Monseñor Silvio Báez, obispo auxiliar de Managua, en su homilía de este domingo, 14 de agosto, retomó la liturgia dedicada al profeta Jeremías para referir a la persecución que sufren los religiosos en Nicaragua. El prelado recordó las acusaciones infundadas contra Jeremías, quien padeció difamaciones y agresiones por decir la verdad a los poderosos de la época.
«Las acusaciones contra el profeta de Dios se podrían traducir hoy en estos términos que nos pueden resultar familiares: Jeremías “organiza grupos violentos, incitándolos a ejecutar actos de odio en contra de la población, provocando un ambiente de zozobra y desorden, alterando la paz y la armonía en la comunidad”. Todas acusaciones falsas y ridículas. Jeremías nunca fue violento», dijo el jerarca, retomando el discurso que mantiene el régimen de Daniel Ortega contra la Iglesia católica de Nicaragua, institución a la que le ha declarado una guerra por condenar la opresión dirigida por el Estado contra la ciudadanía.
A monseñor Rolando Álvarez, la dictadura lo tiene encerrado en la Curia Episcopal desde hace 11 días por supuestamente crear «zozobra en la población». La Policía abrió una «investigación en su contra».
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La prédica del obispo Báez, desde la iglesia Santa Agatha en Miami, Estados Unidos; narra cómo el profeta Jeremías fue blanco de los tiranos únicamente por prevenirles a que no se enfrentaran a una guerra con Babilonia, sino que depusieran las armas para que no hubieran perdidas humanas.
«La posición de Jeremías resultaba inaceptable para quienes tenían el poder. Al rey, a los militares y a los altos funcionarios de la monarquía les convenía la guerra por varios motivos. Podrían atribuir al ejército invasor la situación de miseria en la que vivía la población, que en realidad era consecuencia de la corrupción y de la injusticia que ellos habían impuesto en el país».
«Les convenía la guerra porque podrían distraer al pueblo de los grandes problemas sociales y políticos, alimentando vanas ilusiones nacionalistas con las que podían ejercer mayor control sobre la gente», agregó.
Báez, quien sufre un exilio forzado debido a su predica y por estar en favor de los nicaragüenses, señaló que «a los dictadores y a los déspotas siempre les convienen los desastres nacionales e intentan sacarles provecho para afianzar su poder».
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Las acusaciones contra el profeta —predicó Báez—, son las mismas que utilizan los «dictadores» de la actualidad: alterar la paz y crear zozobra.
«Todas esas acusaciones —eran— falsas y ridículas. Jeremías nunca fue violento, ni predicó la violencia, y fue acusado de subversivo; Jeremías amaba su ciudad de Jerusalén apasionadamente y fue acusado de ser agente del imperio y traidor a la patria; Jeremías predicaba la consolación y la esperanza para su pueblo y fue acusado de cometer crímenes de odio», subrayó Báez.
Las dictaduras quieren «acabar con los profetas»
Al igual que le sucede a monseñor Álvarez a quien Ortega le quiere imputar delitos comunes, Silvio Báez contó que lo mismo le sucedió al profeta Jeremías, quien fue arrojado a un pozo lleno de lodo para «silenciar su voz».
«Así son los poderes tiránicos de ayer y de hoy. Con tal de mantener el sistema de opresión que han impuesto, conservar sus privilegios, aumentar sus riquezas y seguir sometiendo al pueblo, acusan con mentiras, levantan calumnias y procesan injustamente», alertó.
«Esto de eliminar a los profetas es algo muy antiguo. Lo practican siempre los sistemas injustos, intolerantes y violentos. Hoy, esos mismos sistemas siniestros, injustos y criminales, que no soportan la verdad y que no están dispuestos a escuchar a Dios, calumnian y agreden a los profetas, les levantan falsas acusaciones y ofenden y denigran a la Iglesia», remarcó y afirmó con aplomo que «Dios nunca abandona a sus profetas. Que no olviden esto los criminales que quieren acabar con ellos».
Los poderosos temen a la Iglesia
En alusión a los discursos de odio que los dictadores Daniel Ortega y Rosario Murillo hacen contra la Iglesia católica, a quienes ha tildado de «traidores e hijos de Satanás», el obispo dijo que «los tiranos no soportan la palabra profética que pone al descubierto su maldad y sus crímenes».
Enfatizó que «los poderosos de hoy temen a una Iglesia profética, quisieran ver a la Iglesia encerrada en la sacristía, con la boca cerrada y ojalá doblegada ante ellos; al no lograrlo, se llenan de rabia con discursos agresivos con los cuales no hacen más que mostrar su propia debilidad y la oscuridad de su conciencia».
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En el contexto actual que vive la Iglesia católica y el pueblo nicaragüense, el prelado envió una palabra de aliento, afirmando que «Dios no abandona ni a sus profetas ni a su pueblo. Por eso, el profeta no se calla, aunque esté hundiéndose en un pozo lleno de lodo, aunque esté siendo acusado injustamente o agredido por fuerzas tenebrosas y violentas».
«El profeta sigue llevando consuelo y dando esperanza y sigue denunciando toda injusticia que atente contra los seres humanos (…) La historia la deciden los pueblos que confían en el amor de Dios que les da fortaleza para luchar por liberarse de todo yugo inhumano», concluyó.