Por muchos años me resistí a ir a la iglesia, quizás por el resentimiento acumulado por estudiar en un estricto colegio religioso. Mi relación con Dios es particular, creo en él, pero al mismo tiempo lo cuestiono.
En estas fiestas navideñas y fin de año, rompí ese hielo, y decidí ir a la iglesia, porque a pesar de que escribo y denunció las atrocidades de la dictadura orteguista, siento que no es suficiente para ayudar a mi Nicaragua.
Este día tuve más que una oración, tuve una conversación con él. Me senté, junté mis manos y cerré los ojos y oré. Platiqué con Dios, sea quien sea ese ser que nos cobija, en quien confiamos y en quien buscamos un soporte espiritual en momentos de dolor y agonía. Le pedí por la libertad de los presos políticos, por mis colegas perseguidos y encarcelados, le pedí justicia por los asesinados y fortaleza a sus madres, pero también le pregunté por qué sentía que nos había dejado en el abandono, porqué si existe, permite tanta crueldad esparcida en esto ocho meses de lucha.
Con dolor y angustia, lloré hasta el cansancio y al final, me detuve un instante y le dije a Dios: “No, espera”, “aquí nosotros también somos culpables”. Admití que, si la dictadura ha cometido tantas crueldades, es porque lamentablemente aún hay gente indiferente, esos mismos que no les importa qué le pasé al prójimo, siempre y cuando la situación no les afecte. Ese individualismo e indiferencia que los hace inoperantes ante la crueldad, parecida a la misma actitud tibia de la empresa privada que se ha sentado a ver los atropellos y no toma acciones contundentes en contra de la dictadura.
Desde el exilio, muchos dirán que es fácil pasar los días, porque no se está viviendo la crisis del país, pero se equivocan, ver esto de lejos es más doloroso y te llena de impotencia. Tuve la suerte de escapar del orteguismo, y me exilié luego de cuatro meses de vivir y ver lo que la dictadura le hizo a los estudiantes y las personas que estaban en los tranques.
Miré como los antimotines se llevaban a rastras a los estudiantes de la UNI hacia el Estadio Nacional Dennis Martínez, miré al chico de la Upoli morir desangrado, ví el ataque a mis colegas. Fueron los momentos más tenebrosos que me ha tocado vivir como periodista y ser humano.
El último mensaje que recibí en mi celular antes de irme, fue “Si no dejas de joder, te jodemos a vos y tu hijo”, esos mismos mensajes de ‘amor y paz’ que el orteguismo suele repartir al pueblo. Al principio no hice caso de las amenazas, pero cuando miré el asesinato atroz a la familia del barrio Carlos Marx, donde murieron dos niños, no dudé que para el dictador no existe piedad para nadie. Me fuí en silencio, no me despedí de nadie y hoy le doy gracias a Dios por tener a salvo a mis niños y estar viva con ellos.
No obstante, la vida en exilio pasa desapercibida, no logró despegarme de lo que pasa en Nicaragua, mi consciencia no le lo permite, aún sueño con el sonido del gatillo de las armas de la Policía Nacional y grupos armados orteguistas. Aún escucho el llanto de las madres que sufren por sus hijos asesinados, aún puedo escuchar el bullicio de las multitudes agitadas que corrían para protegerse de los disparos de los paramilitares. Aún tengo pesadillas de esa sangre estudiantil y sus reclamos nocturnos de “auxilio, nos atacan”.
Pasan los meses y la situación empeora en Nicaragua, el dictador se aferra al poder y en su enfermizo pensamiento, reprime más al pueblo, censura canales independientes y persigue a sus periodistas. Sin embargo, toda su accionar es inútil, porque la verdad siempre sale a flote. Ante el mundo Ortega y Murillo están desenmascarados, son culpables de la muerte y encarcelamientos ilegal de cientos de personas, culpables de crímenes de lesa humanidad. Hagan lo que hagan saben que están solos y que su condición de culpabilidad, no cambiará ante la justicia.
En estas fechas cuando las familias se reúnen para festejar, no se te olvide que hoy brindas y estás a salvo, pero que otros no pudieron estar con sus seres queridos, porque fueron asesinados o están prisioneros por luchar por la libertad de un país en el que vos también vivís. Brinda por ellos, por los presos, los caídos, pero no seas indiferente a la realidad que te rodea.