[vc_row][vc_column][vc_column_text]Al llegar al mercado Oriental, se nota con rapidez que estamos en fechas festivas y de celebración. Luces navideñas, música, los pantalones y las camisas están en rebaja. Cuesta mucho entrar por el famoso «Gancho de camino» por los vendedores ambulantes con sus viejos carros de supermercado que van hasta arriba de hielo con gaseosas, agua helada y refrescos en lata.
A simple vista no parecería que pocas horas antes hubo un incendio que consumió más de 120 tramos y dejó en la calle a varias familias. A eso de las 10 de la noche del pasado miércoles 27 de diciembre se registró un incendio en la zona donde se comercializaba carne, ropa y abarrotes.
Comerciantes no quieren hablar
Con cada paso más cerca de la zona del incendio, cada vez es menos la gente que transita, menos vendedores de agua helada, menos carretones de verduras, más policías, más policías vestidos de civil con miradas de desconfianza. Casi nadie quiere hablar conmigo, no quieren dar sus nombres. Es como si tuvieran miedo de algo «Te puedo contar lo que yo sé, pero, no digás mi nombre a mí me da igual, pero, pero yo tengo familia y de esto me mantengo», me dice un comerciante de ropa usada que está a solo una cuadra de la zona donde inició el incendio.
Me cuenta que a él le avisaron del fuego a las 10 de la noche, y que junto a su hijo mayo y su esposa se fueron a cuidar el tramo del fuego, pero sobre todo de los ladrones.
«Que se me quemara todo, prefiero eso a que estos bandidos me robaran. Me puse con el machete frente al tramo y ahí los vi pasar. Eran un montón de gente la que andaban, eran más los dueños de los tramos, los curiosos y los vagos que los mismo policías y bomberos».
Casi estoy en la zona donde fue el incendio, de lejos veo a un grupo de policías que custodian las entradas donde se construye un nuevo galerón. Unos altos pilares y vigas enormes que atraviesan la construcción que a simple vista parecerían la estructura de un centro comercial. Este tramo nuevo que se está construyendo es el resultado de un incendio en la madrugada del 14 de mayo de este año, el siniestro arrasó con 208 establecimientos.
Delante del corroído enmallado que rodea la enorme estructura, me acerco a un señor de unos 50 años. Se llama Carlos, es bajo y moreno, usa un gorra y se gana la vida vendiendo cepillos de lustrar zapatos, cepillos de lavar ropa y detergente. Le pregunto sobre la construcción nueva. «Eso es exagerado, me parece demasiado grande para gente que no tiene tanto dinero para alquilar esos tramos, dicen que van a cobrar 800 dólares el mes, mirá las grandes vigas de hierro, si eso parece que están construyendo el puente de Brooklyn», me dice don Carlos con un tono irónico y casi riendo.
La zona del incendio
El lugar está cercado, hay policías en cada entrada. Trabajadores de la alcaldía de Managua remueven los escombros y con maquinaria pesada los amontonan en el centro del galerón. Un grupo de señoras hablan sobre el incendio, y sobre los crecientes rumores que cada vez cobran más fuerza.
«Ese incendio fue provocado, parece que lo que quieren es correr a los vendedores, yo estuve la noche del incendio y esos (los bomberos) tardaron en venir, primero estábamos nosotros antes que la policía», dijo una comerciante en la plática. Al verme cerca bajan la voz, voltean a ver hacia otro lado y dejan de hablar del tema. Hay un ambiente pesado a los alrededores, más policías entran y salen, motorizados con chalecos militares, vestidos de civil, botas militares y radios de mano envían ordenes y se comunican entre ellos.
Algunos vendedores que lo perdieron todo están sentados frente a los escombros de sus pequeños puestos de venta de carne y pescado. Nadie quiera hablar, se limitan a ver a los trabajadores de la alcaldía ir y venir con las carretillas de mano hasta arriba de ropa quemada, restos de zapatos, pedazos de zinc calcinado. Todo el suelo está cubierto de un manto de lodo hediondo. Los remedos de alcantarillas están tapados con escombros y chatarra.
Saco mi celular para tomar algunas fotos, y los policías se apartan para no salir en la foto, otros miran con atención el teléfono. No me dicen nada y me atrevo a pasarme la pequeña maya que pusieron para evitar la entrada. Sigo tomando fotos y pequeños videos, algunos comerciantes platican con las cuadrillas de la alcaldía, escucho maquinaria pesada demoliendo los restos de un tramo humeante.
La mitad del galerón ya fue removida y se puede ver el cielo azul de diciembre, no hay ninguna nube. Me detuve un rato a ver el limpio cielo y es ahí cuando me doy cuenta de que el peligro no son los policías, o algún ladrón que me arrebate el teléfono. El peligro es el techo quemado y oxidado que está sobre mi cabeza. Me caen restos de soldadura. Escucho gritos «¡Dale amárralo y quebralo!», están botando una columna del segundo galerón. Justo en el que estoy yo.
