El régimen Ortega-Murillo encarna los valores de un régimen corrupto y decadente que aplaude la cárcel de los presos políticos y el exilio de los exiliados. Desde el 2007 a la fecha, el poder, la represión y las malas prácticas han convivido en su seno para que la maquinaria del poder y los negocios siempre estuvieran bien engrasados. Al mismo tiempo, es sostenido por una formación política conservadora, sin ninguna altura de Estado, que desea decidir lo que se oye, se ve y se lee; y que sus principales dirigentes que difunden la xenofobia, la inquina, el odio y no cuestionan que exista violencia contra las mujeres.
Vivimos una fase de lucha estratégica entre las nuevas fuerzas sociopolíticas emergentes, los poderes fácticos tradicionales y las fuerzas que sostienen al régimen Ortega-Murillo. El resultado final de esa batalla política tendrá consecuencias para el devenir de la nación.
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Cada realidad debe ser abordada concretamente, valiéndose de las enseñanzas legadas por la historia política. La historia política no debe ser asimilada mecánicamente, sino que debe ser asumida sobre la base de la propia experiencia del presente sociopolítico.
Las enseñanzas estratégicas nos ilustran que el régimen Ortega-Murillo no se va a hundir por sí mismo, por más crisis que esté condenado a padecer. El poder nunca caerá en los brazos del movimiento popular: hay que luchar por él, enfrentando las presiones pasivas y fatalistas que afronta toda lucha por el poder. Ningún régimen autoritario abandona sus posiciones de privilegio auto inmolándose; hay que derrotarlo.
La conquista del poder político es el objetivo final y el objetivo final es el alma de cada batalla política. Sin embargo, las instituciones del gran capital siguen operando como diques de contención para evitar la caída inmediata y abrupta de la dictadura.
El principio estratégico básico es que, la lucha cotidiana debe de estar orgánicamente conectada con el objetivo final. Cada solución de las tareas cotidianas debe ser tal que lleve al objetivo final, no apartarse de él.
Existe el peligro de que las conquistas parciales se obtengan a costa de las perspectivas generales, en vez de ser un puente hacia ellas. Obtener la realización de las elecciones transparentes sería una conquista táctica, pero muy importante. Nunca hay que perder de vista que el objetivo final es la derrota de la dictadura Ortega-Murillo.
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El poder no cae en el regazo del movimiento popular: debe tomarse a partir de un plan científico a tal efecto, organizado por un centro ejecutor con el mayor de los cuidados, el encargado práctico de la toma del poder para lo cual es necesario construir un contrapoder que permita alcanzar el poder.
Vivimos una situación singular, extraña. Por una parte, los movimientos sociales parecen incapaces de echar abajo al régimen. Por otra parte, los ciudadanos apoyan con una fuerza sin precedentes el aislamiento político del régimen. Al mismo tiempo, el debilitamiento del régimen pone a la orden la lucha inmediata por el poder. De momento estamos viviendo un proceso de rebelión social y su reabsorción por parte de los poderes económicos.
Desarrollar pensamiento estratégico es vital, los antiguos comprendieron muy bien la importancia del estudio de la estrategia: Julio César consideraba que la estrategia era más importante que las armas; otros clásicos señalan que la política es el alma de la estrategia y aquella no puede existir sin estrategia. No comprender la necesidad del análisis estratégico, es el camino seguro a la derrota o al pacto tradicional.
Luis Almagro, secretario general de la OEA, junto a Daniel Ortega, presidente de Nicaragua
Una lección del régimen Ortega-Murillo al movimiento popular es: a la hora de la lucha por el poder; las leyes que rigen son las leyes del terror más implacable. La toma del poder por una confluencia unitaria de las diferentes expresiones políticas es la única forma de derrotar a la dictadura. No hay que olvidar que la verdadera fuerza del movimiento popular está en las calles.
La recesión económica de largo plazo junto con la inmediatez que impone el calendario político electoral hace vulnerable al régimen. Sin embargo, esperar un colapso o que todo se derrumbe por su propio peso, suena a quimera.
Desde abril de 2018, entre el régimen y el gran capital han habido muchas tensiones e incluso fisuras, pero los puentes no se han roto nunca. Por ejemplo, se mantiene vivas las leyes favorables al capital aprobadas entre el 2007 al 2018. Ortega habla directamente con los “señores” de la élite económica, y por debajo hay contactos a todos los niveles, sin “líneas rojas” para llegar a un acuerdo.
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El régimen está preparado para que el gran capital, apoyado por el capital financiero, vuelva a la negociación. Habrá días, posiblemente semanas, de tensión y ambas partes emplean palabras duras, sin llegar a la ruptura, para justificar la necesidad de una negociación. La duda es hasta qué punto Ortega está dispuesto a ceder ante exigencias de sectores sociales cuya agenda sigue pasando la liberación de los presos políticos y por reformas que garanticen unas elecciones transparentes.
En “El Carmen” y sectores del capital financiero dan por hecho que en algún momento volverán a la mesa de negociación, consideran que hay mucho espacio para una negociación política-económica y el terreno está abonado para llegar a un acuerdo, opinan miembros tanto de las cúpulas del régimen como empresarial.
En las próximas semanas, hay base para que los dirigentes del gran capital y sus representantes políticos (CxL) que han apostado por el diálogo/negociación con Ortega ganen la batalla, al interior de la cúpula empresarial. Por tanto, el régimen se prepara para una compleja negociación que le permita consolidar su poder, cediendo algunos espacios menores en el proceso electoral, no estratégicos. Ortega no puede permitirse dar la imagen de que está perdiendo poder.
La historia política nos enseña que las expresiones de los grupos sociales de “los de abajo” actúan de manera disgregada y episódica, que en la actividad política de estos grupos sociales existe una tendencia natural a la unificación, pero es continuamente rota por la iniciativa de los grupos dominantes y por la ausencia de estrategia para crear un contrapoder para tomar el poder.