Por Israel González Espinoza*
El martes 7 de marzo, el general Humberto Ortega publicó un polémico artículo de opinión en el periódico La Prensa, titulado “Tregua santa”. Quisiera que reflexionáramos juntos sobre algunos aspectos de su texto.
En primer lugar, quisiera dirigirme al general Ortega. Usted ha reivindicado en su texto a la Constitución de 1987 –esa misma que la revolución construyó a su medida, que luego tuvo que ser reformada en 1995 por ser hiperpresidencialista, y que su hermano y su cuñada se han empeñado en violar reiteradamente desde 2007-.
La Constitución de 1987 dice que todos los nicaragüenses tenemos el mismo derecho a expresarnos en libertad. Sin embargo, ¿Por qué usted puede hacerlo sin tener temor a ser encarcelado, judicializado, desacreditado como traidor a la patria y toda la verborrea que se lanza desde el oficialismo contra de ciudadanos comunes que disentimos del orteguismo? ¿Acaso existen ciudadanos de primera y segunda categoría en Nicaragua?
Señor general Ortega, usted sigue con el ritornello de la teoría de los dos demonios. Pone en la misma balanza a los simpatizantes armados del orteguismo y a los manifestantes que salieron masivamente en protestas en contra del régimen de su hermano y su cuñada. Esta expresión de descontento popular espontánea, masiva y creativa fue la que el orteguismo ha querido ahogar bajo el asqueroso ruido de las armas con 355 víctimas mortales y 100 mil personas exiliadas, tan solo en Costa Rica.


Señor general Ortega, usted es un político experimentado. Por respeto a su trayectoria debería hablar con honestidad intelectual. Culpa el fracaso de los dos diálogos al “extremismo” de “los confrontados”. De nuevo el afán de poner en la misma balanza a represores y represaliados. Usted falsea la verdad cuando escribe esto.
Todo el país sabe que el régimen orteguista usó los dos diálogos como una estrategia de distracción para armar parapolicías y aplastar –primero por vías de hecho y luego por legislación viciada-, toda disidencia política, por pequeña que esta sea.
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Organismos internacionales de diversa índole como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) han acreditado que en el país se han cometido crímenes de lesa humanidad por medio de las acciones represivas ejecutadas por el Estado contra los ciudadanos que disentían o eran acusados de ello.
Ante la faz del país, quedó constancia en la transmisión del hoy censurado Canal Católico de Nicaragua que el régimen de su hermano y su cuñada se negaron en reiteradas veces a abordar con seriedad el plan de democratización propuesto por los obispos de Nicaragua, que pasaba por una profunda transformación de los órganos judiciales y electorales, así como un adelanto electoral para ejecutar una salida democrática a la crisis.


Esto mismo ocurrió en el diálogo de 2019, mediado por un representante de la Organización de Estados Americanos (OEA) y el exnuncio apostólico Waldemar Stanislaw Sommertag.
En ambos procesos negociadores estuve como periodista, dando cobertura. Nadie me lo contó. Yo lo viví.
Señor general Ortega. Su propuesta de liberar a monseñor Rolando Álvarez a cambio del fin de las sanciones económicas contra miembros e instituciones del régimen que encabeza su hermano es francamente perversa. Usted mismo dijo a la CNN que el obispo de Matagalpa era inocente y que sus palabras se enmarcaban dentro de lo que exige su labor como pastor del pueblo de Dios encomendado a él.
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Monseñor Rolando Álvarez es inocente y la injusticia que su hermano y su cuñada cometen contra él clama al cielo. Su martirio en el centro penal Jorge Navarro de Tipitapa es signo de resistencia para los cristianos y para los nicaragüenses; mientras que en ensañamiento del orteguismo contra el obispo es signo de vergüenza y repudio en todo el mundo. Hasta los gobiernos latinoamericanos de izquierdas –como el de Gustavo Petro en Colombia-, y hasta el mismo papa Francisco se lo han echado en cara.


Señor general Ortega. Usted termina proponiendo una tregua por Semana Santa. Olvida que somos los nicaragüenses los primeros interesados en tener paz. Los exiliados queremos volver a Nicaragua.
La Iglesia, en su doctrina social, dice que la paz solo es alcanzable cuando hay verdad, justicia, amor y libertad.
Lo que usted propone es simplemente que aceptemos el régimen de su hermano y que esperemos a 2026 para ver si Daniel Ortega y Rosario Murillo quieren hacer concesiones para realizar unas elecciones democráticas.
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Mire, general: Quiénes han matado, obligado a exiliarse, cerrado medios de comunicación, enjuiciado espuriamente, condenado al destierro, desacreditado en medios de propaganda, prohibido procesiones y encarcelado curas y obispos no somos los ciudadanos que disentimos del orteguismo. Debería hacérselo ver porque pareciera más empeñado en salvarle los trastos a su hermano que en una verdadera transición a la democracia para Nicaragua. Como se dice en España: “Tápete un poquito, se te ve el plumero”.
Señor general Ortega. Si usted es cristiano, sabrá que la Semana Santa es un proceso de reflexión, oración y meditación en torno al sacrificio de Jesús por la redención de la humanidad. Por ello, la Iglesia propone a todos los creyentes una conversión de vida en este tiempo litúrgico.
Si usted es creyente, en vez de proponer treguas fake, invite a su hermano y su cuñada a reflexionar sobre los caminos que han recorrido y que tomen medidas para corregir el rumbo. Porque si no lo hacen, la historia –que es implacable en su juicio contra los dictadores del pasado y del futuro-, no los absolverá.
(*) Periodista nicaragüense de información socio-religiosa, exiliado en España.
Twitter: @israeldej94