Durante muchísimo tiempo, y en varias entrevistas a medios naciones y extranjeros, dije que el supuesto «silencio» que algunos sectores de la oposición al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo atribuían al Papa Francisco no era más que un prudente silencio de cara a un posible —y siempre difícil— diálogo con el orteguismo que buscaba, entre otras cosas, cesar la persecución religiosa in crescendo contra los católicos de Nicaragua.
Esto me valió críticas de varios sectores, incluyendo la de algún tuitero miembro de un medio de comunicación socialdemócrata que de forma sostenida me pedía insistentemente en dicha red social que le dijera al Papa Francisco qué hacer o decir sobre la situación de nuestro país.
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Cuando el ataque a la libertad religiosa se acentuó con la encarcelación de monseñor Rolando Álvarez y de varios sacerdotes, personas prominentes en la política y la prensa en redes sociales iniciaron una serie de críticas bastante desafortunadas y hasta maleducadas contra el Papa, acusándole desde dejación de funciones hasta simpatizante de la izquierda. Todas ellas, teorías propias de mentes de parvulario.
Quiénes conocemos desde adentro la Iglesia, y le damos seguimiento desde el periodismo especializado socio-religioso, sabíamos que tarde o temprano habría una reacción más fuerte del Papa y de la Santa Sede si los canales de diálogo resultaban siendo dinamitados por el inmovilismo de los Ortega-Murillo.


Particularmente, en Artículo 66, le dimos cobertura a Rodrigo Guerra, funcionario de la Santa Sede y secretario de la Pontificia Comisión para América Latina; que explicó en varios medios de comunicación católicos las gestiones que estaba haciendo el Vaticano para aminorar el acoso en contra de los católicos de Nicaragua.
Fuimos el único medio nicaragüense que recogió estas impresiones. A Guerra, por medio de nuestro colega periodista en Colombia Miguel Estupiñán, le hicimos llegar una pregunta respecto a la situación de Nicaragua, en el marco de la asamblea extraordinaria de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM).
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La respuesta del funcionario del Vaticano fue bastante elocuente. Habló que el régimen orteguista de Nicaragua había caído en el neopopulismo y en la «vieja tentación autoritaria que suprime libertades, que no respeta la diversidad de opiniones y que termina lastimando, entre otros sectores, a la Iglesia católica que busca poder vivir y creer con libertad».
Posteriormente, la misma autoridad de la Santa Sede, ante las críticas de la oposición en Twitter, contestó por medio de la televisora católica española TRECE que la diplomacia efectiva de la Santa Sede no funcionaba «a velocidad» de la red social del pajarito azul, a la vez que reiteró que el papa estaba preocupado porque «el pueblo está sufriendo».
Guerra explicó los tres pasos que sigue siempre la diplomacia vaticana ante situaciones de alta conflictividad como la que vive Nicaragua: La ausencia o presencia de declaraciones públicas, según convenga. La dimensión de la relación diplomática entre la Ciudad del Vaticano y el Estado donde ocurren los hechos y la solidaridad con la Iglesia local por parte del resto de la comunidad eclesial.


Ninguna de estas explicaciones del funcionario vaticano fueron atendidas por gran parte de la oposición y el resto de la prensa, quién constantemente hablaba del «silencio» del papa ante la cuestión nicaragüense.
Recientemente, el papa Francisco habló sobre Nicaragua. Las declaraciones del máximo líder del mundo cristiano, contundentes y expresadas en el marco de una entrevista con un medio digital de su país natal expresan con claridad hasta qué punto existe un hastío en el Palacio Apostólico de Roma con un orteguismo cada vez más encerrado en sí mismo, que está dispuesto a todo con tal de seguir aferrado al poder sin importarle el aislamiento con todos aquellos actores internacionales que se han ofrecido a sacarle del fango del autoritarismo.
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Las expresiones del Pontífice fueron inmediatamente aplaudidas por la oposición, mientras que los cristianos las recibieron como la muestra máxima de un pastor preocupado por su pueblo, y han demostrado la molestia creciente de Roma frente a la discursiva claramente anticlerical y anti cristiana nunca vista en Nicaragua, al menos, desde la dictadura liberal de José Santos Zelaya, a inicios del siglo XX.
Tras las palabras del Papa, el orteguismo optó por seguir la estrategia de la huida hacia adelante. Suspendió las relaciones diplomáticas entre Managua y el Palacio Apostólico, reduciendo aún más el margen de la Santa Sede para intentar salvaguardar la vida del encarcelado monseñor Álvarez.
Mientras tanto, los propagandistas del régimen -como verdaderos sicarios de la tinta-, han destilado el odio discursivo visceral de la pareja presidencial contra la figura del papa Francisco, su magisterio y contra la Santa Sede. Todo ello, de la forma más ordinaria posible.


El ejemplo más patético de esto es el artículo de opinión del desequilibrado director de la emisora orteguista La Primerísima, cuyo nivel intelectual es, cuando menos, muy cuestionable.
Hoy, la oposición ni la prensa dudan de las posiciones del Pontífice respecto a la problemática nicaragüense. Se sabe que tras la suspensión de las relaciones entre el Vaticano y el régimen Ortega-Murillo, se acrecentará la persecución religiosa contra la Iglesia nicaragüense.
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«La Santa Sede no se va. La echan», dijo Francisco al periódico ABC de España a finales de 2022, al referirse a la expulsión del ex nuncio apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag. El orteguismo le ha enseñado la puerta de salida del país a la Santa Sede, tras las palabras del Papa sobre Nicaragua.
Hoy, que ya no hay dudas —que nunca existieron en los católicos de Nicaragua— por parte de la oposición y la prensa opositora de la posición del Pontífice, mi duda es ¿Pedirán disculpas todos aquellos de los que están en la acera contraria a los Ortega-Murillo que criticaron a Francisco de forma sostenida y furibunda sin tener el más mínimo conocimiento del funcionamiento de la Iglesia y de la diplomacia de la Santa Sede?
Ojalá que sí. Nunca es tarde para rectificar.