Me muevo rápidamente fuera del sitio, pero los trabajadores de la alcaldía siguen como si nada. Trabajan con palas, con picos, las carretillas de mano van y vienen con escombros y restos de ropa humeante, estos trabajadores no llevan casco de seguridad, ni botas de hule para el lodo, algunos ni siquiera usan camisas. Solo van y vienen con las carretillas.
Las teorías conspirativas
Entre los comerciantes del mercado Oriental, hay muchas sospechas sobre lo que inició el incendio. Sobre todo, luego de que unas fotografías se hicieran virales en las redes sociales. En las fotografías se ven a dos comerciantes sosteniendo unos pequeños envases supuestamente con gas butano. Las comerciantes aseguran que los recipientes fueron encontrados en sus tramos de ropa usada. Hasta ahí no llegó el fuego y deducen que el gas butano fue lanzado antes de prenderle mecha a los negocios vecinos y que una vez que las llamas avanzaran, encontrarían los recipientes que ayudarían a propagar más rápido la fogata.
Luego de esas fotografías, las teorías de conspiración fueron alimentándose más. Pero, en el oriental no todos los comerciantes usan Twitter, Facebook o Snapchat. Me acerco a un tramo donde se venden dulces, juguetes y enlatados y le pregunto al propietario de apellido Herrera, si sabe algo de los rumores sobre el incendio «Así andan diciendo, pero nosotros no sabemos nada», le pregunto sobre las fotos de los frascos con gas butano y me responde que el con costo y medio sabe leer. Saco mi celular de la bolsa y se las enseño, el señor toma mi teléfono y llama a su esposa que está despachando unas tortillitas y le dice «Mirá, viste que algo iban a encontrar. Ya decía yo que eso no se iba a prender así de la nada», la señora se pone los anteojos y queda viendo las fotos. Les pregunto sobre las personas que fueron arrestadas por la policía y que son los principales sospechosos, les muestro las fotos de las personas y niegan conocerlas.
Mientras miraba las fotos llega un señor alto, ojos claros, un chele con piel tostada por el sol, al parecer es amigo del dueño del tramo, le pide un paquete de cigarros rojos. Herrera no duda en mostrarle las fotos también «Ya las vi esas en Facebook, eso fue que lo quemaron. Ese tramo se lo vendieron a unos chinos, pero no saben cómo sacar a la gente, lo que quieren es ordenar el mercado a verga, así van a ir quemándolo poco a poco», le contestó el chele llevándose un cigarrillo a la boca.
Le pregunto sobre el incendio y sobre esa teoría de que el galerón se lo vendieron a unos chinos «¿Cómo va a agarrar fuego la carne?, eso no fue un accidente eléctrico, están construyendo ese nuevo tramo y da la casualidad de que se quema el de al lado, eso ya lo vendieron solo eso te puedo decir, yo soy zorro viejo de este mercado. Tengo 30 años de vender aquí».
Continúan llegando cuadrillas de la alcaldía, al parecer son los relevos. Está cayendo la tarde en el mercado Oriental, pero este lugar no se detiene ni por un incendio. Como hormigas los compradores entran y salen, solo se detienen unos breves segundos a observar lo que queda del enorme galerón de la carne y la sopa.
Me despido de Herrera, le doy las gracias por recibirme en su tramo y darme su opinión. Me vuelo a topar con los policías que cuidan la entrada al galerón, estás aburridos y cansados de estar de pie cuidando chatarra y ropa quemada. Algunos están con sus celulares, otros conversan entre ellos, toman fresco. Los policías saben que su labor no sirve de nada, que cuidar chatarra y escombros no fue para lo que estudiaron.
Me alejo de la zona núcleo del incendio, y a cada paso que doy veo más gente y más vendedores. De nuevo caminar es difícil, por los canastos con verduras, los vendedores de agua con sus oxidados carritos de supermercado hasta arriba de gaseosas, los cargadores que van de arriba abajo sacando su aguinaldo.
Al llegar a la entrada al «Gancho de camino» de nuevo es difícil pensar que unas horas antes en ese mercado hubo un incendio, «otro incendio en el oriental», quizás ese sea el titular más repetido sobre el mercado más grande y desordenado de Centroamérica.
Me alejo del Oriental, con la música navideña y de fin de año a todo volumen, con el mar de gente que busca hacer sus compras de fin de año, dejo atrás las promociones de pantalones y camisas, con las luces de navidad a mitad de precio y los gritos de los vendedores ambulantes.
[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]