Los dictadores están furiosos. El de allá y el de aquí. Daniel Ortega, el más longevo de los dos, grita de rabia y furia en televisión nacional porque el mundo no reconoce al otro dictador. Nicolás Maduro es menos viejo pero igual de desalmado y represivo que el nicaragüense.
Los dos despotrican, amenazan, insultan, atacan, descalifican y matan. Los dos en nombre de pueblos que, en las boletas y en las calles, los han despreciado y rechazado, han logrado manipular, torcer la ley, quebrantarlas y crear las circunstancias para continuar ahí, atornillados a la silla del que manda más y enganchado en los hombros de cada vez más reducidas bases, pero violentas e ignorantes.
Así lo desnudó un interesante debate en X, la noche del 30 de julio en la cuenta Somos la Resistencia (@SomosSLR), en la cual los politólogos Manuel Orozco, José Antonio Pereza y el escritor y analista Israel Lewites, debatieron el tema de Venezuela y Nicaragua ante una audiencia virtual de 687 cuentas conectadas durante tres horas con 17 minutos.
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Para los especialistas, con sus diferencias naturales de estilo, contexto y resultados, las dos dictaduras (la de Venezuela y la de Nicaragua) han implementado fraudes y métodos de represión para sostenerse en el poder y en ambos casos, los resultados han sido los mismos: se han quedado, lidiando con sanciones internacionales, provocando exilio de miles, crisis, ilegitimidad, represión brutal y violaciones sistemáticas de derechos humanos.
Al final, señalan, aunque con matices leves, ambas dictaduras se quedan sostenidos con las armas, asumiendo todos los costos políticos y económicos y sosteniendo el poder a base de represión, exilio y esperanzas en alianzas de poco rédito y mucha propaganda con países como Rusia, China, Irán o Cuba.
El caso venezolano: lejos de democrático
El Centro Carter, que observó las elecciones presidenciales de Venezuela el 28 de julio de 2024, denunció que el proceso «no se adecuó» a los estándares internacionales de integridad electoral.
La organización afirmó no poder verificar la autenticidad de los resultados declarados por el Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela, que proclamó ganador a Nicolás Maduro, a falta de más de dos millones de votos por computar.
La falta de transparencia y la parcialidad a favor del oficialismo marcan este proceso electoral y lo marcan, como en el caso de Nicaragua en 2021, como no democrático. Lo que dijo el Centro Carter de Maduro este 30 de julio, lo dijo de Ortega el 29 de octubre de 2021, una semana antes del simulacro electoral
Desde la llegada de Ortega y Maduro al poder, ni en Nicaragua ni en Venezuela hay elecciones legítimas
Jennie K. Lincoln, asesora principal del Centro Carter sobre iniciativas de paz en América Latina y el Caribe, dijo entonces que en Nicaragua no había condiciones para elecciones creíbles ese año. Lincoln, quien fue observadora electoral en Nicaragua en el pasado, afirmó que «el fraude ya está hecho y los derechos humanos están en el piso».
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Ella señaló aquella vez, igual que lo hizo en 2012, que el proceso electoral de Nicaragua no contaba con los estándares internacionales en materia electoral y que por las condiciones de represión dijo que ya «la democracia nicaragüense está muerta». Además, el Centro Carter indicó que las elecciones no reunieron los requisitos mínimos para considerarse democráticas, auditables y legítimas. Con las distancias de realidades, este martes, la organización ha dicho lo mismo sobre Venezuela.
Diablos y pecados parecidos
Lo que hoy vive Maduro, lo vivió Ortega en 1990. En 1990 las razones de Ortega para aceptar las elecciones fue el cese de la ayuda del bloque socialista, la ruina económica por una guerra de más de 10 años y la presión internacional.
Sin saberse a ciencia cierta las razones de Maduro, las circunstancias internacionales son similares en algún modo a las de Ortega en 1990: una economía en ruinas por la corrupción y la mala administración pública, empeorada por las sanciones internacionales, una imagen internacional «en piltrafas»y una creencia errónea de tener el control social.
