Después de tres años del atentado a la capilla de la Sangre de Cristo, en la Catedral Metropolitana de Managua, la imagen fue bajada para ponerla en mejor resguardo y evitar que sufra más deterioro.
La tarde del miércoles, dos de agosto, la Sangre de Cristo fue colocada en una cruz de madera, quedando reclinada para evitar que se desprenda del único clavo que la sostiene.
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Durante una misa, la tarde ayer, el cardenal Leopoldo José Brenes, Arzobispo de Managua, explicó a través de unas fotografías, que los brazos de la imagen «están el aire», sin ninguna seguridad.
Señaló que la imagen estaba sostenida por cinco clavos, «dos en los brazos, uno en los pies y dos en la espalda, pero en este momento solamente hay un clavo que está sosteniendo la imagen y es el de la cintura».
«El clavo de la espalda ya está sarroso y separado del cuerpo de la imagen, prácticamente en el aire, solamente el de la cintura está sosteniendo y da la impresión como que se va zafando», agregó el jerarca.
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Manifestó, además, que su temor y el del equipo pastoral de la Arquidiócesis es que «un temblor pueda aflojar el último clavo y la imagen se venga al suelo y se desbarate, y eso nos va a impedir que más adelante, cuando tengamos la oportunidad, podamos tener la restauración».
«Vamos a bajar la imagen y la vamos a acomodar como acostadita para resguardarla, porque estábamos hablando con los técnicos en Guatemala y nos dicen que es buena opción (…)», añadió Brenes.
Más de 382 años de existencia en Nicaragua
La que fue la bellísima imagen de la Sangre de Cristo, tallada en madera policromada y que tenía 382 años de existencia en Nicaragua, fue víctima de un fuego de mano criminal que todavía vive impune. La imagen que casi termina hecha carbón fue traída desde Guatemala, según documentación en poder de la Iglesia.
Fue un ataque a mediodía, un día viernes, pero igual, un 31 de julio hace tres años. La capilla de la imagen ardió en llamas, mientras los managuas se preparaban para aprovechar las fiestas patronales en honor a Santo Domingo de Guzmán y orar por el fin de la pandemia que mató a miles en el país y devastó en otros países a millones.
A pesar de los testimonios de testigos, la vicepresidente de Nicaragua, Rosario Murillo, dijo, minutos después del hecho, que fue un «incendio de veladoras», por «el mal uso de los feligreses que pagan promesas a los santos», versión que fue desmentida por el mismo cardenal, quien calificó el hecho como un atentado terrorista.