a hacer un hechizo?
Pero luego me distraje con otro pensamiento: ¿Por qué este oficial me habló hoy de esa manera?
El tiempo pasaba lentamente; en aquella horrible cárcel, un segundo era una eternidad. De repente, dos oficiales llegaron, me hicieron sacar las manos por la pequeña ventana, me enchacharon y me llevaron de vuelta a mi celda oscura, de la que tristemente casi nunca salía.
Esa misma noche, como a la una de la madrugada, escuché pasos y una voz que me llamaba por mi nombre.
—¿Estás despierto? —preguntó.
Respondí de inmediato que sí, porque reconocí la voz del oficial con quien había conversado en el área de sol.
—¿Qué pasó, oficial?
—Mirá —me dijo en tono serio—, cuidado le decís a los demás presos o a los otros oficiales lo que hablamos en la mañana…
Me hice el olvidado y le pregunté:
—¿Qué cosa, oficial?
—Lo de la Chamuca…
Me reí, él también.
—Tranquilo, no diré nada, oficial. Solo que si viene esa vieja aquí, le hago la guatusa…
El oficial soltó una carcajada y se fue.
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