La situación en Venezuela refleja métodos similares de fraude, represión y abuso de poder observados en Nicaragua desde el retorno de Ortega en 2007.
Ambos países, bajo el liderazgo de Nicolás Maduro y Daniel Ortega, han enfrentado críticas por la falta de condiciones para elecciones libres y justas. Para los especialistas la forma en que repiten en el poder y el control estatal basado en la represión, los convierte en ilegítimos de nacimiento. Como resultado, se convierten en parias internacionales e integrantes de un pequeño club de políticos capaces de todo por permanecer en el poder.
Control gubernamental
Los especialistas dicen que en Nicaragua, el Consejo Supremo Electoral (CSE) es visto como un organismo al servicio del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), con acusaciones de falta de imparcialidad y transparencia desde 2008.
“En Venezuela,el Consejo Nacional Electoral (CNE) está controlado por el oficialismo chavista, generando dudas sobre la legitimidad del proceso”, aseguran.
«No hay transparencia», aseguran. En Nicaragua no existen mecanismos para auditar el proceso electoral, llevando al convencimiento de los observadores internacionales de que las elecciones están diseñadas para favorecer al FSLN.
Lo mismo ha pasado en Venezuela. El CNE no proporcionó resultados desglosados por mesa electoral, constituyendo una grave violación de los principios electorales y la percepción de que los datos alterados fueron programados para robarse las elecciones en caso que no ganaran por los votos.
El rechazo internacional
En Nicaragua la oposición y la comunidad internacional han denunciado los procesos como fraudulentos. La Unión Europea, Estados Unidos y la OEA han criticado la legitimidad de todos los procesos electorales desde el 2008.
En tanto en Venezuela varios países y organizaciones, incluida la OEA, han cuestionado la validez de los resultados de las elecciones de 2024, con la oposición reclamando que Edmundo González es el verdadero ganador con casi el 70 por ciento de los votos.
Represión y abuso de poder
Ha sido denunciado que desde junio de 2021, el régimen Ortega-Murillo arrestó a 39 personalidades opositoras, entre ellas siete aspirantes presidenciales y eliminó la personería política de tres partidos. Es decir, «mató al gato en puerta» antes de abrir las urnas.
Y en en Venezuela, la oposición enfrentó descalificaciones de candidatos, persecución y falta de acceso a medios de comunicación. La exclusión de figuras clave de la oposición marcó las elecciones de 2024.
Participación y oposición
Nicaragua: La oposición quedó prácticamente desarticulada y no pudo competir en condiciones justas. Las elecciones de 2021 se llevaron a cabo en un contexto de represión y sin la participación de los principales partidos opositores, ante lo cual Ortega habilitó partidos y candidatos aliados y comparsas para hacer el circo.
Venezuela: Aunque la oposición ha tenido una presencia más visible, ha enfrentado obstáculos significativos. La exclusión de figuras claves de la oposición generó dudas sobre la legitimidad del proceso desde antes de ir a las votaciones.
Observación internacional
Nicaragua: La falta de observadores internacionales imparciales ha sido una constante en los procesos electorales. Ortega ha desestimado las críticas internacionales, argumentando intervenciones externas y ha creado la figura de «acompañantes» autorizando a aliados y figuras de irrelevancia mundial para evitar sorpresas contrarias a sus planes.
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Venezuela: El gobierno rechazó la presencia de observadores independientes, aumentando la desconfianza en los resultados electorales y aunque admitió al Centro Carter, lo limitó al proceso previo de las votaciones. La comunidad internacional ha exigido condiciones para la observación electoral real y profesional.
En ambos casos, Las elecciones en Nicaragua en 2021 y en Venezuela en 2024, comparten similitudes significativas en cuanto a control gubernamental, falta de transparencia y rechazo internacional.
Ambos países presentan un patrón de abuso de poder y represión que compromete la legitimidad democrática, reflejando métodos similares de fraude y represión bajo los regímenes de Nicolás Maduro y Daniel Ortega.