Este once de mayo mi padre Fernando Centeno Zapata estaría cumpliendo cien años.
Una ocasión especial para tratar de resumir una vida de entrega y amor a su familia, un apasionado de las letras, un luchador infatigable por las causas justas y sobre todo un ejemplo perdurable de honestidad y de otros valores, que con el tiempo se han venido diluyendo en las nuevas generaciones.
Originario del heroico y sufrido barrio de Sutiava, en León; de familia trabajadora y humilde, donde la estirpe del cacique Adiact aún se menciona con gallardía de generación en generación, al hablar de su cuerpo mecerse en las ramas del viejo tamarindón y donde se afirma fue linchado por oponerse a que su territorio fuera usurpado por personas foráneas a sus costumbres.
Mi padre fue el primer bachiller de la familia y el primer abogado de Sutiava. Desde joven con sus ideas socialistas al igual que los mejores estudiantes de derecho de su época, fue preso político, exiliado y perseguido por su lucha contra el fundador de la dinastía.
Como todo joven inquieto fue escritor de novela, poesía y cuentos -con estos últimos- ganó premios nacionales y centroamericanos.
Para algunos de sus biógrafos y estudiantes asiduos a la literatura, fue un profundo cuentista social y muchas de sus narraciones formaban parte de la lectura obligada en las clases de literatura de aquella época, cuando la educación secundaria era forjadora de líderes, intelectuales y académicos.
No es por casualidad que mi padre haya sentido inquietud por la literatura y las causas sociales, ya que mi abuelo Pancho Centeno, un menudo artesano del norte al llegar a León y formar una familia en Sutiava, se dedicó a la crianza y educación de caballos a principios del siglo pasado cuando los vehículos a motor aun no eran comunes en la ciudad y los hombres de la época se trasladaban en hermosos semovientes.
La casa solariega del barrio con sus calles de tierra y empedradas, era un lugar de encuentro de intelectuales y profesionales conversaban, debatían y departían alegremente sobre los temas actuales con el abuelo; y su primer hijo varón, mientras eleganteaban con aperos especiales los briosos y especiales medios de locomoción.
Con mi madre, extraordinaria mujer trabajadora y fiel, procrearon ocho hijos -todos profesionales- uniendo su trabajo de novel abogado, poeta y escritor por afición. Con el arte culinario de mi madre formada en uno de los primeros restaurante chinos de León y de grata recordación para los universitarios de esa época El Shanghái, ubicado frente al propio paraninfo de la vieja UNAN , donde surgió la más valiosa e increíble generación de profesionales del siglo pasado.
Los que conocieron a mi padre son los mejores testigos de su increíble capacidad de hacer amigos, así como escribir cuentos o poesía desde las más románticas, hasta las más sociales o de protesta que en muchas ocasiones le costó la represión del dictador de la época.
Podría escribir mucho más, a quien recuerdo con orgullo, amor y admiración; y repito uno de sus más bellos poemas escrito en el año 1973 dedicado a mi abuelo, y que hoy reproduzco su parte final como un homenaje a un padre extraordinario
¨Al morir mi viejo nos dejó un legado muy grande e inagotable.
Su mirada limpia para mirar de frente y su frente en alto para mirar muy limpio.
Mi padre era un gran viejo.
De esos viejos que dejan huellas profundas en el tiempo y recuerdos perdurables en los hombres ¨.
Mayo, 2021